Vie 15.02.2008
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TEATRO › CLAUDIO HOCHMAN Y SU ADAPTACION DE “ROMEO Y JULIETA” AL FORMATO DE UNIPERSONAL

“Yo no hago teatro arqueológico”

El director reconoce que alguna vez le tuvo fobia a lo clásico, “criticaba a los que tomaban piezas de cuatrocientos o mil años atrás”. Finalmente rendido ante la versatilidad del dramaturgo inglés, Hochman presenta en el Centro Cultural de la Cooperación una puesta audaz, estrenada en España con su compañía Shakespeare Women Company.

› Por Alina Mazzaferro

Según Claudio Hochman, hay que perderle el miedo a William Shakespeare. Porque no hay nada más contraproducente para un director que encarar una obra con ese respeto y esa mirada solemne sobre lo clásico que impide que cada cual pueda involucrarse con el texto y contar la historia de la manera más convincente. “Me cago en Shakespeare”, bromea el autor y director que regresa a la Argentina para mostrar su Julietta, unipersonal basado en Romeo y Julieta, interpretado por su nueva compañía, la Shakespeare Women Company de Portugal (podrá verse desde hoy y hasta el 2 de marzo, de viernes a domingo a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543). Sin embargo, a Hochman le importa bastante este autor inglés del siglo XVI. De hecho, a lo largo de su carrera ha montado, tanto en Argentina como en Europa, casi una veintena de piezas y versiones libres de las tramas tejidas por el más célebre de los dramaturgos de Occidente.

Sin embargo, cuando Hochman comenzó su carrera como director, junto al recordado grupo de teatro callejero Calidoscopio, él desdeñaba a los clásicos. “Creía que cada uno debía hacer sus obras, armaba mis textos y criticaba a los que tomaban piezas de cuatrocientos o mil años atrás”, recuerda el teatrista, que ha regresado a su país natal para festejar sus veinticinco años de trabajo teatral, luego de haber vivido cinco años en Portugal.

–¿Y cómo pasó de odiar a amar a Shakespeare?

–Fue cuando me llamaron por primera vez para hacer un proyecto en el San Martín, en 1988. Uno de los objetivos del teatro oficial es rescatar los textos clásicos, entonces entré una librería para ver qué había y agarré un tomo de comedias de Shakespeare.

–¿Nunca antes lo había leído?

–Había hecho Romeo y Julieta con Miguel Guerberof, que fue mi primer maestro cuando era adolescente. No había leído otras obras. Encontré en esa librería La comedia de las equivocaciones y me encantó. Shakespeare tenía una enorme capacidad de estructuración narrativa; pasa de una situación temporal a otra de manera extraordinaria. Los personajes son siempre muy ricos y sobre todo humanos. Al principio no sabía bien qué hacía –¡ni siquiera sabía muy bien por qué hacía teatro!–, pero cuando empecé a dar clases tuve que recapitular y me di cuenta de que en esta profesión estamos hablando de lo que les pasa a las personas. Y Shakespeare es un maestro en diseñar personajes muy humanos, con nuestras mejores y peores cosas.

–En cuanto a las temáticas, ¿encuentra preocupaciones que son contemporáneas?

–Sí, porque él supo retratar al ser humano especialmente en su costado más vil y, lamentablemente, el hombre sigue siendo igual que hace 200 años.

–Generalmente existen miedos y pruritos a la hora de abordar un clásico, como si fuera pecado modificar cualquier cosa en un texto que se ha convertido en legado de la humanidad. ¿Cómo es su manera de hacerlo?

–¡Me cago en Shakespeare! (risas). Una de sus características es que es un autor no acotado, no dice cómo se tiene que hacer la obra. Los autores contemporáneos muchas veces han escrito más entre paréntesis, donde van las indicaciones para la puesta, que fuera de ellos. Shakespeare, en cambio, fue muy generoso con los directores al no decir nada respecto a eso. La obra habla por sí misma. El no dice si el actor tiene cuarenta años, si está vestido de rojo o entra por izquierda; sólo dice que un personaje sale o entra. Eso brinda la posibilidad de involucrarse con el material. Por otra parte, no creo que haya que hacer Shakespeare como se hacía hace 400 años. Hoy, las obras en su esencia funcionan, pero no en su forma. Es difícil que el público actual se banque un texto de tres horas; la sociedad ha cambiado, tenemos otros estímulos, otras necesidades.

