Sábado, 22 de febrero de 2014 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A PEPE CIBRIAN CAMPOY, JUAN GIL NAVARRO Y ALEJANDRO PAKER
Los tres protagonizan Priscilla, la reina del desierto, un espectáculo que desmiente –al menos en lo que respecta a esta obra– el título de la nota: se trata de una producción que, por su despliegue, no se había visto hasta hoy en Buenos Aires.
Por Paula Sabatés
La jefa de prensa se acerca a la cronista y comunica la mala noticia: “No sabemos dónde está Alejandro, todavía no llegó y no nos contesta el teléfono”. Alejandro es Alejandro Paker, y la noticia era bastante obvia, porque para el fotógrafo de Página/12 sólo están posando, a unos metros, Pepe Cibrián Campoy y Juan Gil Navarro. Falta –lo verá el lector en las fotos– el tercer integrante del trío que por estos días protagoniza Priscilla, la reina del desierto, musical que debutó hace dos semanas en la calle Corrientes con dirección general de Valeria Ambrosio y dirección musical de Gaby Goldman. Hay llamados y hay nervios. “Es raro, Ale no se perdería una nota, ¿le habrá pasado algo?”, se preguntan todos en el teatro, evaluando si es pertinente ir llamando al reemplazo. Pero Paker no llega y entonces hay que empezar la entrevista, porque en un rato es la función y el show debe continuar.
–Bueno, no sé, yo puedo volver otro día si quieren...
Pepe Cibrián Campoy: –No, no, empecemos. Mientras, Anita (Tomaselli, jefa de prensa), vos seguí llamándolo.
–Bueno, si quieren me pueden ir contando cómo llegaron a Priscilla... ustedes dos.
P. C. C.: –Yo, por golpear puertas. Habíamos visto con Santiago esta obra en Londres y nos había encantado. Después la vimos en Broadway. No nos gustó tanto, pero estaba muy bien igual y reafirmé que me gustaría hacer el personaje de Bernardette. Cuando me enteré de que se iba a hacer acá, no lo dudé y llamé a uno de los productores para ofrecerme. No es grave llamar, lo peor que puede pasar es que te digan que no. Le sorprendió, lógicamente, porque a mí nunca me habían dirigido. Pero me aceptaron y me dejé dirigir cómodamente, porque Valeria es una directora muy talentosa y comprometida con el teatro.
Juan Gil Navarro: –A mí me sonó el teléfono un día y era el productor general. Cuando me contó de Priscilla..., me preocupó un poco el hecho de que yo nunca hubiera hecho comedia musical. Y también tuve la inquietud de ver cómo habían pasado de la gramática del cine a la del musical. Pedí leer la obra antes de contestar y lo hice con mi mujer mientras tomábamos unos mates. Le pregunté qué le parecía y me dijo que pensara cuándo me iban a ofrecer algo tan distinto a lo que venía haciendo. Dije que sí.
Priscilla... cuenta la historia de Tick, Adam y Bernardette, dos transformistas y una transexual de Sydney que se dedican a hacer shows, imitando a las divas de la canción. Un día, Tick recibe un llamado de su ex mujer, que le reclama que aún no conoce a su hijo de casi diez años y le pide que vaya a verlos y además realice un show en el casino donde ella trabaja. Con esa propuesta (y sin mencionarles el pequeño detalle de que tiene una familia), el personaje que interpreta Paker convence a los otros dos para emprender un viaje desde la capital australiana hacia la localidad donde deben actuar, para lo cual deberán cruzar todo el desierto. Adam (Gil Navarro), el más joven y alocado, consigue un colectivo al que bautiza “Priscilla” y entonces el trío se echa a andar por distintos pueblos, algunos muy hostiles hacia su condición sexual.
La obra, que cuenta con una producción que no se había visto hasta ahora en Buenos Aires y con brillantes actuaciones de todo el elenco, está basada en la película The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert (1994), dirigida por Stephan Elliott, quien también escribió el guión del musical junto a Allan Scott. Estrenada en una época controversial (se estaba propagando la información sobre el sida), se convirtió en una de las películas australianas de mayor éxito de todos los tiempos.
–¿Construyeron sus personajes basándose en los de la película?
