TEATRO › ENTREVISTA A ALFREDO ALCóN, DE GIRA POR ESPAñA CON EL REY LEAR
“La experiencia sirve de poco”, completa el actor, que finaliza mañana las funciones en Madrid y sigue por Sevilla y Cataluña.
› Por Juan Cruz *
Desde Madrid
¿Es el rey Lear? Es Alfredo Alcón; alto, vestido de negro, parece que fuera a volar en medio de la calle frente al Valle Inclán, donde representa El rey Lear, de Shakespeare, en versión de Juan Mayorga y con dirección de Gerardo Vera. Tiene 79 años. Es uno de los grandes de la escena; en Argentina lo aplauden por la calle. En España fue actor predilecto de José Luis Alonso (El zapato de raso, de Claudel) y de Lluís Pasqual (El público, de Lorca). Mañana termina las funciones en Madrid; el 1º de mayo estrena en Sevilla, para terminar su gira en Cataluña, en junio.
–Dentro de nada cumplirá 80 años. ¿Qué le hace el tiempo a un actor?
–Lo estropea. La experiencia sirve para muy poco. Uno vale lo que hace ahora. Y en teatro más, qué sabe uno cómo te va a salir la función de hoy, aunque la de ayer haya sido espectacular.
–¿Y sirve el teatro?
–Es como una nostalgia. Sirve porque nos gusta que nos cuenten cuentos, como cuando éramos pequeños. El teatro es de mirada libre, permite una interpretación libre de la realidad.
–Por eso tiene tanto éxito Shakespeare, porque habla de la vida.
–Era la teoría de Lorca cuando llevaba La Barraca a los pueblos de España. Les llevaba las grandes obras del Siglo de Oro: decía que era el lenguaje del pueblo, que le había sido arrebatado.
–¿Y qué fue aprendiendo usted, qué le ha dado la vida?
–Ni hago balances ni creo en ellos. Los demás dicen que soy un hombre grande, pero yo soy el mismo chico que jugaba al teatro en la azotea de mi casa. Poner un rótulo a cada cosa nos da la sensación de que dominamos ese desorden que es estar vivo.
–Y no dominamos nada.
–Y cuando uno cree que domina está perdiendo la vida. Si quiero poner mi experiencia de ayer en el día de hoy, me pierdo el día de hoy. Todas las funciones son distintas. Y eso hace que los actores de teatro seamos tan inseguros.
–Y del teatro, de lo que dicen las obras, ¿qué aprende?
–Uno tiene la sensación de estar en vísperas de una revelación que nunca llega. Hay días en que el espectador y el actor respiran al mismo ritmo, se comparte la pasión, y cuando llega ese momento se produce en escena un compañerismo pudoroso, una camaradería con los actores... Déjeme que le diga esto: España no se porta muy bien con sus actores.
–¿No?
–No. En Argentina, ya seas el malo o el bueno, no te cobran los taxis, muchas veces te invitan en los restaurantes. Me lo dijo un actor español: “Sois mejores actores porque la gente os mira con afecto, y el afecto hace crecer”.
–Eso revela una manera de relacionarse con la cultura.
–Hasta hace poco a los cómicos no nos enterraban en sagrado; la Iglesia nos consideraba seres demoníacos: ¡queríamos ser otros! Pero la gente va al teatro; en Buenos Aires los actores tardamos horas en dejar el teatro cuando hicimos Eduardo II. ¡Nos esperaban, mis compañeros españoles no daban crédito! Allí nos sentimos necesarios.
–No lo pararán en la calle, pero aquí lo quieren mucho...
–Eso empieza con José Luis Alonso, que fue el primero que confió en mí. Ahora, Gerardo es muy generoso. Siento por este país un afecto pudoroso, y he sentido que me quieren, como quieren los españoles. Recuerdo una representación de Edipo rey; hablaba en el escenario, y siempre veía a Vicky Peña con un vaso de agua, en las bambalinas; me acercaba, le pedía y bebía. Y siempre había alguien con un vaso de agua. Hasta que supe que era para mí, siempre era para mí. “Claro, como hablas tanto, cómo no vamos a tenerte un vaso dispuesto”, me dijo Vicky.
–¿Qué le ha parecido este país ahora?
–Hay un movimiento muy interesante de teatro, mucha gente que estudia muy seriamente. Y hay un público mejor que el de antes.
–Y si nosotros somos juveniles, ¿los argentinos qué son?
–Adolescentes... Argentina está ahora como toda Latinoamérica. Hay que destruir tanto para construir algo nuevo... Hay tanto sometimiento a las multinacionales. No somos países, somos colonias. Pero lo que me gusta de mi país es que está muy vivo.
–¿Las heridas se cicatrizaron?
–Hay recuerdos indelebles. Si se refiere a la dictadura militar, recién están empezando a hacer algo. Hubo mucho tiempo de silencio, de injusticia, y allí no se puede contar la historia sin pensar en las mujeres de la Plaza de Mayo... Ellas son el ejemplo de la lucha constante, las han masacrado y han seguido.
–¿Tiene usted una herida de ese tiempo?
–Sí, hay gente que no volví a ver más. Más allá de las cosas que me prohibieron a mí. Yo no me fui del país a pesar de estar en las listas. La acusación era propagar ideas judeomarxistas, y todo porque había hecho La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Si no te ibas en 48 horas del país te mataban. El miedo que te daba era terrible, terrible.
–El teatro le habrá servido en esa época.
–Sí, fíjese que estábamos haciendo Hamlet. Pero decías: “Algo huele a podrido en Dinamarca” y la gente decía: “¡Fijate, dijo podrido!”.
–¿Qué nos diría hoy el rey Lear sobre lo que nos pasa?
–La obra habla más allá de lo que pasa. Habla de la dificultad del amor. Si con el amor bastara... Del hecho de que el amor no basta nace todo el mal del mundo. Porque si bastara...
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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