TEATRO › OPINION
› Por Marcelo Scalona *
A Sebastián Riestra
1 Es verdad que vi uno solo, pero era un cuervo y era blanco, dice William James. Es un vacío en nuestro aire metafísico (Espergesia = esperma + génesis, César Vallejo) que sólo sentimos cuando se muere alguien muy querido. Es un estado físico, clínico, un desasimiento que puede describirse como un déjà vu de lo que será nuestra propia muerte. Dios se murió un día que yo estaba escribiendo, grave, esdrújulo, agudo.
Muchos sabrán los síntomas: una brisa cálida de verano parece tener en ciernes un chubasco. Un rash en brazos y piernas sin picazón ni urticaria. Escalofrío sin fiebre, lasitud sin decaimiento, ajenidad sin confusión. Un vacío en nuestro aire metafísico. La vida se condensa en esa percepción. La vida es la piedad que nos tenemos en ese instante. Por eso cuando se terminó el JB, le dije a Seba, busco un Chivas: ¿Un Chivas...? –Sí, que Riestra se hunda con las banderas flameando...
Y cuando al fin nos quedamos los dos solos, (aparte del eclipse lunar de Matilde que en sueños conducía el barco de Caronte del abuelo), le dije que esa tarde yo había tenido los síntomas, y él me dijo dos o tres cosas que el padre había hecho por ellos, que me parecieron tan sagradas que se pervertirían en la fábula. Hay grados de dulzura en la bondad que no deben repetirse: la sola enunciación podría desmentirlos y sólo para decir algo acorde, le hice notar el orgullo que debía sentir porque esos 8 o 9 centinelas que llegamos a las tres de la mañana, condensaban (en distintas disciplinas) un cuadro de honor del viejo. Si dijera sus nombres, y lo que hacen, los sorprendería en el porvenir. El porvenir de los muertos, libro imprescindible del Seba.
2 A la tarde, en Pueblo Esther apareció un colibrí en el fresno. Un año que voy y no lo vi nunca. Pensé que Carver lo había soltado un rato en homenaje a Jorge. Hay que buscarle la vuelta a ser feliz, la gran enseñanza de Chéjov, el maestro de Carver. Todos los colibríes son de Carver, del poema de Tess y se quedaron allí y en “Caballos en la niebla” o en “Call if you need me”. Pero ahora, estaba acá, y no una vez. Para que no quedaran dudas, fue una hora que hizo ese ejercicio de aerodinámica de algo que se mueve pero no se ve. Algo intangible, invisible, pero que opera, liba, canta, pía. Hasta el sepulturero de Rilke sabe que un colibrí es una señal espiritual de que la vida es un don que se expande (no dije Eterna, no se asusten amigos ateos), y reverbera más allá de las dimensiones de tiempo y espacio. ¿Y qué es la muerte sino ese juego de alteración subjetiva, temporal, espacial...? Por las dudas, vos decile cosas lindas al muerto. ¿No es tu padre? ¿O dejó de serlo dos horas después que lo era? Si no había certezas en lo positivo, ¿por qué no afirmar una incerteza...? Por eso el jet lag de la noche del velorio. No es por unas horas sin dormir. Es a cuenta del vacío en nuestro aire metafísico y el único remedio es el esperma: por eso Carmencita (recienvenida hija de Carolina y Seba). Ella es el reverso de esta hora de Jorge, de Seba, de Matilde.
“Nos hundiremos con las banderas flameando” (Virginia Woolf) y la vida y el amor son la piedad que nos tengamos en ese momento.
3 El sobrino de Tucho Spinassi (el gran músico rosarino), me contó en el velorio, que su tío y Jorge (amigos de oro) jugaban al ajedrez por teléfono. Cada uno en su casa, con su tablero y su aparato de cerámica negra de Entel, cuando los minutos costaban una fortuna. Una partida continua. No es que hacían la movida, cortaban y volvían a llamarse a la media hora con el paso siguiente. No. La espera o el silencio eran sin cortar, una comunión invisible, un delay y distintos lugares, pero el mismo partido. Un Rey, una Reina, alfiles, caballos, torres, peones, simultáneos y sucesivos, como una demostración de la teoría de cuerdas de Hawking. Otra hermosa metáfora de la épica, de la muerte o de la vida o del grado de cero de todas las cosas. El grado cero de la amistad, la piedad que hay que tener esa noche.
* Escritor y periodista.
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