Jueves, 3 de marzo de 2016 | Hoy
TEATRO › GABRIEL ROLóN, EL PSICOANáLISIS E HISTORIAS DE DIVáN–LA OBRA
Responsable de varios libros, fogueado en la TV y la radio, Rolón disfruta de su lugar en la escena del Teatro La Comedia. Aquí analiza en profundidad el modo en que el psicoanálisis cruza la sociedad argentina, y los riesgos de la mediatización extrema.
Por Emanuel Respighi
La difusión popular de una disciplina científica abre puertas inimaginables. También, claro, cierra otras a todo aquel que intente romper con el paradigma establecido. Bien sabe de los pro y de los contra que genera trasladar conocimientos que históricamente circulaban en ámbitos cerrados al gran público Gabriel Rolón, el licenciado que desde hace años viene haciendo entender que analizarse no es cuestión de “locos” ni tampoco de “débiles”. Acompañando a Alejandro Dolina o a la Negra Vernaci en radio, ejercitando la charla en Todos al diván o Terapia (única sesión) en televisión, o transmitiendo historias e ideas psicoanalíticas en diferentes libros, Rolón se convirtió en el más prolífico de los psicoanalistas mediáticos. Un lugar que lo llevó a que en la actualidad protagonice Historias de diván-La obra, en una segunda temporada de la adaptación teatral de su obra consagratoria, que todos los viernes y sábados a las 21 sube al escenario del Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062).
Rolón parece haber superado aquellos primeros años en los que sus colegas le daban la espalda por haberle quitado el velo al psicoanálisis. Su perseverancia, su sencillo estilo o su éxito terminaron por romper con aquella mirada que le cuestionaba su mediatización, bajo el argumento de que el lenguaje de los medios “banalizaba” la práctica psicoanalítica. Como Adrián Paenza en las matemáticas o José Pablo Feinmann en la filosofía, Rolón parece haber sellado esa “grieta” que en algún momento existía entre el claustro cerrado y elitista y la divulgación popular de la ciencia.
“Los medios son un territorio complicadísimo para la psicología. Lo es aún hoy”, afirma el licenciado que desde hace más de dos décadas incursiona en la radio y la TV, durante la nota con Página/12. “Se puede creer que yo ya sé manejarme en los medios. Aun así, me suele pasar que voy a hacer algunas notas con mucho cuidado porque hay una vorágine que hace que en cualquier momento termines hablando de un tema que no tenías por qué meterte. Hay que diferenciar mucho la opinión del pensamiento. Y en los medios te invitan a opinar: ‘¿Qué opinás de tal cosa...? ¿Y de tal otra?’. Y desde mi función yo puedo pensar temas generales, pero no particulares. Los medios son un lugar complejo. Hubo casos como los de Mauricio Abadi o de Tato Pavlovsky en el arte, Pacho O’Donnell en la historia, que abrieron el camino para que una ciencia como la del psicoanálisis ocupara un lugar en los medios de comunicación”, analiza.
–Pero en esos casos, los especialistas utilizan el psicoanálisis para abordar diferentes cuestiones. En ningún caso instalaron masivamente al psicoanálisis.
–Eso es algo que debo agradecerle a los años de radio que había tenido, que me permitieron comprender cómo comunicar algo complejo para que lo entendiera todo el mundo. Yo había tomado la decisión de escapar del concepto duro, porque a mí me molestaba cuando un psicólogo hablaba en TV sobre la “libido narcisista”, por ejemplo. No. Si voy a usar ese concepto, en todo caso, primero voy a explicar su significado. Aprendí que no hay que dar nada por sabido por el público.
–Bajó al psicoanálisis para volverlo comprensible para todos.
–Yo no bajo al psicoanálisis, lo subo. La gente está por encima de la teoría. Hay que subir al psicoanálisis al idioma de la gente. Los miles de psicoanalistas estamos debajo de lo que a la gente le pasa, su sufrimiento, su historia, su dolor. Jamás le escapé al riesgo de mostrarme humano, a pesar de ser analista. Y eso a la gente le gusta. El analista deshumanizado había espantado a la gente del psicoanálisis. Ese absurdo de construir relaciones tan distantes que si un paciente se cruzaba en la calle con su psicólogo no podía saludarlo, o que era incómodo subir en el ascensor con el analista. Esa distancia le hizo mal al psicoanálisis, porque no estamos fuera de un lugar y de un tiempo, nos movemos dentro de una sociedad y una cultura. La imagen deshumanizada del analista tal vez estaba bien para la Viena de Freud, en el 1900. Pero los argentinos estamos acostumbrados a saludarnos con un beso y a tutearnos. Hay que ser natural. Si algo tiene hacer el psicoanálisis es hacer que una persona se sienta naturalmente habilitada para empezar a abrir su vida.
