TEATRO › LA DAMA DEL MAR, LA NUEVA PROPUESTA DE LA COMPAñíA FLOR DE UN DíA
Diego Lerman, Marcelo Pitrola y María Merlino crearon una versión libre del texto del noruego Henrik Ibsen, jugando poéticamente con la adaptación cinematográfica de la obra que en su momento hizo Mario Soffici.
› Por Carolina Prieto
¿Qué pueden tener en común Henrik Ibsen, autor noruego considerado el padre del drama moderno, y el cineasta italiano radicado en estas tierras Mario Soffici, referente de la etapa de oro del cine argentino? Dos universos distantes en el tiempo y en el espacio (el siglo XIX por un lado, los años 50 del siglo XX por otro) con temas y códigos de representación diferentes, aunque con algunas vinculaciones poco evidentes a simple vista. La dama del mar (lo que espanta y atrae al mismo tiempo), versión libre de Diego Lerman, Marcelo Pitrola y María Merlino del texto de Ibsen, acaba de desembarcar en el Teatro Sarmiento y juega con humor, poesía y sorpresa acercando ambos mundos. Escrita en 1888, la obra se centra en Elida, una mujer casada con un médico mayor que ella, inmersa en un estado misterioso y perturbado. Es que el regreso de un antiguo amante extranjero podría ser la punta de iceberg de una conmoción más profunda que la atraviesa. ¿La fascinación por el mar, por la aventura, por todo lo que perdió al instalarse junto a su marido y las dos hijas de éste en una casa rodeada de las aguas estancadas entre los fiordos?
“Hay algo de la protagonista que me parecía muy interesante, un estado dramáticamente atractivo, que no se puede definir. ¿Depresión, locura, algo que va mucho más allá? Me puse a investigar y me entero de que Soffici llevó la obra al cine con Zully Moreno y Alberto Closas, filmando en Mar del Plata y Quequén”, cuenta Merlino a Página/12. Doble sorpresa para la actriz que venía encarnando a mujeres de época como la costurera de Nada del amor me produce envidia (un personaje que a través de sus vestidos se vinculaba con Libertad Lamarque y Eva Perón), y la actriz Fanny Navarro en ¿Qué me has hecho vida mía. “De nuevo toparme con esos años y esas mujeres que me encantan y, por otro, con Soffici, uno de los directores del cine clásico argentino preferidos de Diego”, agrega. Diego es su marido, creador de películas como Tan de repente, La mirada invisible y la última Refugiado (ganadora de los Premio Cóndor y Sur), además de dirigirla en esos espectáculos (y también en el último unipersonal ¿Cómo vuelvo?), donde concretó puestas en escena de una belleza notable. Ese chispazo, ese descubrimiento azaroso del cruce entre Ibsen y Soffici, fue el germen del nuevo proyecto.
El dramaturgo Marcelo Pitrola, tercer vértice de la Compañía Flor de un día, se sumó a la aventura y, como suelen hacerlo, se pusieron a investigar sobre Ibsen y Soffici con la ayuda de especialistas como Camila Mansilla y Lucía Rodríguez Riva. El espectáculo, que va de jueves a sábados a las 21 y domingos a las 20 en Sarmiento 2715, no propone una narración lineal. Por el contrario, combina la trama central de la pieza, el rodaje de Soffici y un tercer plano: el de una joven investigadora obsesionada en descubrir por qué un cineasta volcado al realismo social, en películas como Prisioneros de la tierra y Kilómetro 111, de pronto gira hacia una película más simbolista y difusa como La dama del mar. Estos planos narrativos transcurren en un escenario azulado y ensoñado entre humo, una canción nórdica y un tango que Merlino interpreta con delicada intensidad, proyecciones de imágenes y un muelle en un lateral del escenario que acerca los personajes aún más a la platea. Un espacio amplio en el que esos mundos distantes, el de los fiordos noruegos y las playas bonaerenses, disparan sentidos diversos que se van encontrando sin solemnidad y con mucho desparpajo. “La propuesta no es meterte en la ficción desde un principio sino al revés, generar una distancia. Y a partir de ese código ir navegando en el núcleo de la trama de Ibsen y en las disrupciones que plantea hacia el cine argentino”, comenta Lerman. En este cruce entre el drama decimonónico, el film de Soffici y las apariciones de la investigadora contemporánea, hay de todo. Desde vikingos, fuerzas poderosas, hipnosis, atracciones marítimas, los vericuetos de un rodaje, los arranques de un cineasta tan frontal como campechano, una diva aterciopelada, supuestos amoríos.
“El juego que aparece en la obra y los distintos planos que se mezclan tienen que ver con dónde nos plantamos nosotros. Cuando hacés un clásico te parás desde cierto lugar, porque no es una obra que estuvo en un freezer, sino que irradia sentidos y te interpela. Tiene que ver con quiénes somos nosotros, qué queremos hacer y dónde”, agrega el director. Al punto de que el diálogo entre las capas se profundiza –en un momento hasta Ibsen le habla a Soffici– y los colores se mezclan. Ya no importa si se trata de la Élida original o de Zully haciendo de ella, si tal escena sucedió o si surge de la imaginación de la protagonista. Para el trío de creadores, es una obra extraña dentro de la producción del escritor noruego, más ligada al mundo fantástico y simbólico, y con una potencia que se apoya en su sugestión. “Nos interesó fortalecer ese aspecto raro, esa indeterminación. Nos atrajo intentar narrar algo del estado de insatisfacción de Elida, más que narrar la obra en sí. Como si la aparición del extranjero y todo lo que ocurre en la obra pudiera ser producto de su cabeza. Esto nos abrió la posibilidad de ir hacia muchos lugares, no seguir un orden cronológico y acercarnos a zonas más incomprensibles”, confiesan. Comenzaron a trabajar la dramaturgia el año pasado y a ensayar en forma intensa en febrero pasado. Los ensayos fueron, a su vez, alimentando la escritura. Por primera vez, la compañía sale del formato del unipersonal y abre el elenco. Marcelo Subiotto es el extranjero y también Mario Soffici; Esteban Bligiardi, el profesor que visita a Élida e Ibsen; Mario Bodega, el marido de la protagonista y Alberto Closas, y Flor Dyszel es la hija y la investigadora.
Merlino, quien los domingos a las 17 en Timbre 4 está presentando Nada del amor…, vuelve a conmover con este nuevo trabajo, como si ese estilo de diva antigua, contenido y preciosista, le resultara comodísimo. O le permitiera emocionar y hacer reír sin proponérselo. “No hago una parodia de esas mujeres, las adoro. No me burlaría jamás de ellas”, asegura. Y desliza una sutil distinción entre las dos damas a las que da vida en la nueva pieza. “La Elida de Ibsen es más suelta, más liberal, hasta huele al profesor frente a su marido, mientras que Zully y su Elida están más agarradas, más encorsetadas.”
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