TEATRO › ENTREVISTA A MAURICIO KARTUN, PAULA RANSENBERG Y LUCIANA DULITZKY
Kartun escribió, Ransenberg dirige y Dulitzky interpreta La suerte de la fea, una obra que busca recrear la atmósfera porteña de los años veinte y el universo particular de las orquestas de la época. El dramaturgo reflexiona sobre el concepto de belleza en el arte.
› Por Candela Gomes Diez
En un bar porteño, una orquesta de señoritas toca para un entusiasta público masculino. Los hombres escuchan y, sobre todo, observan extasiados a aquellas mujeres atractivas que no son más que figurantas que simulan la ejecución de sus instrumentos. Abajo del escenario, tocan las verdaderas intérpretes, destinadas, por su fealdad, a tocar en un foso frío, invisible a los ojos del auditorio. Viola es una de esas condenadas, una violista talentosa que observa impotente cómo la bella Yolanda, su alter ego escénico, logra llevar al clímax a decenas de hombres con ademanes fingidos sostenidos por su música.
La historia de esta singular violista se despliega en La suerte de la fea, narrada por su propia protagonista, y nacida de la pluma y la imaginación exquisita e inagotable del dramaturgo Mauricio Kartun. Escrita una década atrás, la obra es llevada por primera vez a escena de la mano de la talentosa dupla integrada por Paula Ransenberg y Luciana Dulitzky, quienes decidieron apostar nuevamente a la fórmula creadora de Sólo lo frágil, el unipersonal que escribieron juntas. En aquella oportunidad, Ransenberg asumió el papel protagónico mientras que Dulitzky se encargó de dirigirla, pero en el nuevo proyecto intercambian roles para ponerle voz y cuerpo al monólogo escrito por Kartun.
Acompañada por la música en vivo del violista Fede Berthet, Dulitzky se desplaza en un escenario diminuto, para interpretar con destreza el parlamento de una violista que no nació para ser mirada, y que en su soledad sólo puede ostentar la suerte de ejecutar una música orgásmica que resulta ser la principal atracción del bar. La representación transforma en puesta teatral el trabajo del autor, quien inspirado por La Madonnita, otra de sus obras, buscó recrear la atmósfera porteña de los años veinte y el universo particular de las orquestas de la época. Ransenberg y Dulitzky ignoraban la existencia de ese escrito hasta que lo descubrieron y, según cuentan, “fue una revelación”.
–¿Qué les interesó de esta obra para decidir llevarla a escena?
Paula Ransenberg: –Me la presentó una de mis alumnas de teatro. Estábamos haciendo, para una muestra, la obra de Mauricio Ala de criados, y ella me presentó este texto diciéndome que su protagonista le recordaba a Tatana, el personaje que tenía que interpretar en una escena donde dice que es fea. Entonces leí el texto, que no conocía, y fue un descubrimiento. A este personaje le pasa algo terrible, que mueve a la compasión y al ridículo. Este es el segundo espectáculo que hacemos con Luciana. Las dos tenemos una atracción por los personajes monstruosos, que pasan por circunstancias terribles, y nos parece muy atractiva esta mezcla entre la risa y lo terrible, y cuando llegó a mis manos el texto de Mauricio me pareció perfecto para que lo interpretara Luciana, y se lo di para que lo leyera…
–¿Y qué le sucedió cuando lo leyó?
Luciana Dulitzky: –Me pasó una cosa muy fuerte. Cuando me llegó el texto, no me llegó junto con el proyecto de llevarlo al teatro. Yo estaba atravesando mi puerperio, tenía una bebé de tres meses, y pensaba que no iba a volver a actuar. Me estaba costando un montón leer y encontrar material, cuando Paula me acercó esta obra que no sabía que existía, y dije: “Esto es lo que yo quiero hacer”. Sentí mucha empatía con el personaje porque, más allá de la identificación personal, creo que habla de algo que es universal y atemporal. Es un texto que tiene mucha carne, dificilísimo, pero jugoso; tiene un lenguaje complicado, pero sustancioso.
–Ustedes realizaron en conjunto la puesta Sólo lo frágil. ¿Por qué decidieron repetir la experiencia de trabajar juntas?
P. R.: –Particularmente porque nos llevamos muy bien trabajando. Hay una mirada profunda compartida, un respeto, una admiración y una confianza en la visión de ella. Teníamos ganas hace rato de trabajar juntas otra vez.
L. D.: –Yo había querido que Pau me dirigiera antes, pero ella estaba con muchos proyectos y no se dio. Cuando me acercó este material, no hubo una propuesta concreta para trabajar juntas, y salí a buscar otros directores, y hablé con Mauricio. Tiempo después, hablé con Paula y me propuso dirigirme. No estaba segura de que Mauricio me fuera a dar los derechos de su obra, pero no me importaba, porque la iba a hacer igual, aunque fuera en el living de mi casa (risas). Yo quería meter el cuerpo y empezar a laburar.
