Historias de diván, que ahora representa en el teatro, fue un libro bisagra. No sólo para Rolón, que con ese libro logró convertirse en un autor best seller que le permitió desarrollar una bibliografía voluminosa en el mundo literario. También lo fue para revalorizar al psicoanálisis en un momento en el que los libros de autoayuda y las neurociencias empezaban a abrirse camino. “El libro –cuenta Rolón– funcionó como respuesta a un momento difícil del psicoanálisis, porque se había publicado El libro negro del psicoanálisis, y revistas de difusión masiva confrontaban en tapa a Freud y a Osho. En ese momento de degradación muy fuerte del psicoanálisis, tuve la intención de salir al cruce en defensa del psicoanálisis, que la gente pudiera ver cómo era el proceso analítico, que desmintiera esa idea de que los analistas éramos una suerte de secta vienesa para gente con mucho dinero, sino que estábamos trabajando en la realidad argentina del momento, con honorarios que se acomodaban a la realidad de nuestros pacientes.”

–Historias de diván tuvo un trabajo de adaptación de tres años. Me tomé el tiempo de pensarlo. La adaptación la hicimos con Carlos Nieto, que después terminó dirigiendo la obra y actuando, que sabe mucho de teatro, algo que yo carezco. No era fácil, porque se trataba de una obra de teatro, cuya cabeza de elenco no era un actor. Fue un trabajo arduo. Traté de transmitirle al elenco que íbamos a contar historias de verdad, que no nos fuéramos en excesos o en subrayados innecesarios. Básicamente porque lo que contamos había pasado de verdad, era la vida de la gente. De hecho, los papás de Majo, la chica en la que se basa la historia que cuenta la obra, estuvieron en el estreno. Eso fue muy conmovedor. Agradecieron el respeto con el que habíamos contado su historia y con el que la recibía la gente.