La editorial Galerna lanzó recientemente su colección infantil, con cuatro títulos iniciales capaces de atraer a lectores “sin edad” –esos que, más que una edad determinada, tienen determinadas ganas de leer–, marcando presencia durante el verano con buenas respuestas de ventas. La escalera del miedo, de María Laura Dedé, Mundos en venta y otros cuentos, de Verónica Sukaczer, Desastre en el supermercado, de Hernán Galdames y Los monos fantasma, de Victoria Bayona, son opciones para chicos que tienen cierta experiencia de lectura, de esos que ya piden “libros sin dibujos” y que son capaces de seguir una historia por capítulos, o la contundencia de un cuento breve con un final abierto o en suspenso. Y, como siempre sucede con los buenos libros, son aptos también para los adultos que los acompañan en la lectura –o que los piden prestados cuando el niño lo termina–. La expansión hacia la literatura infantil de un sello como Galerna es una noticia que marca cierto estado de situación en un mercado local en constante crecimiento, el de una literatura infantil y juvenil que sigue dando muestras de calidad a cargo de una cantidad de nuevos autores e ilustradores. Y también de editores.

El escritor Franco Vaccarini es el director de esta colección y dice que la pensó, en principio y como suele suceder, de acuerdo con libros que a él mismo le gustaran, pero también por géneros: “En esta primera tanda, quería que hubiera un libro de cuentos de terror (La escalera de miedo, que comienza con cuentos más livianitos y va descendiendo, como por una escalera, a zonas más escabrosas) y una novela policial (Los monos fantasma, que es una especie de parodia de la novela negra). Considero que apuntar a géneros, más que a temas –incluidos los políticamente correctos–, es una forma de introducir a los chicos en la literatura, prepararlos para que el día de mañana vayan solos a una librería y elijan lo que les gusta, porque saben qué es eso que les gusta”.

“Galerna quiso tener una colección infantil porque es un género que desde hace treinta años está en un crecimiento constante y al que todavía le queda mucho para crecer –evalúa–. Según las encuestas, aquí se lee en promedio un libro por año, mientras que en países como España, a pesar de la crisis que atraviesan, el número se eleva a tres. Las grandes editoriales no llegan, por ejemplo, a un pueblo de 50 mil habitantes con promotores, y ahí es donde encuentran su nicho los proyectos más pequeños. Lo que veo no es un fenómeno, una racha o un boom, es una industria que crece. Surgió claramente a partir del Centro Editor de América Latina, todavía en dictadura, en los ’80 las grandes editoriales empezaron a tener sellos para chicos, a los que se sumaron editoriales nuevas creadas específicamente para publicar literatura infantil y juvenil, y eso sigue creciendo. Después, es como todo: estará lo bueno, lo malo, lo desechable, lo que va a perdurar en el tiempo... Lo importante es que haya una industria que fomente la creación de lectores.”

“Solemos ser muy cínicos cuando hablamos de mercado”, advierte también Vaccarini. “Criticamos al mercado, pero después lo que compramos para leer es de Murakami. Es fácil encontrar autores brasileños o mexicanos, están a mano; los hondureños o salvadoreños, no, ¿por qué? Porque allí no hay una industria que los promueva. Bienvenido sea el mercado que permite que haya escritores que pueden vivir de su trabajo y lectores que pueden conocerlos.” Ya se anuncian los dos nuevos títulos de esta nueva colección infantil: Fútbol pirata, de Nicolás Schuff –el editor jura que fue pura coincidencia con el Mundial, aunque admite que el contexto abrirá el interés hacia el tema– y Si un caníbal te invita a cenar, de Fabián Sevilla, reciente ganador del Premio Barco de Vapor de Ediciones SM. La Feria del Libro de este año llegará con novedades de este tipo, mientras los chicos tienen más para elegir.