–Este texto no se había interpretado antes…
Mauricio Kartun: –No. Tenía algunas aproximaciones. En Uruguay se estrenó, pero acá en Buenos Aires no. Como en los últimos años, mis textos los dirijo yo, éste lo tenía ahí esperando a que en algún momento se me armara algo en la cabeza como para construir un proyecto en conjunto con otro texto. La propuesta de Luciana para mí fue, intuitivamente, muy atractiva. La conozco desde hace muchos años, y hace rato me venía dando vueltas en la cabeza la posibilidad de trabajar con ella como actriz, y hubo algo en la coincidencia de que se interesara por el texto, y en que no hubiera que interesarla como suele pasar siempre en estos proyectos. Por lo tanto, ni siquiera dudé.
–¿Cómo nace la historia de esta “fea”?
M. K.: –Me habían invitado a España, y me pagaban el pasaje y la estadía con la condición de que escribiera un monólogo para un ciclo. Yo estaba en el medio de un proceso de laburo que me ocupaba la cabeza, y estaba escribiendo otra cosa, pero acepté la invitación, porque en realidad tenía ganas de ir a Madrid a comer bocadillos de jamón y tomar unas cañas (risas). Cuando iba llegando el momento de ponerme a trabajar, comencé a escribir el monólogo. Al quinto día de trabajo, mi mujer me pidió que le leyera lo que había escrito, se lo leí y puso una de sus caras inconfundibles y me dijo: “Es muy porno, y me parece que no está muy bueno”. Y me di cuenta que tenía razón, y que se podía corregir, pero me iba a llevar mucho tiempo hacerlo. Entonces cerré ese cuaderno, que cada tanto estoy por volver a leer para ver qué se puede hacer con eso, y decidí escribir otra cosa en los días que me quedaban. En ese momento, estaba saliendo de la escritura de otra obra mía llamada La Madonnita, que de alguna manera tocaba ese universo Arlt de bares de hombres solos, y entonces esta nueva historia apareció naturalmente. Me conmovía mucho el personaje de la figuranta, y esto de estar haciendo mímica de una música que toca otro. Me puse a investigar un poco sobre eso en internet, y descubrí que muchas de las orquestas famosas de tango se armaban, a veces, con el cincuenta por ciento de figurantes, porque lo que vendía muy bien era tener muchos bandoneones, pero no se conseguían tantos bandoneonistas, entonces la orquesta se componía con seis músicos, pero en realidad sólo tocaban tres, y los otros tres fingían que tocaban, y eso permitía armar giras con más volumen. Descubrí que había ahí un universo fantástico en esto de tener que fingir ser artista.
P. R.: –Cuando mi viejo vino a ver la obra, me contó que a las figurantas les decían jaboneras, porque se ponían jabón en las cuerdas para que cuando las tocaran, no sonaran.
–La obra, además de hablar de este simulacro, muestra que las figurantas estaban en escena por su belleza, lo que atraía a los hombres, y por eso la protagonista de esta historia tiene que tocar escondida. Parece ser también una historia de dolor, y de soledad…
M. K.: –Sí, pero la obra también habla de una cosa extraña en el arte que es la belleza del artista. ¿Qué es la belleza del artista? Se habla mucho de esto, de estar observando a una presencia bella. Con el paso de los años, me di cuenta de que el arte embellece y de que hay algo que se produce arriba del escenario cuando un cuerpo está en estado creativo que genera un parámetro propio de belleza de una extraordinaria atracción. Y esto no tiene que ver con ciertas condiciones convencionales de lo que uno llamaría la belleza, sino que es la belleza del cuerpo creando. Para mí hay algo de eso rondando en la obra.
L. D.: –En ese sentido, la obra es de un erotismo tremendo porque, aun sabiéndose fea, Viola considera que le corresponde un lugar en el palco, porque lo que ella hizo con Yolanda es de una belleza enorme, y su alma está ahí. En definitiva, es ella la que hace acabar a los tipos con su música.
–Usted dirige la mayor parte de sus obras. ¿Cómo vive la experiencia de que sea otro el que ocupe ese rol?
M. K.: –En los últimos años, las experiencias de dirección que vi fueron sobre textos míos ya estrenados, y eso le quita cierto erotismo, porque son espectáculos que ya tienen una vida hecha, que han creado una estética y ya han hecho una experiencia frente al público. Entonces esas reposiciones no despiertan el mismo entusiasmo. Las voy a ver por cordialidad y por compromiso, y siempre muy tarde, cuando falta una semana para que terminen. En general, no me apasionan. Sí me excita mucho la idea del estreno de un texto nuevo, como en este caso, y ver qué se puede hacer con él. Entonces siempre es muy inquietante cuando, como en este caso, aparece la epifanía y la revelación de no saber cómo poner un texto en un cuerpo, y de pronto verlo y sentirlo. Cuando pasa esto, ahí se cumple el viejo fenómeno de la relación entre el autor y el director, que es una dialéctica, de la cual el resultado es una criatura. Si la criatura es sanita, es buena y tiene mucha energía, como en este caso, es todo gusto.
* La suerte de la fea puede verse en Timbre 4 (México 3554), los domingos, a las 17.
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