TEATRO › ENTREVISTA A ALFREDO ALCON Y RUBEN SZUCHMACHER
El actor y el director hablan de Muerte de un viajante, la obra de Arthur Miller que se estrenará mañana en el Paseo La Plaza. Alcón, que se pondrá en la piel del célebre personaje creado por el dramaturgo neoyorquino, dice que el texto “parece escrito por un autor argentino de hoy”, aunque también le encuentra cosas de Discépolo y de Roberto Arlt. Nuevas lecturas para un clásico que, en su momento, mostró la contracara del sueño americano.
› Por Cecilia Hopkins
Que al final de la vida, un hombre vale más muerto que vivo, eso es lo que Arthur Miller le hace decir a Willy Loman hacia el final de Muerte de un viajante, cuando el protagonista hace planes sobre los beneficios que su mujer obtendrá de su seguro de vida, al tiempo que se imagina en su propio funeral, rodeado por todos aquellos que, a su criterio, lo han admirado hasta la envidia. Alienado por las presiones laborales, afectado por sus propias exigencias, el viajante de comercio termina convertido en la contracara del sueño americano. Es que a fines de la década del ’40 no es posible aspirar al éxito, al bienestar y al reconocimiento del otro si los años han comenzado a minar cuerpo y alma. Para colmo de males, Willy depositó sus esperanzas en unos hijos que ha idealizado hasta el ridículo, otra de las causas de su caída final. Dirigida por Rubén Szuchmacher, la obra estrenada en 1949 (ver recuadro) subirá a escena mañana en la sala Picasso del Paseo La Plaza, con un elenco encabezado por Alfredo Alcón, quien ya había asumido hace casi 30 años el mismo personaje bajo la dirección de Omar Grasso, en el teatro Blanca Podestá. Completan el reparto Diego Peretti, Luciano Cáceres, María Onetto, Roberto Castro, Carlos Bermejo, Javier Lorenzo, Pablo Caramelo, Mónica Santibáñez y Francisco Civil. La escenografía y la iluminación pertenecen a Jorge Ferrari y Gonzalo Córdoba, respectivamente.
A Alcón no le gustan demasiado ni los prólogos de los libros ni los catálogos de las exposiciones. Por eso tampoco lo entusiasma demasiado el explicar las obras antes de estrenarlas. Presente junto a Rubén Szuchmacher en una entrevista con Página/12, el actor se excusa: “Soy torpe para contar lo que me pasa cuando hago un personaje”. Por su parte, el director celebra el hecho de que su protagonista no tenga necesidad de tantas palabras: “Dirigirlo a Alfredo es una fiesta, porque no hay que hablar mucho con él: tiene tanto teatro adentro que me estimula entrar en todos esos registros que él tiene para encontrar lo que corresponde a cada momento de la obra. Me interesa que el actor descubra las contradicciones de su personaje en el acto, en vez de partir de una serie de preconceptos”. El actor confirma: “Hay diálogos sin palabras que son muy nutritivos. Por eso me gusta trabajar desde el juego físico y no me parece interesante que un director tenga previamente la obra en su cabeza”. Que la dirección teatral no es un oficio asimilable a la dirección del tránsito vehicular, eso es lo que Szuchmacher asegura: “Esta obra es una catedral, pero no es tan complejo escucharle la voz a Miller desde el trabajo mismo. Yo entiendo las obras desde ahí. Si después hay algún problema es porque escuchamos mal al autor”.
–¿Cuáles son las primeras impresiones después de la lectura de esta obra?
Alfredo Alcón: –Parece escrita por un autor argentino de hoy, aunque también le encuentro que tiene cosas de Discépolo y mucho de Roberto Arlt: Willy se parece al Erdosain de Los siete locos, porque imagina que va a triunfar con planes descabellados, que un multimillonario le va ofrecer financiar todas sus ideas. Tiene esa cosa que tenemos los argentinos con las utopías: hace poco nos pasó que los chinos nos iban a resolver todos nuestros problemas. Así, en la vida de Willy Loman entran los proyectos más absurdos que lo hacen pasar del pesimismo a la exaltación, como si fuera un púber. Tiene una dificultad muy grande para conectarse con la realidad. Y como todos tenemos un poco de eso, como es una gran obra, aún leída simplemente con corrección, el pensamiento del autor circula y la recepción se produce sin obstáculos.
Rubén Szuchmacher: –La obra funciona por contrastes. No se la trabaja en una sola dirección, tiene una articulación con lo trágico y lo cómico muy particular y esto no permite que uno pueda decir si es comedia o si es drama. Hay escenas del grotesco, del absurdo. Esto tiene que ver con los procedimientos teatrales que usa Miller, muy avanzados para el tiempo en que fue escrita. Por otra parte, lo interesante es que el autor presenta los hechos y las personas con cierta distancia moral: no le da la razón a ninguno sino que los muestra junto a sus reacciones.
