TEATRO › PABLO BONTA, DIRECTOR DEL GRUPO BUSTER KEATON
En Retame, Zárate, la obra que se presenta en La Tertulia, un dispositivo escénico en forma de damero y un metrónomo que marca un riguroso tempo sirven de área de acción para una serie de personajes alienados que ejercen diversas formas de violencia.
› Por Cecilia Hopkins
A partir de Quad, obra escrita para televisión por el irlandés Samuel Beckett, los directores Pablo Bontá y Héctor Segura –ambos responsables del grupo Buster Keaton– establecieron un diseño espacial para la creación de Retame, Zárate, riguroso espectáculo sin palabras que se presenta los viernes en La Tertulia (Gallo 826). Los presupuestos de este trabajo son los que rigen la lógica del teatro físico tal como lo entiende el grupo, cuya anterior producción –Los cuatro cubos, de Fernando Arrabal– también sostuvo, como en ésta, “una mirada geométrica de la realidad para reflexionar sobre las relaciones humanas”. Los items sobre los cuales se construyó el juego en damero de los seis intérpretes fueron, según especifica Bontá a Página/12, “la articulación de acciones, la repetición de secuencias, el manejo de la precisión y la proyección de la acción, y un trabajo minucioso sobre la actitud, además de otras herramientas propias del movimiento, como las dinámicas y su uso en alternancia, la puntuación y las detenciones”. De este modo, los personajes recorren un cuadrado de 6x6, pasando sólo por las diagonales y el perímetro de la figura. Todos tienen un punto de salida y otro a modo de refugio. Pautado rítmicamente por un metrónomo, el deambular de los personajes se detiene para establecer, de a dos o de a tres por vez, relaciones signadas por la violencia, aunque de diverso orden. “Metáfora del ritmo citadino, de los encuentros casuales que nos cambian la vida, de lo inesperado, de la tensión de cualquier pequeño día en la gran ciudad, Retame, Zárate es un recorte de nuestra realidad cotidiana”, resume el director. El elenco está conformado por María Laura Barreiro, Mariana Carbol, Jorge Eiro, Lara Hernaiz, Graciela Jacubowicz y Emanuel Zaldua.
–Luego de trabajar sobre el texto de Beckett, para delimitar el espacio, después de buscar imágenes a partir del cuento “El relámpago”, de Italo Calvino, ¿la obra se generó colectivamente? ¿Qué quedó de esos textos?
–Hubo una dramaturgia de dirección, la cual fue enriquecida con un claro aporte creativo de los intérpretes en la construcción de sus personajes. De Beckett quedó el diseño especial, la precisión como premisa insoslayable, el humor ácido y una construcción dramática circular, que siempre recomienza, como una forma, quizá, de hacer más soportable la vida. “El relámpago”, brevísimo y hermoso relato de Italo Calvino, apareció en una lectura casual durante los ensayos, justamente para despejarnos de tanto Beckett... Creemos que nos permitió reforzar el sentido sobre lo absurda que se vuelve la vida en las grandes ciudades.
–¿Por qué fueron seleccionados esos personajes arquetípicos (el marginal, el educador, el alumno) y no otros?
–Seguramente resultó de una búsqueda de opuestos. Necesitábamos personajes que por su solo encuentro produjeran contradicción y por ende tensión dramática, ingrediente indispensable para una dramaturgia basada exclusivamente en detalles, construida a base de sutilezas y de pequeños hallazgos y sin otra herramienta que la acción física como motor de la narración.
–¿Cuál es el costado simbólico de las marcas de violencia que exhiben los personajes?
–Básicamente, las marcas de violencia visibles no tienen un sentido simbólico expreso y se debieron al tratamiento expresionista que nos propuso Alejandro Mateo para el vestuario y el maquillaje, que se completa con el uso de diferentes tonalidades de grises en la ropa de cada uno de los personajes, reforzando así el sentido urbano y a la vez atemporal de la propuesta.
–¿Existe un planteo consciente acerca de la diferenciación de géneros en la obra? ¿Hay implicancias generacionales?
–Hay un tratamiento de la violencia en la obra que no sabe de géneros ni edades. Quien es víctima en una escena puede volverse victimario en la siguiente, en ocasiones hasta por desquite. Los roles van rotando continuamente. El “macho golpeador” de una escena puede ser abiertamente apretado por dos colegialas en otra, el vagabundo que utiliza la violencia para amedrentar vive sometido, no sin cierta resignación beckettiana, a los golpes de su compañera de ruta, etcétera. Podríamos decir que la relación amo-esclavo va rotando continuamente, dependiendo de con quién se encuentre cada personaje.
–¿Hay alguna razón por la cual los personajes se visten ante la mirada del espectador?
–En ese primer momento de la obra rige la uniformidad. Personajes despojados, iguales en su humanidad y que se distinguen unos de otros sólo por sus diferencias físicas. Esta primera escena nos sirve como contrapunto para la siguiente, en donde “se disfrazan” para enfrentar la vida, componen, se enmascaran, hacen lo que se espera de ellos según su aspecto, su origen, su rutina, su devenir. Como nos pasa habitualmente a todos, cualquier pequeño día en la gran ciudad.
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