El miércoles se llevó a cabo la ceremonia de los premios María Guerrero a la producción teatral, que desde mediados de la década del 80 entrega la Asociación de Amigos del Teatro Nacional Cervantes. Había al menos dos grandes razones para pensar que sería una gala especial, o al menos distinta a la de otros años. La primera es que se trataba de la última en la que Rubens Correa participaría como director del teatro, al que rescató de un vaciamiento y llevó a lo más alto de su historia. La segunda, que el pasado 10 de diciembre la administración del único teatro que depende del gobierno nacional cambió de signo luego de más de diez años, con todo lo que eso –visiblemente o no– conlleva. Sin embargo, la ceremonia no se hizo cargo de este nuevo contexto y las intervenciones de Correa y de Enrique Avogrado, quien encabeza el área de Cultura y creatividad del Ministerio de Cultura, fueron escuetas y sin profundizar en el nuevo escenario.

La gala en sí tampoco tuvo nada fuera de lo común, aunque los dos cuadros artísticos –una presentación musical de Guillermo Martínez y dos piezas del Ballet Metropolitano de Buenos Aires– dieron algo de respiro a la larga ceremonia que, como siempre, condujo Martín Wullich. Fue una noche difícil para la técnica, ya que hubo algunas fallas de sonido. El lunes pasado en un homenaje a Alfredo Alcón también había fallado el video. A la salida, los presentes en ambos actos se preguntaban qué está pasando y cómo puede ser que eso ocurra en teatros que están pagando enormes cantidades de dinero en concepto de electricidad.

Los datos de color los dieron el coreógrafo Mauricio Wainrot, los responsables de la sala Andamio 90, los dramaturgos Roberto Perinelli y Guillermo Cacace (que ganó Mejor director) y el actor Luis Campos, que recibió el premio a Mejor actor protagónico. Wainrot porque por primera vez dijo en público que ya no está al frente del ballet del Teatro San Martín, del cual fue director durante casi veinte años. Los teatristas de Andamio 90 porque, a 25 años de la creación del quinto teatro que fundó Alejandra Boero, expresaron que “en esta nueva etapa de neoliberalismo” siguen resistiendo en esta lucha que ella les dejó. Perinelli, por su parte, contó la situación que atraviesa el querido Teatro del Pueblo, que el año próximo deberá dejar su edificio para que lo ocupe el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Cacace, que acaba de superar una situación similar con su sala Apacheta, se solidarizó con él y además fue el único que puso en juego el conflicto de las tarifas de luz. Por último, y con eso cerró el acto, Campos pidió a las autoridades nacionales que el Cervantes “no caiga en la misma desgracia que el Complejo Teatral de Buenos Aires”, que hoy está cerrado y vaciado por decisión y voluntad política.

Por lo demás, los ganadores resultaron muy merecidos: Alejandra Radano ganó el premio a Actriz protagónica por su labor en Deshonrada, de Gonzalo Demaría; Pilar Boyle el de Actriz de reparto por Mi hijo sólo camina un poco más lento (por la que Cacace ganó su premio como director); y Roberto Romano lo mismo por La noche en que Fortinbrás se emborrachó. Eva Halac, por su parte, ganó en una terna muy peleada el galardón de Autor argentino por su obra Sánchez Boulevard. En los rubros más técnicos, Marcelo Valiente, Fabián Molina Candela, Carlos Di Pasquo y Claudio Peña ganaron en los rubros Escenografía, Iluminación, Vestuario y Música original, respectivamente. Por último, Juan Manuel Correa, Peter Lanzani, Julián Marcove y Magalí Meliá fueron los jóvenes premiados como Revelación.