A. A.: –Claro, en ningún momento pone a Willy o a su hijo como ejemplos de nada...
–¿Se trata ésta de una versión de la pieza de Miller?
R. S.: –Para mí, una vez que una obra se estrena, el resto de las reposiciones de esa obra nunca son tal cual como fue escrita, sino que son todas versiones. Hemos hecho algunos cortes, porque la obra es muy larga y hoy el espectador no es el mismo, no tiene el tiempo de asistir a la misma ceremonia teatral que se instalaba en Estados Unidos en 1949.
–¿Les parece que en los hechos que describe Muerte...prevalece lo social o lo individual?
A. A.: –Creo que hoy sigue estando muy presente lo social y el momento político también. Hay en la obra una crítica a una concepción que iguala la vida con un hecho comercial. Una crítica a la idea de buscar el éxito como único resultado, a condenar el fracaso y la eliminación de los seres que no sirven al sistema. En el momento en que fue escrita, esta obra significó un gran atrevimiento.
R. S.: –Creo que lo social funciona a modo de paisaje. Sobre ese fondo se destaca una gran tragedia individual.
A. A.: –Habría que aclarar que a nosotros, los argentinos, esos datos de la realidad podrían parecernos poco paisajísticos, porque su proximidad les da un relieve muy importante...
–¿Cuál es ese paisaje?
R. S.: –El de una sociedad que descarta al que no es exitoso. En definitiva, es el paisaje del capitalismo.
A. A.: –Hoy no importa que seas sólido en tu oficio sino el caerle simpático a otro, el tener amigos para acomodarse. Los medios no muestran al que más sabe sino al más entrador, al que es más presentable.
R. S.: –Otra cosa que veo en Muerte de un viajante es algo que nos va muy bien a los argentinos que es la imposibilidad de abandonar las actitudes infantiles. La ilusión –el pensar “con esto me salvo”– tiene que ver con lo infantil y a nosotros nos falta pensamiento analítico, crítico. “¿Cuándo vas a madurar?” le dicen a Willy y él no puede escuchar que le digan eso. Para mí, lo fascinante de esta obra es que cualquiera de nosotros puede ser tocado por Willy desde algún lugar, porque habla del modo en que se relacionan las personas en los diferentes roles, aunque para mí lo que va llevando adelante la obra es la relación entre el padre y su hijo mayor.
–También el tema de la búsqueda del propio proyecto es una línea importante...
R. S.: –Es que ante una propia decisión, ¿quién no se ha sentido presionado por su padre, aun por el más liberal? Me acuerdo de que cuando decidí dejar el colegio para dedicarme al teatro, mi padre me dijo que resolviera lo que yo creía que debía hacer. Pero bajó la cabeza y usó un tono de voz... Así que, a pesar de tanto análisis, de haberme convertido en un director reconocido, a los 48 años decidí dar las materias que me faltaban para terminar el secundario (risas).
A. A.: –Cuando uno nace es como si fuera de arcilla: la primera mujer, el primer hombre que uno conoce son sus propios padres. Y esa primera relación que uno establece con ellos teñirá, de algún modo, las demás que uno vaya entablando en la vida. En mi caso, mi padre murió cuando yo era muy chiquito, y durante mucho tiempo pensé que lo suyo había sido una debilidad, porque sentía que no había tenido la fuerza necesaria como para vivir.
–Entre padre e hijo hay extrañas similitudes y diferencias. Cuando Willy se siente viejo y desea abandonar la vida de viajante, Biff, el hijo mayor, insiste en mantener una existencia nómade...
A. A.: –Biff crece con la idea de que la vida consiste sólo en la búsqueda del éxito, pero no tiene el pensamiento concreto del padre. Y él busca algo que no sabe qué es, por eso no puede quedarse quieto en ninguna parte y, a la vez, busca también dentro suyo. Hace observaciones sobre la naturaleza, ve el misterio que tienen las cosas.
R. S.: –La obra tiene una nostalgia en relación con la vida sencilla y tranquila del campo. También nosotros como sociedad no perdimos la idea de que el hombre pertenece a lo agreste, no a las grandes ciudades.
A. A.: –A mí me parece que Biff tiene una sensibilidad que podría abrirse para el lado del arte; por eso siempre pienso que podría dedicarse a escribir.
R. S.: –Yo me di cuenta de un dato que puede ser interesante: Biff tiene 34 años, la misma edad que tenía Miller cuando se estrenó la obra. A partir de esto uno puede llegar a pensar que Miller pudo haberse identificado con ese personaje.
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