Sábado, 23 de junio de 2007 | Hoy
TEATRO › CRISTINA BANEGAS Y “LA PERSISTENCIA” EN EL SAN MARTIN
La actriz dirige la nueva obra de Griselda Gambaro que, según detalla, “se mete con asuntos sagrados de la cultura occidental”.
Por Hilda Cabrera
“En la escenificación las obras cambian: sin perder su naturaleza, se vuelven otras.” Esta frase de la dramaturga y novelista Griselda Gambaro adquiere especial relevancia ante el estreno de una nueva pieza suya, La persistencia, “obra difícil, de lenguaje metafórico, sintético, y con elementos de la tragedia contemporánea”, según Cristina Banegas, a cargo de la dirección. Escrita entre septiembre y octubre de 2004, la obra parte de un hecho que por entonces conmovió al mundo: la matanza de Beslán. Un comando checheno independentista tomó por asalto en septiembre de aquel año una escuela de Beslán (Osetia del Norte): una explosión en el interior del edificio produjo un gran incendio y la caída del techo. Durante el rescate las fuerzas de seguridad rusa aniquilaron a los chechenos allí atrincherados (sólo hubo un superviviente), y de los más de mil rehenes murieron 331, entre éstos 186 niños. Gambaro imaginó para su obra un pueblo devastado por la guerra y una choza de aspecto primitivo enmarcada en una zona montañosa, refugio de cuatro personajes: Zaida, la mujer cuyo niño fue asesinado; su esposo Enzo; Boris, hermano de Zaida; y el Silencioso, seres a los que “el odio no consuela, pero salva” y que atravesados por el dolor manifiestan “el orgullo de los crueles” y experimentan el dulce sabor de la venganza.
“Que no mientan más con el candor de los niños, con sus sonrisas encantadoras, sus dientes de leche, sus balbuceos conmovedores”, se rebela Zaida. “Los acepto, los soporto. Para los otros sólo guardo aversión. Son nuestros enemigos, así pequeños, con sus dientes de leche, con su miedo a la oscuridad. Tramposos.” La mujer desesperada trastorna su duelo.
“Cada escena y cada decisión de los personajes encierra un dilema”, sostiene Banegas quien, además de apreciar la compleja naturaleza de la obra, confiesa haber aprovechado en los ensayos la presencia del artista plástico Juan Carlos Distéfano, esposo de Gambaro, para que la asesorara sobre los colores a utilizar en la puesta.
–¿Es siempre el odio el que moviliza a estos personajes?
–Así parece. Para Griselda el detonante fue el ataque a la escuela de Beslán, pero la violencia que refleja la obra va más allá de esa circunstancia y de cualquier ideología política. Muestra la incapacidad del humano para contrarrestar sus impulsos destructivos y buscar otras formas para resolver los conflictos. Pero la furia no es lo único que mueve a los enemigos. Todos sabemos que son muchos los beneficiados en el gran negocio de la guerra.
–Según expresiones de Boris, el niño es un ser inerme y su maldad no es sino un “añadido” cultural. Zaida no piensa así, al menos después de la muerte violenta de su hijo. ¿Por qué se descree de la inocencia?
–Continuamente nos llegan noticias sobre niños que intervienen activamente en las guerras o en los movimientos de resistencia. Parece que en esas situaciones y en esos lugares no puede haber inocentes. Esta utilización de los chicos, el abuso y el asesinato nos producen gran conmoción. Viendo a nuestros hijos y nietos nos cuesta imaginar cómo son esos chicos emocionalmente y cuánto han perdido llevando armas y granadas. Cuando en las sociedades no importa que mueran niños es porque se les acabaron los valores. Las preguntas que se hace Zaida son las que seguramente nos haríamos nosotras en una situación semejante. Amamos a los niños y proclamamos ese amor, pero qué hacemos para que no caigan en la prostitución, no padezcan hambre o sufran cualquier otra violencia. Griselda plantea temas duros y a fondo. La persistencia se mete con asuntos sagrados de la cultura de Occidente, donde la niñez aparece como una etapa de la vida muy idealizada.
–Más allá de quienes opinan que la maldad es consecuencia de un entorno nefasto y de quienes consideran que es inherente al humano, ¿qué lugar ocupan los niños?
–El de un botín de guerra.
–¿Este tipo de planteo la hace sentir impotente?
–No en este trabajo que hacemos con La persistencia, porque la obra es muy conmovedora, diría que poderosa, y nosotros estamos muy comprometidos tanto a nivel actoral como técnico. Aquí hay mucho riesgo emocional e incluso físico. Los personajes se enfrentan a abismos y buscan refugio en un paisaje de montañas. Para eso necesitábamos actores con destreza corporal. La música es original de Edgardo Cardozo, que es un gran guitarrista. El fue quien creó un viento-protagonista en la obra. Ese viento parte de las voces del Coro de Niños del Teatro Colón. Escuchándolos me producen algo parecido al desasosiego y tal vez ésta sea una obra sobre el desasosiego. Esta puesta es muy importante para mí: es mi primer trabajo de dirección en el Teatro San Martín, algo para festejar ahora que cumplo (en septiembre próximo) cuarenta años de actividad teatral.
–¿Cuál fue su primera obra?
–Una pieza para chicos que escribí yo misma y a la que puso música Leda Valladares. La dirigió Paco Fernández de Rosa, mi marido en aquella época. Yo tenía 19 años y fue en el Teatro Ateneo. La obra se llamaba Requete Bonete. En esa época había una gran actividad en materia de literatura y teatro infantil: estaban María Elena Walsh, Leda Valladares, Hugo Midón, Ariel Bufano, Roberto Vega y mucha gente más.
–¿Y su debut en la dirección?
–Me inicié con Mater, un oratorio de Vicente Zito Lema donde se habla del coraje de las Madres de Plaza de Mayo. La actriz era Zulema Katz. En realidad, no dirigí tanto si pienso en los años que llevo en el teatro. Me dediqué más a la actuación, pero me gusta. Creo que La persistencia es la número diez.
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