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Martes, 22 de enero de 2008

TEATRO › CRISTINA MUSUMECI, LA MUJER QUE INSPIRO EL BIODRAMA “FETICHE”, DE ADRIAN MUSCARI

Mucho más que una fisicoculturista

La pieza reestrenada en el Teatro de la Comedia comenzó a gestarse cuando el director conoció a Musumeci, licenciada en teología, diplomada en salud sexual y personal trainer.

 Por Alina Mazzaferro

Desde que comenzó el ciclo Biodrama en el Teatro San Martín, en el cual distintos directores jugaron a volcar elementos de la vida real sobre la escena, no existió un personaje tan inverosímil como el de Cristina Musumeci. La protagonista de Fetiche, la obra que José María Muscari creó en 2007 para ese ciclo y ahora repone en el Teatro de la Comedia, es una fisicoculturista licenciada en teología, diplomada en salud sexual y fanática del psicoanálisis; personaje bizarro y extraordinario, propio de la lógica incongruente y caprichosa de la ficción, que sin embargo, para el asombro de muchos, tiene su correlato de carne y hueso. Una vez más, la realidad supera la imaginación. Porque Cristina Musumeci no es sólo un personaje ideado por el rebelde Muscari sino que existe, es la personal trainer de este director y nada menos que la presidenta de la Federación Argentina de Musculación.

Dialogar con Musumeci es hacerlo con cada una de las Cristinas que aparecen en la obra del creador de Shangay, Catch y Electrashock. En escena, como un caleidoscopio que multiplica las imágenes, las actrices interpretan a una misma persona y, sin embargo, los retratos son todos diferentes. Una se preocupa sobre su nutrición, otra sólo piensa en el sexo mientras que una tercera filosofa sin cesar; la inexperiencia de la juventud, la sabiduría de la adultez y la transgresión se encuentran, chocan entre sí, discuten. Sin embargo, en el café de la sala de Rodríguez Peña y Santa Fe (donde la obra puede verse los viernes y sábados a las 23) Musumeci es una, aunque su cuerpo hable por sí solo de cosas muy diferentes de las que pronuncia la mujer de lenguaje académico. El primer interrogante es cómo llegó esta chica católica, educada en el seno de la Iglesia y estudiosa de la religión, a convertirse en fisicoculturista y, más tarde, en sexóloga. El segundo, cómo llegó ésta a manos de Muscari y aceptó convertirse en el objeto de una ficción que juega con la excepcionalidad de su persona, sus incongruencias, rarezas y contradicciones. “José María llegó a mi vida como alumno –comienza a narrar Musumeci–. Yo soy entrenadora personal y él llegó recomendado por Carolina Fal, también alumna mía. Pasaron sólo dos meses desde que lo conocí hasta que me propuso Fetiche.”

–Cuando entrenaban, ¿él indagaba su historia?

–A mí no me tienen que indagar mucho, apenas me preguntan yo hablo. No tengo dificultad para contar, así como también soy de escuchar al otro. Era un ida y vuelta. Cada vez que le contaba algún aspecto mío él se maravillaba, siempre lo impactaba. En mi vida primero fue la teología, aunque hago gimnasia desde los doce años y siempre competí en distintas disciplinas, como artes marciales o gimnasia de fuerza de alto rendimiento. Fui profesora de teología a nivel primario, secundario y terciario. Vengo de una familia católica práctica, mis padres fueron los fundadores del movimiento familiar cristiano de Avellaneda y cuando llegué a la adolescencia tenía unos bolonquis impresionantes en la cabeza.

Cristina tenía nueve años cuando le dijo a su mamá: “De grande voy a ser sexóloga”, provocando el primer escándalo. Ella se define como una transgresora, pero no sin razones, sino siempre “con un parámetro claro”. Tuvieron que pasar varias décadas para que renaciera su interés por la sexualidad y se decidiera a realizar un posgrado en salud sexual, entre ginecólogos, obstetras y psicólogos sorprendidos por la presencia de esta teóloga de gran musculatura. Cuando conoció a Muscari ella desconocía el mundo teatral y la obra de este otro transgresor. Enseguida se llevaron bien y de a poco se fue filtrando la idea de convertir a Cristina en un personaje bizarro más del universo Muscari. “Me dijo que quería inspirarse en mi vida para hacer una obra –cuenta ella–. Yo me doy cuenta de que es polifacética, entonces le dije que sí. Pero nunca me imaginé que quería poner mi nombre, que quería hablar todo el tiempo de Cristina Musumeci. Me impactó; él me estaba diciendo ‘vos me inspirás’ y ése es un piropo muy grande.”

Así empezaron las charlas y entrevistas; el equipo de Fetiche quería saber todo sobre Cristina y durante un tiempo ella no tuvo descanso, respondiendo por el frente y la retaguardia al bombardeo de preguntas sobre sexo, religión, filosofía, deporte, psicoanálisis y nutrición. “Edda Bustamante preguntaba sobre mi relación con los hombres; Julieta Vallina acerca de lo que comía; Hilda Bernard me hizo muy poquitas preguntas; con María Fiorentino tuvimos algunas charlas intelectuales muy interesantes; con Carla Crespo nos reunimos aparte para hablar de mi juventud, al igual que con Mariana A, con quien trabajamos para encontrar un punto en común: lo transgresor. Una travesti busca cambiar su cuerpo de hombre a mujer, pero también cambia su objeto sexual. Ella observaba que una fisicoculturista culturalmente parecía también querer cambiar su cuerpo (aunque las mujeres también tenemos músculos y el derecho de desarrollarlos al igual que el hombre, son nuestros y no es nada masculino) pero seguimos siendo heterosexuales.”

Las actrices improvisaban en base a fotos y conversaciones con Cristina, mientras poco a poco se iba perfilando el texto que, sin embargo, mutaba con cada ensayo. “Para mí el libreto era uno, los actores lo estudiaban y se decía. Pero éste era un libreto vivo, José María lo seguía cambiando hasta después del estreno. Yo le pedí que algunas cosas fueran modificadas para que ninguna persona cercana a mí se reconociera en la obra. Hasta último momento no sabía si iba a poner mi propio nombre en ella, hasta que al final asentí”, confiesa.

–¿Qué la hacía dudar?

–Está muy bueno que te quieran escuchar, aprehender, conocer, pero llevar eso al escenario para que lo vea todo el mundo da miedo. Pasé por distintos estadios emocionales, de angustia, tristeza, culpa, ansiedad y el cuerpo lo acusó. No podía dormir, tuve gastritis, un problema en el colon. Traté de tomar cada uno de esos sentimientos y analizar qué me querían decir. Era el miedo a la mirada del otro, que puede ser lapidaria. Miedo a quedar deformada como persona. Luego las actrices me empezaron a convencer, sin darse cuenta, de lo linda que estaba quedando la obra. Lo entendí al ver el profesionalismo y el amor con el que trabajaban.

–¿Qué siente al ver el resultado final en escena?

–Como teóloga pude reflexionar algo acerca de la felicidad a partir de esta experiencia. Porque la felicidad tiene mucho que ver con que el otro te capte, te entienda y que tenga deseos de hacerlo. Se notaba en la cara de José María que disfrutaba con mis historias y mi vida. Es lo más maravilloso que te puede pasar.

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“Tuve miedo a la mirada del otro, a quedar deformada como persona. Las actrices me convencieron.”
Imagen: Leandro Teysseire
 
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