TEATRO › FRANCISCO PRIM, FRENTE AL ESTRENO DE UNA PERSONA MUERE
Actor y formador de actores, Francisco Prim emprende con esta obra el camino de la dirección. Para ello, desarrolló junto al dramaturgo Claudio Mattos un ida y vuelta de escritura e improvisación que potenció la obra y los actores.
› Por Paula Sabatés
Actor y docente de actuación desde hace más de un lustro –da clases en la prestigiosa escuela de Agustín Alezzo y también en la Universidad del Salvador–, Francisco Prim siempre dijo que el día que montara un espectáculo quería hacerlo con sus alumnos, a quienes, afirma, “uno llega a conocer de una manera muy especial”. Por eso, para su debut en la dirección en Un persona muere, que se estrena mañana, hizo justamente eso: convocar a cinco actores que había formado para lanzarse a la “linda aventura de investigar en equipo”.
El teatrista cuenta a Página/12 que hasta hace poco no había surgido en él la necesidad de dirigir. Estaba en otro momento, disfrutando y explorando otros roles. Pero con el tiempo se fue dando cuenta de que también quería guiar a los actores en un espectáculo. “Es verdad que difieren en muchos aspectos, pero la docencia y la dirección tienen puntos en común y me dieron ganas de explorarlos, de pedirle a otros que confiaran en mí para encarar un proyecto mayor”, dice el flamante director, en una larga charla de reflexión sobre el teatro.
Además del cambio de rol que se proponía emprender, Prim estaba seguro de otra cosa: quería hacer un material novedoso, contemporáneo, que lo interpelara a él y a sus actores. “Me pregunté qué tipo de texto abordar y entendí que tenía que ser uno que nos llegara a todos por algún lado, uno que pudiéramos comprender realmente”, recuerda. Y como eso suponía dejar de lado a los grandes textos, le pidió a un autor que conocía hace tiempo, el dramaturgo Claudio Mattos, que escribiera una obra para él.
Así nació esta obra de título particular, que el director define como “una comedia negra”, y que se sumerge en la intimidad de tres hermanos. Encarnados por Nicolás Martuccio, Romina Brosio y Carla Pezé Di Carlo, respectivamente, Nicolás, Ana y Celestina conviven bajo el mismo techo manteniendo un vínculo muy especial. El primero es la cara de una reconocida publicidad de alfajores, pero padece de un trastorno que lo vuelve muy introvertido y reacio a la fama que tiene en las calles, lo que lo hace encerrarse en su casa con un arma “por protección”. Celestina, por su parte, es escritora, y Ana, la mayor, algo así como el sostén de la familia. Cuando esta última presenta a su pareja, Marcelo (Sebastián Chapy), sus hermanos temen que se aleje de la casa y entonces traman distintas acciones para separarlos. Incluso la de crear un personaje ficcional, surgido de la pluma de Celestina, para entrometerse en la relación. Esa será la tarea del quinto personaje, Federica (Flor Chmelik Martinec), que será fundamental para el desarrollo de la acción.
–¿Cómo fue el proceso de la obra?
–Fue muy intenso y para mí muy novedoso e interesante. Cuando empecé a hablar con Claudio para que escriba la obra, yo ya tenía a tres actores en mente. Se los mostré, le conté cuáles eran sus características, y él empezó a delinear a los personajes en base a ellos. Luego se sumaron dos más, a quienes les pregunté si querían trabajar conmigo y de inmediato dijeron que sí. Cuando estuvieron todos los convoqué y empezamos a improvisar en base a lo que yo ya había leído del primer borrador de Claudio. En ese punto, me pareció que era más conveniente mantenerlos trabajando con cierta información, y no con toda, para que luego el cambio no fuera muy abrupto. Improvisamos sobre líneas generales y eso sirvió para explorar los vínculos entre ellos, algo que me importaba mucho. Grabamos todos los ensayos, desde el primero, y se los fui mandando a Claudio, que cuando veía uno me devolvía el texto, cada vez más encaminado.
–O sea que el proceso de escritura también se valió de su aporte y el de los actores...
–Absolutamente. Fue un trabajo de mucha simbiosis con el autor. Todo lo que él planteaba en términos de lo dramático a mí se me configuraba rápidamente en la cabeza y viceversa, todo lo que yo proponía desde la improvisación él lo empezaba a tomar para escribir. Lo de filmar los ensayos aceleró el proceso, porque él incluía cosas que los actores ya iban fijando. Yo como actor nunca había trabajado así pero me hubiera encantado. Por lo general siempre me tocaron textos ya dados.
–Bueno, sin ir más lejos, el año pasado usted hizo a Hamlet, personaje incapturable si los hay, en la puesta de Alezzo de “La noche que Fortimbrás se emborrachó...”
–Claro. Por eso digo, uno puede ensayar un montón y seguir descubriendo cosas después del estreno. Ese Hamlet, de todos modos, tuve la suerte de hacerlo en una obra que no era la original, y que de alguna manera era una farsa. No sé si en este momento me sentiría capaz de hacer el Hamlet original, en la obra de Shakespeare, porque es “el” personaje, uno totalmente universal. Por eso quise trabajar de este modo con los actores, para que confiaran en mí y en ellos, para que supieran que los iba a cuidar.
–¿Cómo evalúa hoy su desempeño?
–Su trabajo es muy profesional, porque así se planteó desde un principio. Ellos se habían destacado en sus grupos, y de entrada quedó clara la dimensión del compromiso actoral. ¿Era un riesgo? Por supuesto. Pero confío en ellos. Y en todo caso, si no hay riesgo, ¿dónde queda el atractivo del teatro?
–Y a la obra, ¿cómo la definiría?
–La obra es una locura, como otros textos de Claudio, que se corren de lo convencional. Él tiene una forma de concebir la acción teatral muy atractiva, con mucho humor y muy delirante, y esta obra tiene todo eso. Para mí es muy divertida y muy violenta a la vez, mostrando algo que es inherente al ser humano, y en eso coincido con el autor, que es ese doble sentimiento del hombre, que en cualquier momento puede explotar. Plantea mundos y relaciones complejas entre personajes, y tiene algo en torno al personaje ficcional que no es tradicional en el teatro de acá. Estoy muy contento con cómo quedó, aunque ahora me genera mucha intriga lo que pasará con la gente que la vaya a ver. Siento que en el estreno la obra deja de ser un poco mía. Ahora es de los actores y del público.
* Una persona muere se puede ver los sábados a las 21 en El método Kairós, El Salvador 4530. Reservas al 4831-9663.
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