–Por otra parte, en la época de Shakespeare ir a ver una obra de ese tipo era un entretenimiento popular, muy distante de la llamada alta cultura. Y las prácticas en torno del teatro eran otras...

–Por supuesto, sus obras eran absolutamente populares. Y eran largas, porque los espectadores iban a una fiesta, comían, estaban parados, a veces escuchaban y otras no, porque gritaban, participaban. Era otra historieta. Yo no hago teatro arqueológico, de museo. Yo tomo un material, veo dónde resuena en mí y lo cuento a mi manera. El primer paso es eliminar lo superfluo y sintetizar el texto, rescatando aquello que está maravillosamente escrito, porque me gusta la palabra en su dimensión poética.

A la hora del montaje, Hochman siempre se adapta a sus condiciones de producción. Los recursos con los que cuenta, la cantidad de actores y sus características y capacidades son el primer disparador para comenzar a crear. Por ejemplo, en su montaje de Otelo, en 1995 en la Comedia Cordobesa, ubicó la historia en un asilo de ancianos, ya que todos los actores superaban los 50 años. En Homlet (un juego de palabras entre Hamlet y omelette), espectáculo que pudo verse en 2007 en Lisboa, la protagonista, que además de actriz y cantante es bióloga, debió realizar una extensa investigación sobre venenos para componer el personaje de Claudio, el hermano y asesino del padre de Hamlet; Hochman reescribió entonces por completo la historia del príncipe de Dinamarca, haciendo foco en la relación de Claudio con el Rey e imaginando los acontecimientos anteriores a los sucesos que narra la pieza de Shakespeare.

Mientras tanto, en la pieza que el director trae a la Argentina, la tragedia de Romeo y Julieta es contada con una sola intérprete en escena (la portuguesa Silvia Balancho), quien se balancea en un trapecio y realiza arriesgadas piruetas mientras relata, desde el punto de vista de Julieta, las desventuras de los amantes de Verona. La idea se gestó cuando una actriz (que no es Balancho sino otra con quien Hochman estrenó la obra en Europa) recurrió a este director para armar un unipersonal para la Shakespeare Woman Company, agrupación que Hochman creó hace dos años en Portugal.

–¿Cuáles fueron las razones para crear esta compañía?

–La razón fue volver a los inicios. Yo empecé trabajando con el grupo Calidoscopio, con un proyecto muy personal. Después, con el tiempo, seguí siendo personal pero respondiendo muchas veces a proyectos de otros: para el San Martín, para Alejandro Romay o para compañías independientes. Tenía la necesidad de tener mi propio kiosquito, para darme otros gustos.

–¿Esta compañía ya tiene un elenco estable conformado?

–No, desde su fundación participan muchas actrices, pero no tengo ningún compromiso con nadie. Es una compañía independiente, sin subsidios y los proyectos los voy haciendo cuando tengo ganas. En Europa es difícil que la gente se sume a proyectos sin sostén económico. Las actrices que están lo hacen porque ya trabajaron conmigo y porque se identifican con el proyecto.

–¿Y por qué es sólo para mujeres?

–Por un lado, porque encontré en Portugal muy buenas actrices. Por el otro, porque quería jugar a hacer lo opuesto a la época isabelina. Allí actuaban los hombres. Acá, el elenco es femenino pero no sólo se habla de las mujeres de Shakespeare. Si alguna debe hacer de hombre lo hace. Las mujeres conocen muy bien el universo femenino pero aún más el masculino. Es un juego y como tal necesita límites; cuanto más acotados son esos límites el desafío es mayor.

–¿Qué balance puede hacer después de 25 años de teatro?

–Yo tengo, desde siempre, una tendencia a abarcar. Me gusta cambiar, me aburro. Lo mío es una constante búsqueda, persigo los desafíos. Muchos directores encontraron una fórmula y después fueron haciendo obras como en una fábrica de chorizos. Yo no sé si cambio siempre mi modo de hacer porque no encontré lo mío o porque mi poética pasa justamente por la diversidad. A mí no me alcanza con hacer Shakespeare, también quiero montar musicales y mis propios textos.

–¿Qué le genera volver a presentar una obra en Buenos Aires?

–Me da pánico. El público de acá es entendido, hay mucha oferta y de buena calidad. Por un lado me aterroriza mostrar, pero por el otro quiero hacerlo porque soy de acá y acá está mi gente.

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