TEATRO › ISABELLA PáEZ Y LA CASA CANTA, EN EL C. C. DE LA COOPERACIóN
La artista francesa explica las ideas de una propuesta multidisciplinaria que combina palabra, gesto y sonido atravesada por el concepto simbólico de la “casa” como aquello que aloja y que contiene, pero que a la vez es la esencia misma del ser.
› Por Paula Sabatés
Isabella Páez habla de “cuerpo social”. Ella, que vino de otra cultura, de otro mundo, y ahora está mezclada ahí, en el escenario, con artistas que nacieron en la Argentina, muy lejos de su Francia natal. Dice que lo entiende como lenguaje. “Cuerpo-lenguaje-social”, aclara. Y agrega: “No individualista, sino logrado desde un proceso de individuación, que es algo distinto, pero socialmente unido por las mismas cosas que afectan al ser humano en este planeta. No ideológico, sino ético”, sugiere, mientras que en su explicación aparecen nombres como Carl Jung o Martin Heidegger. Esa idea que intenta explicar a Página/12 con su español bien entrenado pero claramente delator de otros acentos es la base teórica de lo que cada domingo a las 20.30 pone sobre el escenario del Centro Cultural de la Cooperación (CCC) en La casa canta, su más reciente creación.
Surgida por sus ganas de investigar la relación de la poesía con la danza (“algo que no es nuevo”, reconoce), se trata de una propuesta multidisciplinaria que combina palabra, gesto y sonido atravesada por el concepto simbólico de la “casa” como aquello que aloja y que contiene, pero que a la vez es la esencia misma del ser. “Nosotros somos una casa en nosotros mismos, una casa-hombre. Pienso al cuerpo íntimo, al alma, como casa. Es decir, la casa como ser”, aventura la coreógrafa, que tomó el nombre de un poema homónimo del fallecido Luis Luchi, poeta sobre el que apoya mayormente el relato, también entretejido con textos de los contemporáneos Juan Villafañe (director artístico del CCC) y el salteño Carlos Juárez Aldazábal.
En escena no está sola. “Somos cuatro, un cuarteto plástico musical. Cada uno tiene su función y cada uno está en su casa, aunque yo diría que somos cuatro caras de una misma persona que experimenta y siente sus estados anímicos en función de los poemas. A veces nos cruzamos, a veces no”, cuenta Páez, que está acompañada por José Luis Calbiño (actuación), Fernando Suárez (batería y actuación) yAlan Haksten (acordeón y actuación), todos ellos además grandes responsables de la puesta en escena, que se construye en la articulación de los poemas elegidos y su combinación con los movimientos y sonidos que funcionan como concepto. Dirigido por la propia francesa, al espectáculo lo completan Horacio Novella en el diseño de luces y Mariana Del Valle Zeballa en el diseño de vestuario.
“La idea era investigar el decir de la poesía y cómo eso podía tener eco tanto en el sonido como en la danza. Los tres poetas son realistas, comprometidos y tienen una manera propia de contar la justicia social, la bohemia y la familia. Villafañe y Juárez Aldazábal pueden ser más metafóricos que Luchi, con un lenguaje más abstracto, pero sus escrituras también resuenan y permiten pensar ese cuerpo social, que también incluye al público”, asegura la coreógrafa, para quien la literatura ha sido siempre parte de su vida “pero nunca así, con la palabra como voz primera en lugar de la danza, que es lo que siempre tiene mayor importancia dado que soy bailarina”.
–La palabra oral, ¿limita o potencia al movimiento?
–En general, la limita, porque el movimiento es algo metafórico y la palabra lo trasciende. Pero en este caso busqué la expansión. Yo no encierro el movimiento a la palabra, sino que trabajo el eco, la resonancia, el peso de esta última sobre el cuerpo. No ilustro. Es algo totalmente conceptual. Para mí fue un desafío, porque como bailarina y coreógrafa naturalmente lo que más me importaba era el movimiento, porque me formé con maestros de la danza moderna y mi interés va por ahí, así que fue difícil articular la palabra. De todos modos, pienso que en realidad el lenguaje es lenguaje del cuerpo y que para qué dividir danza, teatro, poesía, si la persona que está arriba del escenario abarca todas esas herramientas en su relación con el entorno. Por supuesto que hay diferencias, pero la división responde más a una necesidad de encasillar.
–¿Siente que su cuerpo, tan distinto al de sus compañeros por lo que trae puesto en su historia y cultura, puede formar parte de un gran “cuerpo social”?
–Es que yo me siento una migrante. No fui obligada a irme de mi país, fue algo que elegí, pero el cuerpo de la migración tiene mucho sentido en mí. Vengo de una familia con un padre español, de Andalucía, e investigué mucho esa cultura, que en Francia es medio tabú. Recuerdo la primera vez que escuché una milonga en un teatro solidario de París. Me conmoví y empecé a llorar. En mí algo sonó muy español siempre. Y hay mucha de esa bohemia española en estos poetas urbanos que usamos para el espectáculo. Así que me siento más identificada con ese cuerpo de acá.
* La casa canta se puede ver los domingos a las 20.30 en la Sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Informes: 5077-8000.
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