TEATRO › ENRIQUE PINTI Y LOS RETRATOS DE “PINGO ARGENTINO”
Desde los tiempos de Salsa criolla, el actor siempre supo conectarse con un público a mitad de camino entre la risa y la culpa por las verdades que llegaban del escenario. En el Maipo, Pinti prepara un espectáculo en el que la historia servirá para explicar el presente.
› Por Hilda Cabrera
¿Cómo entender que quien ha dicho que los argentinos constituyen un pueblo de medianías logre que esos mismos argentinos acepten críticas y rían con su discurso? Enrique Pinti “pega parejo” sin ser violento porque no quiere mártires y salta de un tema a otro, acopiando, travieso, los disparates que jalonan la historia argentina. Mientras el fotógrafo intenta capturar su imagen en el mejor escenario, quienes lo reconocen en la calle lo besan agradecidos o lo retratan en su celular. El actor dirá luego que no se explica tal regocijo, que él no está en televisión (aunque apareció en un episodio de Mujeres asesinas), pero que, claro, lo ven en el teatro y eso es muy lindo. Cree que algunos colocan en él afectos y traumas que les pertenecen a esos otros, y que esto no lo desilusiona, pues sospecha que algo de lo que transmite “le va bien a un montón de gente”. Y así es, pues aun quienes están en desacuerdo, sea en lo ideológico o artístico, se divierten con su trabajo. “¿Será porque la gente escucha lo que quiere escuchar?”. No imagina aún cómo reaccionará ese público en el estreno de Pingo argentino, el próximo viernes 5 de enero en el Teatro Maipo. “Eso es un enigma”, resume. La obra es en todo caso otro apunte humorístico sobre el pasado y sobre el enmarañado presente, puesto que escudriña la historia argentina desde comienzos del siglo XIX hasta estos días, siempre en el descacharrante estilo de Enrique Pinti.
–Los prototipos argentinos son una constante en sus textos. Sobre sus primeros espectáculos se decía que su público estaba compuesto en su mayoría por esos prototipos, a los que dejaba mal parados pero contentos.
–Sí, es raro, pero eso ya no pasa. Creo que en los años ’80, a partir de la democracia, alguna gente de clase media, incluyendo a los intelectuales, se sentía un poco culpable por haber callado o hecho como que no sabía qué estaba ocurriendo. No critico mal: se cuidaban. Pero, claro, destapaba ollas y los que se sentían culpables creían que les estaba hablando a ellos. Pura paranoia.
–¿Quiere decir que se identificaban por la culpa?
–Sucedía a veces, aunque no diera nombres. Hablaba por ejemplo de nuestro complejo de inferioridad y relataba –con cierto placer morboso– mis viajes a Estados Unidos y los de quienes anhelaban parecer gringos tiñéndose el pelo. Una conocida que asistió a ese espectáculo se sintió herida creyendo que me refería a ella. Otra vez critiqué el uso de los abrigos de piel y una amiga tiró al suelo su tapado, avergonzada. Sin proponérmelo, estaba tocando una parte enferma.
–¿Hubo un cambio en el público?
–Por suerte sí. Creo que ahora se identifica porque le pongo un poco de orden al quilombo de todos los días. Hago el laburo de una computadora. Pienso cómo puedo transmitir lo que ocurre, cosas de todos los días y que nos pasan a todos. La diferencia es que tengo un lugar donde expresarlas. Cuento por ejemplo mi desventura en Inmigraciones de Estados Unidos y el público se pone de mi lado, porque algunos espectadores pasaron por lo mismo. Por ahí, imaginan que no sé hablar en inglés, aunque vaya seguido allá porque hay ciudades que amo. No me importa que desde el atentado a las Torres Gemelas me pongan mala cara, como a muchos, porque es cierto que en Inmigraciones son insolentes.
–¿Por qué eligió la figura del caballo para este espectáculo?
–El caballo es todo un símbolo de la cultura argentina.
–La vaca también...
–A ésa la comemos y al caballo no. El caballo es símbolo de pura sangre, animal de porte aguerrido, que se relaciona con algunas pasiones argentinas, como el tango y el turf. Representa al campo y al gaucho, al indio y a la alta burguesía que lo cría para exportar. Tengo el recuerdo infantil del caballo adornado que tiraba del carro del lechero que venía a casa. Quería contrastar este emblema nacional con el que lo monta. La Argentina puede ser un pura sangre, pero nunca llegará primera a la meta, porque el jinete, que simboliza tanto al gobernante como al gobernado, es un incapaz, un pelotudo. Desde Candombe nacional armo mis espectáculos a la manera de una cabalgata histórica. Acá el noble animal es de utilería. Para los afiches colocados en la puerta del teatro posó una yegüita verdadera. Las yeguas son bárbaras, nada agresivas cuando se les quiere hacer una producción de fotos.
–¿Qué diferencia a esta cabalgata?
–La pensé en 2004, antes de estrenar Los productores (que se vio en las temporadas 2005 y 2006). Ahora parece que resurge el entusiasmo: se filman más películas, llegan más turistas y la presencia de los cartoneros molesta menos a la clase media y alta. Pero desapareció la cultura del trabajo y al comprobarlo nos agarramos la cabeza. ¿Por qué no pensamos antes, cuando veíamos desaparecer las fábricas? Tampoco ahora nos preocupamos. Se dice que el Gobierno ha ganado la batalla y nosotros conformes. ¿Estamos realmente bien montados al pingo?
–¿Pretende alertar?
–Señalar, porque si no abrimos bien los ojos y nos olvidamos de lo que hemos pasado, vamos a rodar, y cómo... No se trata de negar cosas que están mejor que hace cuatro años, pero cuidado con mirarnos el ombligo. ¡He visto tanta gente entusiasmada con cosas horribles! Los humoristas tenemos la ventaja de no tomarnos las cosas de manera solemne y darnos cuenta de cuando algo anda torcido. Nuestra economía marcha según la necesidad personal de los que gobiernan y de sus amigos, y ¿quiénes denuncian esto? Solamente los lobbies enemigos, a los que uno les ve enseguida el plumero. Lo que denuncian es verdad, pero verdad a medias.
–¿Cuestión de manipular?
–Sí, y de un lado y de otro, y acá y en otros países. Conozco bastante Estados Unidos y allí la gente pensante lo está pasando mal. No tiene quién la represente. Los demócratas son mejores que los republicanos en el tema de derechos humanos, pero al mismo tiempo son tibios, muy timoratos.
–¿Y en Argentina?
–Acá hay dos tendencias, una liberal populista y otra liberal de derecha. La vieja historia...
–Y las impredecibles alianzas.
–Me cuesta entender esos pases. Por eso también insisto en hacer espectáculos sobre nuestras realidades (Salsa criolla, Pan y Circo, El infierno de Pinti, Pinti canta las 40, Candombe nacional, Pericón.com.ar y muchos más). La historia de Blancanieves o las de Caperucita Roja y Cenicienta varían según quién las cuente. Pueden ser historias truculentas o de amor, de magia o de gente sin escrúpulos: Cenicienta puede ser una trepadora social y Blancanieves una ninfómana que se acuesta con siete enanos. El cuento más viejo es también nuevo. Entonces resumo nuestra historia de modo más loco cada vez, como en los concursos de televisión. En Pingo argentino aparecen San Martín, Belgrano, Castelli, Moreno, Sarmiento, Mitre, Rosas... Ellos están en nuestra pasarela.
–¿Cuál sería la pasarela del presente?
–Desfilan otros nombres pero las vedettes son las de siempre. Se llaman Globalización, Inseguridad, Contaminación, Corrupción, Impunidad.
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