CHICOS › ¡PAYASOS EN BANDA!, EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES
El espectáculo reivindica el espíritu del circo, cada vez más relegado por las nuevas tecnologías. En una puesta pensada tanto para chicos como para grandes, los avatares de una familia de payasos de la vieja guardia tienen como condimento la música de Cuatro Vientos.
› Por Sebastián Ackerman
En el año del Bicentenario, también hay recuperaciones históricas que no llegan a tener doscientos años, pero que igual forman parte de la tradición argentina. Y el universo que construían los circos en sus carpas, con los payasos como animadores centrales del espectáculo, es parte de la cultura nacional, cultura que de a poco los va reemplazando. Sin embargo, el teatro se encarga de revivir aquellas experiencias que divertían tanto a chicos como a grandes. “La obra es un homenaje al payaso, a las rutinas típicas, su humor un poco ingenuo y sobre todo muy absurdo. Ese mundo que parece que se está perdiendo con las nuevas tecnologías por un lado, y las nuevas propuestas circenses por otro, mucho más fastuosas, donde el payaso va quedando relegado”, explica José Páez Toledo, director de ¡Payasos en banda! Roberto Catarineu, que interpreta al presentador Nino, y Julio Martínez, de Cuatro Vientos, coinciden respecto de la intención de la obra, que se presenta los fines de semana a las 15 en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815).
El espectáculo cuenta la historia de una familia de payasos que deberá atravesar una serie de situaciones que los llevarán de una alegría infinita a la tristeza de la posibilidad de tener que abandonar aquello que tanto disfrutan: ser –precisamente– payasos. Y esas circunstancias son musicalizadas en vivo por la agrupación Cuatro Vientos, con “copetines” –como los define Martínez–, o canciones “que pueden ir desde una de cancha hasta un vals”, según adelanta, y la presencia infaltable en todo circo de una trapecista, “novia lunar” de los payasos. Pero lo que le interesa destacar a Catarineu es al payaso, ya que, sostiene, es una figura central en la actividad teatral, y un papel que ya conoce: interpretó Narices en el ’83, con Andrea Tenuta. “Yo me siento payaso también. Aunque sea un actor dramático, uno se siente histriónico, ridículo. Hacer llorar y reír es algo de payaso”, argumenta.
A pesar de los avances tecnológicos y del crecimiento del cine y la televisión, hay algo en el circo que sigue atrayendo tanto a grandes como a chicos. Es que al hecho de la representación en vivo se suma todo ese universo que hace al circo un espectáculo único. “Hay rutinas circenses que son clásicas, tienen cincuenta, cien, dos mil años... bueno, dos mil no (risas). Pero esto no se pierde”, opina Catarineu. “Hacemos auténticas payasadas”, se entusiasma. Páez Toledo apuesta a que “tanto el adulto como el niño se las puedan pasar bien porque, a su manera, están recibiendo algo que los conecta con la risa. El adulto se ríe porque recuerda su infancia. Hay muchos guiños para ellos. Y el niño que los ve por primera vez se ríe de las payasadas típicas, de la comedia física y de los juegos de palabras, porque captan todo”. Por su parte, Martínez señala que no es lo mismo “ver esto en teatro que en televisión, por ejemplo. Como no es lo mismo escuchar un disco en tu casa con el mejor equipo, perfectamente fiel con un excelente sonido que ir a escuchar a esa banda en vivo. Es otra cosa”, compara.
–Cuando les acercaron la propuesta, ¿qué les atrajo para aceptarla?
José Páez Toledo: –Me gustó la recuperación de las rutinas típicas. Si pienso en los hermanos Marx, ya estaban haciendo esto, como (Charles) Chaplin, El Gordo y el Flaco, Los Tres Chiflados, Abott y Costello. Nos remontamos a muchos años. Fue intentar recuperar ese mundo lo que me conmovió.
Roberto Catarineu: –Me acuerdo de que hablé con José y le dije que lo sentía como un homenaje, y la parte en donde el payaso se pone triste, para un actor es un desafío, porque es un momento dramático. Lo interesante es que suceda ese momento, aunque sea una obra para chicos, porque a ellos no los engañás. Los chicos, cuando vos llorás, se dan cuenta de que llorás; cuando sos loco, te dicen “loco, loquito”. El asunto de los chicos es extraordinario, porque no hay mediación. Los chicos se divierten con la obra, pueden reírse con los payasos, pero también ven la puesta, el canto, la música. No se trata de excitar al chico todo el tiempo, es teatro para niños. O sea, es teatro.
Julio Martínez: –Leía el guión y me imaginaba las situaciones... Me reía solo.
Páez Toledo se dedica al teatro para chicos en España, donde reside, y Catarineu también tiene una gran experiencia en el rubro: trabajó varios años junto a Hugo Midón en los distintos Vivitos y coleando, Popeye y Huesito caracú, entre otros. “Quiero decir que yo lo iba a ver a Cata en esa época y ahora tengo el orgullo de estar trabajando con él”, bromea Martínez, y Catarineu retruca: “Bueno, ¡yo no puedo decir lo mismo!” (risas).
–¿Hay diferencias entre trabajar para grandes o para chicos?
R. C.: –Para nada, no puede haber diferencias. Uno actúa. Los músicos no pueden tocar menos porque haya chicos. Es lo mismo, yo no puedo pensar en actuar menos porque el chico se da cuenta enseguida. Si se aburre se duerme, grita. Los chicos entienden mucho más de lo que uno piensa. Yo actúo con la misma energía que si actuara con Gianola, Ranni y Lito Cruz, y me divierto más tratando de creerme lo que estoy haciendo; si no, me quedo en mi casa. ¿Sabés qué aburrido es hacer algo a media máquina?
J. P. T.: –Existe una confusión al pensar que para niños hay que actuar de otra manera. Si actuás de verdad, con el mismo respeto cuando hay niños de seis años y niños de noventa, no hay barreras. Yo como director sí sé qué género estoy trabajando, que estamos haciendo un material que va para determinado público; pero si hago un Beckett es lo mismo. Pero no porque se trate de niños. Es más, la experiencia de trabajar para chicos es impresionante porque captan cantidad de cosas que a nosotros a veces, como adultos, se nos ha puesto una telaraña y se nos ha olvidado. Hemos perdido la espontaneidad y la frescura que tienen ellos...
R. C.: –La espontaneidad de volver a ser niños, la posibilidad de meterte en ese mundo. Por ahí las obras son distintas, por ejemplo Beckett y Zaballa (autor de ¡Payasos en banda!), pero no la actuación.
J. M.: –No podemos tocar menos porque son chicos. Además, nunca hicimos música para niños; hicimos música. Por ahí, si tocamos la Sinfonía 40 de Mozart no la hacemos de diez minutos, la hacemos más corta. Pero es Mozart. Entonces, acá no hay música para niños, hay música.
Catarineu recuerda algo que vio por televisión, a propósito del Mundial que se está disputando en Sudáfrica, que según él “no tiene nada que ver con esto, y tiene que ver. Hoy escuchaba a Roberto Perfumo hablando del Mundial, y decía que lo que falta es jugar a la pelota. Falta jugar, y jugar como cuando éramos chicos, decía. Uno tiene que jugar, y cuando eso ocurre empieza a venir la magia”.
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