Martes, 7 de agosto de 2007 | Hoy
TEATRO › MONICA VIÑAO Y LAS RELACIONES DE PAREJA
La directora teatral vuelve sobre uno de sus ejes temáticos, aunque ahora en tono de comedia. En Derrame, obra de Susana Torres Molina, Viñao aborda con ironía los cruces entre la amistad, la traición y el desengaño.
Por Cecilia Hopkins
El eterno tema de las relaciones afectivas entre hombres y mujeres sigue convocando a Mónica Viñao a la dirección teatral. Si en 2004, cuando estrenó su obra De todas las noches, se había propuesto indagar acerca de las razones por las cuales una pareja queda anclada en una situación de agresión, al año siguiente, con Ana querida, quiso dar a conocer una “traducción teatral” del cuento de Chejov “La dama del perrito”, el cual desarrolla una historia de un amor entre dos personas que, a pesar de la culpa y el sufrimiento, deciden no romper con sus respectivos matrimonios. También sobre la conflictiva relación de pareja, pero esta vez en tono de comedia, Viñao acaba de estrenar en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943) Derrame, obra de Susana Torres Molina, interpretada por Silvina Bosco, Claudio Da Passano, Silvia Dietrich y Néstor Sánchez.
En torno de un living clásico, Iván y Lucía, Moira y Juan, cuatro amigos que han compartido unas memorables vacaciones en común, se dan cita, al parecer, con el objeto de blanquear los amores cruzados de dos de ellos. Pero el desenmascaramiento no se produce y, en cambio, los acontecimientos pegan un giro inusitado, que encuentra a los cuatro pactando una nueva y tranquilizadora convivencia, sobre la base de la necesidad, que en forma tácita todos comparten, de liberar sus deseos inconfesables. Como en las obras antes mencionadas, en este texto también se impone el soliloquio de los personajes como estrategia para conocer sus ambiciones y motivos de aburrimiento. Tal vez sea ése –la casi ausencia de diálogo y la abundancia de reflexiones solitarias por parte de los personajes– uno de los rasgos que podrían definir los últimos espectáculos de Viñao: el año pasado estrenó en Estados Unidos una versión de El médico de su honra, de Calderón de la Barca –más soliloquios, pero al estilo del siglo XVII–, y su próximo proyecto (aparte de la dirección de Morite, gordo, texto policial de Claudia Piñeiro) consistirá en darle forma escénica al diálogo epistolar entre Chejov y Olga Knipper, otro modo de eludir un diálogo frontal en el abordaje de “una gran historia de amor, pero también una gran conversación sobre el teatro”, según define ante Página/12.
–¿En Derrame hay una vuelta al teatro de living de los años ’70?
–Tal vez el vestuario (obra de Mora Monteverde) remarca los años ’70 para dar cuenta de que en esos años el tema de las relaciones de pareja era muy común. Pero a mí, más que la temática de la obra, lo que me interesó es su estructura. La obra se va armando a partir del monólogo de los personajes sobre retazos de recuerdos y transcurre cierto tiempo antes de que se arme el diálogo que remite al presente. Me interesó mucho que, si bien todos los personajes comparten el mismo espacio, no siempre registran la presencia de los otros. Y lo que ocurre entre ellos es una intensa partitura que debí armar con los actores durante los ensayos. De todas formas, Susana Torres Molina tiene una mirada irónica y ácida. Y con la excusa de “hablemos de esto que nos pasa” hay referencias a la amistad, a la traición y al deterioro general. Igual, no es el cruce de parejas –que no es un conflicto novedoso hoy en día– lo principal aquí, aunque todo adquiera una cierta densidad, dado que los cuatro son amigos íntimos. El asunto se vuelve más interesante a través de ese espacio y ese tiempo ambiguo que se crea. Porque lo novedoso en lo teatral, en general, no está en la temática, sino en cómo se cuenta.
–¿Por qué le interesa tanto el soliloquio?
–No me había planteado antes las razones, pero me parece que es porque me interesa mucho subrayar que lo que uno siente y piensa es mucho más privado que lo que finalmente dice. Es imposible dejar que salga todo lo que está dentro de uno. Esa voz interior revela algo profundo, muy doloroso y, a veces, muy ridículo o vergonzoso. No se puede evitar elaborar un discurso en la cabeza, más allá del que se explicita verbalmente. En la versión de La dama del perrito me interesaba el modo en que Chejov manejaba la narrativa para hacer su traslado al teatro y trabajar los pensamientos y sentimientos de los personajes, hasta llegar a los que los sorprendía realmente. En cambio, Derrame tiene un tono de comedia. Tampoco Susana intentó profundizar sobre los temas que trata: la decadencia del cuerpo, el aburguesamiento de las relaciones, el hastío. Ninguno de los cuatro personajes tiene una pasión verdadera. Una es una actriz sin trabajo, su marido es un escritor que no logra escribir, y la otra pareja la componen un psicoanalista desencantado de lo que hace y una mujer que juega el juego que el otro decide. Pero hay sobre ellos una mirada juguetona, que no pretende analizar nada en profundidad. El desenlace también es una humorada.
–Es su obra más liviana...
–Sí, tenía ganas de probarme haciendo algo cercano a lo humorístico. Me gusta ver cómo se establece una complicidad entre el público y la escena, mientras estos personajes intelectuales cavilan en forma decadente sobre lo que puede suceder en esa reunión que van a celebrar. Pero todo queda en la diletancia de sus propias cabezas, mientras el tiempo se derrama y continúa transcurriendo. Sus propias vidas se pierden sin aprovecharse. Como decía John Lennon, demuestran que la vida es eso que ocurre mientras uno está ocupado en otros planes.
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