Viernes, 22 de abril de 2011 | Hoy
CHICOS › EL CABALLERO DE LA MANO DE FUEGO, EN EL TEATRO ALVEAR
Daniel Spinelli dirige esta puesta del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín, basada en la obra de Javier Villafañe. Se trata de una interesante “comedia musical farsesca”, que logra entrelazar naturalmente lo cómico y lo dramático.
Por Sebastián Ackerman
La historia es tradicional de las novelas de caballería: la doncella es raptada por el villano y el héroe debe acudir en su auxilio para rescatarla. Pero la apuesta es distinta cada vez, ya que puede contarse de variadas maneras. Y en El caballero de la mano de fuego, la opereta de los Titiriteros del Teatro San Martín eligieron mezclar una puesta farsesca de títeres con el género musical, en la que lo cómico se relaciona con lo dramático de manera natural. “Esta puesta comenzó a pensarse en el 2009, cuando Javier (Villafañe, su autor) hubiera cumplido 100 años”, asegura a Página/12 Daniel Spinelli, director de la nueva versión. La obra, originalmente, “fue una aventura de caballería que Javier escribió cuando andaba por los caminos”, recuerda. “Se presentaba en un retablo itinerante y, en ocasiones, era iluminada con un farol de kerosene. Se hacía en los pueblos rurales, pero tiene esa exquisitez que está escrita en romance octosílabo”, elogia al texto que, con esta puesta, se presenta sábado y domingo a las 16 en el Teatro Alvear (Av. Corrientes 1653).
Esta “comedia musical farsesca” incluye a los músicos en vivo, que enmarcan coreografías que realizan los títeres sobre el escenario. Spinelli comenta que para que sea un “buen homenaje”, pensó que podían cantarla, “como fusión de la poesía, la música y los títeres”, y entonces le pidió al maestro Santiago Chotsourian que la musicalizara con “cierto aire a comedia musical”. “El se entusiasmó, ¡y me trajo una opereta!”, ríe, y señala que “sobre este trabajo musical, incorporamos movimientos coreográficos, de ópera, sobre lo dramático que veníamos trabajando”. Esa mixtura es uno de los logros, cree, de la obra, ya que dice que les da dinamismo a las escenas líricas, donde “se confunde lo lírico y lo farsesco por momentos, porque la presencia del títere da eso: el caballero canta y se arregla el jopo, o después de una pelea en la que queda al borde de la muerte se preocupa por si está bien peinado. Son cosas propias del género y aun los momentos de mayor lirismo permiten esa ruptura”, apuesta.
Los personajes de la obra, que en todos estos años fue representada en Cuba, Colombia, Uruguay y Venezuela, entre otros países, no son unidimensionales, sino que, como todo el mundo, tienen sus bemoles: el caballero es bueno y valiente, pero no siempre, y el brujo y el diablo son los malos, pero no tanto. “Todos los personajes son contradictorios. ¡Uno mismo no quiere condenar al brujo! Algunos dicen que hasta podría ser un benefactor, porque se lleva de al lado del padre a la princesa...”, bromea. “Estas cosas uno las tiene presentes y tratamos de ir elaborando estas contradicciones de los personajes en la interpretación, buscando la ambigüedad. Lo contradictorio es inherente al hombre”, dice.
Esa ambivalencia aleja a El caballero... de la ingenuidad del estereotipo del espectáculo infantil, en donde los roles son claros y cerrados, y los adultos simplemente “acompañan” a los chicos. “Uno se permite traer algo que fue escrito hace muchos años, y es capaz de seguir conmoviendo ahora tanto al público adulto como al infantil –sostiene–. En el grupo de Titiriteros tenemos esa idea general: trabajamos con una propuesta que nos va a emocionar, a gustar, primero a nosotros”, confiesa. El director remarca que el objetivo es “conmoverse, reírse, llorar, estar triste o deleitarse con movimientos y música. Esta es la apuesta estética. Creo que si atravesás esa barrera cotidiana, podés llegar al corazón de las personas. El títere golpea en la emoción. No buscamos, aunque siempre lo deseamos, sólo una respuesta intelectual del público, de hacer una lectura de la trama argumental, sino que emocione”, explica.
El teatro hoy compite con otros espectáculos y otros medios, por la atención de los más bajitos. Y también contra el sentido común de que a los chicos hay cosas de las que no puede hablárseles. ¿Hay temas prohibidos en el teatro de títeres? “La muerte en escena puede aparecer como algo traumático, pero analizamos en la puesta en escena cómo finalmente se expresa. Y hasta puede resultar algo divertido”, define Spinelli, para expresar que todo puede mencionarse. “Esos guiños, esos juegos, permiten que a veces situaciones dramáticas no lo sean tanto. No los quitamos porque cuidamos la forma de expresar esto en escena. Los chicos hoy ven cosas muy fuertes en cine, en televisión, mismo en Internet. Uno sabe que seguramente el código va a estar asumido. Y también sabemos que los padres vienen con los hijos, por lo que también hay una contención, una especie de relación cómplice con los que están en la platea que permite gozar con mayor emoción lo que está sucediendo”, opina. En la platea de las obras del Grupo de Titiriteros, chicos, padres y abuelos suelen mezclarse en proporciones similares. Y el disfrute se reparte, también, de manera equitativa, aunque centrado en diferentes aspectos de las obras. “Creo que tenemos una cosa animista, esa idea de que podemos jugar con el objeto, como con el tenedor y el cuchillo cuando somos chicos, darles vida a los objetos imitando a un dios, o tratando de acercarnos. Algo de eso hay”, arriesga, y amplía: “Cuando uno va creciendo, importa también el sentido del juego, la posibilidad de jugar que el títere te da. No es ser ñoño frente a la realidad, sino ser capaz de instalarse en un lugar de juego, donde la idea de que este objeto puede tener vida, de que sea algo que no es, está permitido. Si no fuéramos capaces de hacerlo, la vida sería más aburrida. El títere es poesía. Si uno no sabe, o no ha podido ser poeta, el títere te arrima. Es poesía en movimiento, y uno puede soñarse a sí mismo con ser poeta. Es una definición estética”, concluye.
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