Sábado, 29 de marzo de 2008 | Hoy
TEATRO › EDUARDO VASCO Y SU PUESTA DE DON GIL DE LAS CALZAS VERDES
La obra de Tirso de Molina reflexiona –según su actor y director– sobre “la falsedad como medida de todas las cosas”.
Por Hilda Cabrera
La agilidad del verso y la intriga burlona, el gusto por el enredo y la vivacidad de los caracteres dominan en Don Gil de las calzas verdes, comedia estrenada en Toledo en 1615 cuyo autor, Tirso de Molina, seudónimo de fray Gabriel Téllez, halló una fórmula eficaz para conquistar al público creando situaciones inverosímiles y personajes ambiguos. Una versión de esta pieza maestra del Siglo de Oro podrá verse hasta el domingo 6 de abril en el Teatro Presidente Alvear, interpretada por la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España (CNTC), que dirige el madrileño Eduardo Vasco, también actor, régisseur, músico y docente que trajo en 2006 El castigo sin venganza, de Lope de Vega, y Amar después de la muerte, de Pedro Calderón de la Barca. En Don Gil..., el personaje central de Juana –seducida y abandonada por su galán– descubre que “la falsedad es la medida de todas las cosas” y que a la mentira se la vence con las mismas armas de las que se vale. En diálogo con Página/12, Vasco dice aspirar con esta versión a ser, simplemente, “un contador de historias”.
–¿Cómo incide la mentira en Don Gil...? ¿Importa la búsqueda de la verdad o se trata de ejercitar el ingenio?
–En ese ambiente, tan absolutamente mezquino, el ingenio es la única salida. Para mí, los asuntos de la verdad y la mentira son secundarios en la obra. Como en todo teatro barroco, el tema central es la apariencia.
–¿Por qué se equipara la astucia con lo femenino, siendo generadora de embrollos y artificios?
–La astucia no es negativa. Permite construir otra realidad ante la “realidad base”, que conocemos extrapolando costumbres y comportamientos de la época. Y el embrollo es un elemento del barroco. Lo interesante de Tirso respecto de las mujeres es que les da “motivos”. Mientras que los motivos de los demás personajes se relacionan con mentir o transgredir por asuntos económicos, o por frivolidades, los de Juana se relacionan con la sobrevivencia. Tirso arma de motivos a Juana para que no se la vea como a una tonta que enreda porque sí.
–En este presente también se sobrevive asumiendo desafíos.
–Es que cambiamos mucho, pero no tanto. Ahora tenemos leyes sociales. Sin embargo, en España y hasta hace días, la mujer no podía siquiera heredar. Hasta mediados de los ’70 no podía sacar el carnet de conducir si el marido no le daba permiso. El marido que mataba a su mujer por adulterio era desterrado. Esa era la única pena. Veníamos de un gobierno franquista muy influido por la Iglesia y socialmente muy represor, que echó por tierra la Constitución de 1812 y los avances de la primera y la segunda República, de un vanguardismo alucinante en cuanto a leyes sociales.
–¿Cuál es hoy el enfoque sobre los clásicos españoles?
–Nuestra mirada es histórica, y pensamos en el espectador como ser histórico capaz de sacar consecuencias por sí mismo. No nos interesa enviarle guiños para que establezca paralelismos con el mundo contemporáneo.
–¿Qué le aporta la dedicación a los clásicos?
–Antes de entrar a esta compañía había trabajado en ocho clásicos españoles. Creo que mi amor por este teatro viene por su poesía, la belleza del verso, la música y los demás elementos que reúne cada una de las obras.
–¿Cuánto influye en el vigor de los diálogos la conjunción de lo refinado y lo popular? En esas obras aparecen aristócratas, criados...
–El teatro clásico está contaminado de lo que se llama “el gusto español”. Una tragedia nunca es pura, porque siempre está aderezada con tintes de comedia, y lo contrario sucede en la comedia, donde se produce un acercamiento mayor al público. Lo que inventa Lope de Vega en su época es revolucionario, fundamentalmente, porque logra conciliar a los directores, los autores, los elencos y los espacios entre sí. El sentido teatral de los autores del Siglo de Oro es tremendo. Exprimen cada situación hasta el máximo, dominan todos los géneros y satisfacen tanto al espectador de palacio como al pueblo.
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