Sáb 09.04.2016
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TEATRO › OPINION

Algo habremos hecho

› Por Mariano Molina *

Llegaron los despidos a la Biblioteca Nacional. Como en otras partes del Estado y tantos otros lugares privados y públicos. Hay angustia, llantos, bronca y la imposible descripción de la vulnerabilidad que atraviesan quienes pierden el único trabajo del cual dependen hijos, hijas u otros familiares. ¿Será una nueva experiencia generacional más que hay que acumular?

Como me escribieron luego de recibir la noticia, no nos despiden por vagos, ñoquis y todos los etcéteras con que invade la maquinaria mediática. Nos despiden por lo hecho y por el acompañamiento de las trabajadoras y trabajadores a la enorme tarea colectiva que encabezó Horacio González. Porque si bien no es intención hacer un repaso de la gestión, hay que hablar de esta institución que fue convertida en un espacio público con la impronta de las mejores tradiciones culturales y políticas de nuestra historia. Y porque no han sido solo tiempos donde esta institución se abrió al debate colectivo, la polémica y el conflicto, asumiendo esa tensión cómo una necesaria práctica estatal. También ha sido el momento donde han transitado innumerables experiencias artísticas, culturales, literarias o editoriales, habitado diversas lenguas, propuestas estéticas y prácticas transformadoras.

Y esta construcción está íntimamente relacionada con la participación y reconocimiento de quienes allí (hasta ahora) transitaron o transitan su vida laboral. Con todas las humanas tensiones que puedan haber y los intereses cruzados existentes, pero asumiendo el compromiso del trabajo estatal y entendiéndolo como un compromiso con políticas públicas, más allá de las imprescindibles remuneraciones. Es una obviedad repetir que si la Biblioteca Nacional aumentó personal, es por el crecimiento de sus actividades y la transformación realizada, reconocida por una enorme gama de personalidades con prácticas y pensamientos muy diversos.

Es cierto que por un lado está el ajuste, achicamiento del Estado, maximización de ganancia y los recortes inspirados en las viejas y siempre presentes ideas que abonan la idea del gasto en “actividades culturales”. Políticas inspiradas –también– en el viejo paradigma de la necesidad permanente de crear ejércitos de reserva para bajar salarios y mantener a trabajadoras y trabajadores atemorizados.

Pero en el caso particular de la Biblioteca Nacional es claro el objetivo político y el aroma a venganza que recorre sus pasillos. Hay áreas de trabajo muy comprometidas con la propuesta de estos años que perdieron casi el 70 por ciento de sus trabajadores. Se trata de eliminar la posibilidad que esa impronta colectiva siga con vida, que es –precisamente– la que ha convertido una institución arcaica de lectores o investigadores en una Institución pública con propuestas culturales o políticas y con una masividad sin precedentes. Es claro que si se intenta volver a una institución meramente de archivo, basta con un puñado de empleados.

Mientras tanto, hay que seguir caminando, buscando nuevos horizontes, pero recordando (también) que no era todo lo mismo lo que estaba en juego en nuestro país. Las consecuencias están a la vista. No hay nada oculto. Quizás ese sea el problema, porque obliga a cada individualidad y colectivo a mirarse al espejo y hacerse responsable de sus actos.

La historia sigue y no se detiene. La lucha también continúa. Mientras un espíritu libertario, republicano, emancipador y profundamente convencido del debate público recorrió la Biblioteca Nacional, ahora en sus calles y estacionamiento pudieron verse carros de la Policía Federal. Así las cosas.

* Docente y periodista, trabajador despedido de la Biblioteca Nacional.

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