Miércoles, 9 de mayo de 2007 | Hoy
TEATRO › “UN ENEMIGO DEL PUEBLO”, EN LA SALA MARTIN CORONADO DEL SAN MARTIN
La puesta que hace Sergio Renán de la pieza de Henrik Ibsen tiende puentes entre el siglo XIX y la actualidad, con una serie de reflexiones sobre el arte de la mentira y la simulación.
Por Hilda Cabrera
No es héroe ni antihéroe, sino enemigo de su pueblo. El médico Tomás Stockmann es feliz –según el hermano intendente– fustigando a los funcionarios que, como él, se ocupan del bienestar de la población. El comentario irónico tiene fundamento. Tomás decidió analizar las aguas termales que atraen turistas y dinero y recibió un diagnóstico alarmante: las aguas están contaminadas. Las fábricas instaladas en la zona vierten desechos, insalubres como los de la curtiembre de su suegro. A semejanza de otras piezas del dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen, lo particular y lo social se anudan en una trama donde el compromiso ético y la defensa de la libertad adquieren relevancia: se trata de la libertad entendida como decisión voluntaria y como pulsión (dos ejemplos serían Casa de muñecas y Hedda Gabler). En Un enemigo... el enlace entre uno y otra se da a través de dos hechos: la discrepancia entre hermanos y la falta de control del medioambiente.
La acción de esta pieza de 1882 es trasladada por el director y régisseur Sergio Renán a los años ’50 y transcurre en un lugar no identificado. Se supone que el problema es tan universal como la reacción del intendente al calificar a Tomás de “provocador que exagera defectos sin importancia”. Justamente porque él pertenece a esa clase de individuos que enmascaran aquellas cuestiones que merecen un debate. Por eso también, cuando el doctor es hostigado por los pobladores (azuzados a su vez por el funcionario) le ofrece como única tabla de salvación que se retracte: “Te doy mi palabra de honor de que más adelante podrás introducir en el balneario todas las mejoras que quieras”. Pero el médico no cede, y opta por resguardar su verdad y elegir cómo vivir.
Lástima que en esta historia –que impresiona como si estuviera desarrollándose hoy mismo–, Tomás no haya advertido de qué materia están hechos quienes en un primer momento aplaudieron su descubrimiento y lo saludaron como a un héroe. El mismo esperaba de su hermano un gesto que transparentara envidia, e incluso un arranque de celos –a los que era proclive– y más aún, que se arrogara la paternidad de la investigación. Estas suposiciones de Stockmann –interpretado con naturalidad por Luis Brandoni– denotan ingenuidad respecto de su hermano y de los pobladores a los que asistió como médico.
Transcurridas las primeras escenas, donde las actuaciones –muy marcadas y convencionales– resultan poco atractivas, la historia ingresa en una zona de revelaciones, pequeñas en apariencia pero trascendentes por su proyección social. El montaje de Renán participa de esa idea de trascendencia a través de un llamativo contrapunto de secuencias domésticas y de gran espectáculo, casi operísticas. Es el caso, entre otros, de la secuencia que describe la abortada conferencia de Tomás en una dársena y en una noche fría. El director y su equipo utilizan allí a pleno los dispositivos escénicos de la sala Martín Coronado, despliegue al que aportan su experiencia la escenógrafa Graciela Galán, la iluminadora Eli Sirlin, la vestuarista Mini Zuccheri y el mismo Renán, responsable de la selección musical.
En ese clima envolvente, Stockmann enunciará más verdades, algunas en tono declamatorio. Orgulloso de su fortaleza y dueño de su presente, se pregunta qué enseñará a sus hijos de ahí en adelante, y cómo lo hará, pues ha debido abroquelarse en su casa apedreada. Tomás reflexiona incluso sobre qué es ser hombre y qué pueblo. “Ser pueblo es un honor –había dicho a sus vecinos en la noche helada del puerto–, y ese honor debe conquistarse. Tampoco nadie se convierte en un hombre por el hecho de tener forma humana. También ese nombre debe ser conquistado.” Stockmann le resta categoría de pueblo a quienes lo combaten. Estos conforman a su entender esa “masa despersonalizada”, que no significa mayoría de pobres. Descubre que esa uniformidad es contagiosa y seduce tanto como la mentira que corrompe hasta a los más progresistas. “Me rebelo contra la vieja mentira de que la mayoría siempre tiene razón”, exclama. “¿Tuvo razón la mayoría cuando asistió pasivamente a la crucifixión de Jesucristo? ¿Saben cuántos tiranos fueron apoyados por la mayoría de sus pueblos?”
No es extraño que ante estos discursos del personaje, un sector de la platea de la sala Martín Coronado aplauda y otro exija silencio. Entusiasma el arrebato del médico que defiende su postura y el duelo verbal que sostiene con su hermano intendente (otro buen trabajo de Alberto Segado). Se festeja con aplausos o risas frases como “Después de tantas mentiras que se publican en los diarios aparece una verdad” o “El mentiroso no se conforma con serlo, contagia”. La traslación de Renán es tan directa que Stockmann resulta un contemporáneo. Lo es también, aunque en diferente grado, el personaje del Borracho (especie de bufón en medio de una comparsa de aduladores) que atraviesa el escenario preguntando por quién hay que votar. Es evidente que el director ha preferido tomar de la obra aquello que supone esencial no ya para los años ’50, sino para este tiempo, destacando aspectos de orden político y ético, especialmente los referidos a la aceptación de las mentiras y el desprecio de las verdades. Así configurada, Un enemigo... se asemeja –entre no pocas contradicciones– a una declaración de principios.
8-UN ENEMIGO DEL PUEBLO
De Henrik Ibsen (1828-1906)
Intérpretes: Luis Brandoni, Alberto Segado, Pepe Novoa, Sergio Boris, Stella Galazzi, Horacio Peña, Marcos Woinski, Julieta Zylberberg, Daniel Tedeschi, Montenegro, Pablo Rinaldi, Mario Fromenteze y otros.
Escenografía: Graciela Galán
Vestuario: Mini Zuccheri
Iluminación: Eli Sirlin
Adaptación, selección musical y dirección: Sergio Renán
Lugar: Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530, de miércoles a domingo a las 20. Duración: 120 minutos con intervalo.
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