TEATRO › JEAN FRANÇOIS CASANOVAS Y EDUARDO SOLA
El dúo habla de Konga, el espectáculo de Caviar que se presenta en el Maipo, con cuadros breves y vertiginosos que hacen redoblar la concentración. “Pero la posibilidad de error genera una adrenalina maravillosa”, dicen.
› Por Cecilia Hopkins
Ya desde principios de los ’80, Jean François Casanovas y su grupo Caviar se convirtieron en sinónimo de transformismo, play back y sofisticación. Pero desde hace varios espectáculos, el artista francés hace dupla creativa con Eduardo Solá, sólido intérprete formado como bailarín clásico y concertista de piano. Entre el teatro de revistas y el music hall, con la idea de plasmar contrastes en escena, ambos artistas entrelazan lo masivo –también lo kitsch– y lo elitista. Conformado por una decena de números, Konga, la última producción de este equipo creativo, continúa sus funciones en el Maipo Concert. En esta oportunidad, el elenco por ellos encabezado –también integrado por los eficaces Sandy Brandauer, Daniel Busato, Omar Mamani, Diego Nocera, Lucas González y Martín Vojacek– vuelve a concretar la exhumación irónica de tiempos pasados, basándose en sus ritmos característicos y sus marcas vestimentarias. Así, un sinfín de peinados encumbrados, profundos escotes y tacos aguja dan cuenta de las referencias estéticas del grupo, siempre anteriores a la década del ’60. Estructurado en una sucesión de pantallazos vertiginosos, como fue siempre habitual en los shows de Caviar, este espectáculo cuenta con la producción de Lino Patalano, al igual que el anterior Segundo piso, casa de citas: “Antes todo era a partir de nuestro esfuerzo personal, desde los alfileres hasta las plumas... Ahora tenemos la tranquilidad de tener el respaldo de una producción”, afirman ambos artistas a Página/12.
–El estilo Caviar que ustedes representan permanece fiel a sí mismo, pero el espacio suele condicionar al espectáculo. ¿Ocurrió esto durante la creación de Konga?
Jean François Casanovas: –El año pasado también estuvimos en esta sala. Entonces queríamos recrear un ambiente de casa de citas. En cambio, esta vez los cuadros musicales transportan al espectador a muchos ámbitos. Pero sí aprovechamos el espacio cuando entramos a la sala, con la idea de un circo que llega a un pueblo por su calle principal.
Eduardo Solá: –Lo nuestro no deja de ser un espectáculo de concert. Aunque es cierto que la gente se pregunta cómo hacemos para, en un lugar tan chico, sacar tanto despliegue. Y tienen razón: nuestras plumas no pasan por las puertas...
J. F. C.: –Una de las escenas tuvo que desaparecer porque el vestuario no entraba por ningún lado...
–Esta vez, si bien no hay una idea que vertebra el espectáculo, hay una agrupación de los números según un criterio...
E. S.: –Lo de establecer puntos cardinales surgió sin que nos lo propusiéramos. Encontramos que había afinidad entre algunas escenas y las agrupamos por bloque.
J. F. C.: –Los cuadros latinos y porteños representan el Sur. En cambio, aquellos que muestran vestidos de fiesta, ambiente de ópera y mujeres emplumadas nos recuerdan a un reinado de la vieja Europa, con olor a rancio. Al Este ubicamos todo lo que nos lleva a la noche brumosa de los puertos, al mundo de las prostitutas. Y lo que tiene que ver con el cine, obviamente, es el Oeste.
E. S.: –Hay un conjunto de cuatro escenas que llamamos el Vortex, lo inclasificable: nosotros nos damos el lujo de tener cinco puntos cardinales...
–Allí precisamente es donde está ubicado el homenaje a Edith Piaf.
J. F. C.: –Sí, es uno de los números recurrentes en mi carrera. En 1972, en París, lo hacía de espaldas, pero sobre otra de sus canciones (ahora uso la última grabación que existe de la Piaf en vivo). Había decidido ponerme de esa manera porque tenía miedo de no hacerla bien. Luego me animé y giré el personaje hacia el frente. Desahuciada, con esa voz desgarradora, la Piaf me posesiona, porque está al borde de la muerte.
–Y para hacer contraste, Eduardo Solá saca a relucir alguno de sus monólogos. Esta vez, es el asistente de Papá Noel que lee la carta de un chico que critica con saña los regalos recibidos...
E. S.: –Me gusta elegir situaciones que me causan gracia a mí, y ése es un regalo que me hago. Este texto lo encontré en Internet y lo reformulé a mi modo. Lo argentinicé y adapté a mi humor. Los versos que recito también los elijo sabiendo que voy a hacer versiones libres. Pero en el caso de la poesía de Juana de Ibarbourou, está escrita con unas palabras tan raras que eso sólo los hace cómicos. Y hay más contrastes todavía cuando toco el piano y tengo que pasar a algo completamente distinto.
J. F. C.: –Haciendo Konga estamos metidos en una montaña rusa emocional. Por suerte, ver la propia imagen en el espejo, al salir a escena, nos resulta muy útil para vernos con el personaje “puesto” y actuar en consecuencia.
–Los números son muy breves y los cambios de ropa, complicados. ¿Nunca equivocaron el orden de un espectáculo y confundieron el vestuario?
E. S.: –Una vez salí con la peluca equivocada y otra vez, después de cambiarme como Maria Callas, salí al escenario mientras sonaba un tema de Gloria Stefan... Ahora tengo una lista con el orden del espectáculo, para que no vuelva a sucederme. De todas formas, la posibilidad de error me genera una adrenalina maravillosa.
J. F. C.: –Los cuadros son muy cortos y siempre estamos en la cuerda floja. Los ocho que actuamos tenemos la misma cantidad de cambios. Nuestro vestuario se convierte en cada función en un panal de abejas en revolución. Y cuando tenemos dos funciones seguidas, redoblamos los cuidados para que no se produzca el descarrilamiento del tren.
–El año pasado se animaron al desnudo y este año repitieron la propuesta...
J. F. C.: –Nos interesa la desnudez, pero siempre que esté muy cuidada, mostrando un buen vestuario antes de quitarlo, con buena luz y una coreografía que no deja que se vea todo... Así, la croqueta del espectador funciona de otra manera.
–¿Cómo seleccionan a sus intérpretes?
J. F. C.: –Es muy difícil elegir gente nueva, porque tenemos que dar con actores y bailarines con un amor infinito por el teatro. Y mucha resistencia porque, si no, no llegan a la semana con nosotros. Muchos murieron de muerte natural.
E. S.: –Ya hace diez años que Jean me invitó a trabajar con él, luego de trabajar juntos en eventos y pubs. Y a pesar de mi trayectoria, recién a los tres años pude habituarme a los tiempos y al estilo del grupo Caviar.
J. F. C.: –Por ahora estamos bien. Pero no hay que hablar mucho porque los dioses son celosos. Por las dudas, en el camarín tenemos una imagen de Santa Rita, que es la patrona de los imposibles, aparte de serlo de las prostitutas. Y también la tenemos a Niní Marshall, a quien siempre le hacemos un homenaje interno. Es mejor respetar las cábalas: no cuesta nada...
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