–El riesgo de la mediatización es la banalización de la práctica psicoanalítica en función de lenguajes audiovisuales que tienen otras formas y ritmos.
–Ese es el mayor desafío que enfrenta cualquier difusor de la ciencia. Pero yo me amparo en algo que decía Freud: repetía que para ser psicoanalista, además de haberse analizado mucho, tener título habilitante y haber leído mucho, tiene que saber de literatura, de música, de mitología. Yo tomé esa idea. A veces para transmitir un concepto difícil basta con contar una escena de una película que sabés que la gente vio. Hay que nutrirse de lo que la cultura nos permite para transmitir las ideas complicadas. Si no, cualquier difusor se encerrará en términos que sólo son entendibles para quienes los conocen. Adrián Paenza, por ejemplo, lo hace muy bien a la hora de explicar los procesos matemáticos. Los elementos o situaciones de la vida cotidiana son herramientas muy útiles para estimular al pensamiento. El gran desafío es jugar con conceptos nobles y difíciles con herramientas que estén al alcance de todos.
–Argentina es el país con más psicólogos por habitante del mundo. ¿Cuál es su teoría al respecto de este fenómeno?
–Mi teoría, que tal vez sea más poética que real, es que la Argentina en general y la Ciudad de Buenos Aires en particular se formaron con la sumatoria de muchísima gente que sufría. Gente que llegaba de la Europa en guerra, que llegaba del interior del país porque no había trabajo en sus lugares de origen. Tanto unos como otros dejaban a su gente, a sus afectos, a su familia, su idioma o su religión. Ese fenómeno contenedor generó esta especie de mélange en la que vivimos, en la que decir “voy a lo del Tano”, a lo del gallego o a lo del ruso, sean gestos de amor. Nadie se ofende. Toda esa comunión de gente, desde el que sus abuelos habían llegado de Polonia hasta en mi caso, que tenía una bisabuela india, había tenido una historia de pérdida. Eso nos hizo escuchas del dolor propio y ajeno, nos acercó a la pregunta, al porqué de las cosas. Los que tuvieron familiares que habían huido de Auschwitz no podían no preguntarse por qué su familia quedó allá lejos y tal vez nunca más la volvería a ver. El psicoanálisis es el mundo del por qué, no del cómo. Las terapias modernas se vuelcan más hacia el cómo. Por eso, los libros de autoayuda se titulan “Cómo ser un buen jefe”, “Cómo ser un buen marido”, “Cómo mantenerse en forma y equilibrado”... Los argentinos nos preguntamos todo el tiempo por qué somos lo que somos y nos pasan las cosas que nos pasan. Nuestra historia está plagada de carencias y pérdidas. A eso se suma que la sociedad argentina es una de las más instruidas, al punto de que una de las primeras y más maravillosas universidades públicas y gratuitas fue la UBA. Esa formación dio la posibilidad de preguntarte cosas desde otro lugar. No es lo mismo tener elementos para pensar que no tenerlos. Por eso la cultura es tan importante.
–¿Cómo influye un proceso tan opresivo y sangriento como lo fue la dictadura con la explosión que tuvo el psicoanálisis en el país? ¿Existe una relación?
–Por supuesto. La dictadura generó que se impusiera la teoría lacaniana, simplemente porque los militares no la entendían. Los militares no prohibieron a Lacan porque no lo entendieron. Prohibir a Freud, que hablaba de sexo y niños erotizados, le era más fácil de censurar desde el punto de vista religioso y moral. ¿Cómo un chico se iba a enamorar de su madre? Pero a Lacan no lo entendieron y le dieron vía libre, lo que ayudó al psicoanálisis, dada la profundidad del pensamiento lacaniano. Durante la dictadura, de hecho, no estaba bien visto que la gente se analizara porque los militares no querían que la gente contara lo que le estaba pasando. No tenían ganas de que las aberraciones que hacían se supieran. Por eso persiguieron, secuestraron y torturaron a muchos psicoanalistas. Claro que la dictadura fue tremenda y que la democracia, con todos sus errores, es el más maravilloso de todos los sistemas. Incluso, porque permite que vivan en él hasta a aquellos que no les gusta la democracia, cosa que no pasa en la dictadura. La gente que dice eso de que “estábamos mejor con los milicos”, puede vivir en democracia. Si en la dictadura hubiéramos dicho que “estábamos mejor sin los milicos”, nos hubieran secuestrado. La democracia es tan generosa que contiene hasta a los que no les gusta la democracia. La democracia es el sistema político más fértil para todas las libertades de pensamiento.
–Entre los aspectos positivos de la mediatización del psicoanálisis está el hecho de que cada vez más gente comprende cómo funciona la mente y las emociones. Pero ese mismo proceso tuvo un aspecto negativo, en cuanto a que en ciertos sectores socioculturales se puso de moda. ¿Está de acuerdo?
–Sí. Hoy analizarse está bien visto. Es muy común que en Argentina te pregunten con sorpresa si te analizás o no. En España, en cambio, no está bien visto ir al psicólogo. De hecho, me contaba un amigo que van pero que no lo cuentan. Les da vergüenza, porque está asociado todavía a la debilidad. ¿Qué pasa? ¿No te la aguantás solo? ¿Tenés que ir a llorar adelante de alguien? O está asociado a la locura. Y a nadie le gusta ser ni débil ni loco. En Argentina hemos logrado entender que no tiene que ver con eso. Así como si te duele la muela vas al dentista, si te duelen las emociones vas a un profesional a que te ayude. Si uno no deja que se le caigan los dientes, ¿por qué vas a dejar que se te parta el alma? Eso fue muy bueno. La maravilla que tiene el psicoanálisis es que si alguien quisiera hacerlo sólo como acto de snobismo, va a durar muy poco. Podrá ir tres o cuatro veces, pero va a dejar porque tiene que invertir tiempo, dinero, esfuerzo... Y además, los analistas tenemos la posibilidad de decirle a alguien que no venga más.
–¿Esos pacientes son fácilmente reconocibles por los analistas?
–Sí, lo percibo. De hecho, yo me tomo entre cuatro o cinco entrevistas con la persona para decir si empiezo el tratamiento. Y cuando no encuentro motivo, le digo que no le veo razón para que se analice, ya sea porque no veo una pregunta, no lo veo angustiado, o no lo veo dentro de un proceso emocional. Nosotros somos profesionales de la salud. Del mismo modo que el dentista no te saca una muela sana aunque uno se lo pida, un psicólogo no analiza a alguien que no tiene una pregunta que no lo deja en paz. Siempre los profesionales tenemos la potestad de tomar o no a un paciente que se acerca como un acto de moda.
–¿Y a usted no lo afectó su imagen pública a la hora de atender a un paciente? ¿Cómo le escapa al cholulismo que rodea a la figura pública? Usted no es un psicólogo cualquiera: es el que sale en la tele, el que publica libros, el que actúa en el teatro...
–Es una dificultad extra, pero cada psicólogo tiene su dificultad. Uno será demasiado bello y las pacientes pueden hacer una transferencia. Otro será demasiado bajito, uno muy joven, otro muy grande... En mi caso, cargo con la dificultad de cierta popularidad mediática. Aprendí a dejarles a los pacientes cuatro o cinco minutos para que me hagan cualquier comentario sobre mi incursión mediática, se los permito. Y como lo traen a análisis, les pregunto qué de todo eso que dije les quedó resonando. Como una manera de ponerlo a trabajar para que se involucre con el análisis.
–¿Pero eso no afecta su relación profesional?
–Para nada. Eso ya lo manejo yo y mis pacientes también. La gente también se tiene que acostumbrar a vérsela con esa dificultad, porque el psicólogo de su pareja es el mismo que habla en la radio o en la tele y puede cuestionarme. Los que eligen trabajar conmigo saben que tiene esa dificultad.
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