P. C. C.: –No, porque nosotros tenemos personalidades latinas. De hecho cuando vinieron los productores originales a verla, se quedaron fascinados por nuestra sangre, por nuestra forma de accionar y encarar las acciones. Tratamos de darles un matiz muy profundo a los personajes, muy humano. Mi Bernardette la trabajamos desde una suerte de Sunset Boulevard, desde una mujer millonaria que ha sido una gran diva.
J. G. N.: –De todos modos, no-sotros decidimos retomar un poco el norte de la película, que tiene que ver con la aridez de los personajes, y que las puestas de Londres y Broadway para mi gusto no respetaron. Es una peli de bajísimo presupuesto sobre tres personas queriendo ser otra cosa. Cuando me enteré de que en Broadway habían puesto cristales de Swarovski, me pregunté dónde habían quedado esos tres tipos que no tienen un mango y son pura pasión. Siento que nosotros construimos nuestros personajes teniendo eso presente.
–No es casual que la historia transcurra en un viaje. ¿Sienten que es una metáfora de transformación?
P. C. C.: –Yo creo que sí. Esto es una aventura. Me recuerda a Ulises con el canto de las sirenas. Por su ingenuidad, por su necesidad de ser protagonista de su propia vida. Y por cómo en ese viaje se autoboicotea para no llegar a la cima.
Tomaselli, que es la que está más próxima a la puerta del camarín donde se realiza la entrevista, de repente se agarra la cabeza. Y entonces hace su entrada triunfal, como si nada, quien será inmediatamente merecedor de varias puteadas.
Alejandro Paker: —¡Ay, no te la puedo creer!
Anita Tomaselli: –Catorce mil mensajes te mandé, te voy a matar. Ya hicimos las fotos.
J. G. N.: –¿Ves? Esto es Priscilla... (risas).
A. P.: –Estoy sin celular desde la mañana. ¡Perdóooon! Me fui al casamiento de (María Fernanda) Callejón porque fui testigo. ¡Pensé que la nota había quedado para la semana que viene! De hecho pensé que estaba llegando demasiado temprano para la función.
J. G. N.: –Tenés una lista de preguntas que te están esperando y que nosotros ya contestamos.
–No, bueno, hablamos de cómo cada uno llegó a Priscilla... y de si construyeron sus personajes basándose en la película.
A. P.: –A ver, yo creo que la peli nos sirvió de punto de partida. No es la primera vez que me toca hacer personajes que ya se habían hecho en cine o en otras versiones teatrales. Nunca trato de hacer una imitación, pero sí es una buena inspiración. Como intérprete te ahorra mucho camino, porque ya sabés cuál es el resultado al que tenés que llegar. Pero eso es sólo un punto de partida.
–La película de todos modos es más violenta y más cruda. ¿Por qué creen que los libretistas decidieron matizar la historia para la versión teatral?
A. P.: –Porque los musicales en general suelen saltar a otro registro. Tienen que entretener. Se tiende a producir como family show: entretienen y se meten por debajo de lo que se quiere contar.
J. G. N.: –Tanto es así que en la de Broadway no se profundizó la relación de Tick con su hijo. Y cuando los productores vieron que acá sí, se sorprendieron, porque a ellos no se les había ocurrido que se le podía dar tanta pelota a eso.
P. C. C.: –Yo no creo que necesariamente el musical tenga que ser entretenimiento. De todos modos, en este caso sí está bien que lo sea, sobre todo si se conserva la profundidad que tiene. Por eso siempre digo que el término “comedia musical” es un error. Pero como acá no tenemos tradición del musical, ni creo que la tengamos nunca, nunca lo vamos a entender.
–¿No la tenemos?
P. C. C.: –No, no creo para nada en el boom de los musicales. Se hacen musicales estupendos, sí, pero boom no hay. En Estados Unidos, o en Inglaterra, el musical es parte del turismo, como acá es el tango. Vas a esos países y tenés que ver un musical. Es parte de su vida. Después, sin embargo, vienen acá esas mismas producciones extranjeras y no llenan ni media sala. Hablo de Mamma mia, La novicia rebelde, Los Locos Addams. De hecho, la empresa que las trajo (Time for Fun) dejó de producir acá porque no les da plata. Y a mí me alegra un poco. Sólo lo lamento porque le quita trabajo a la gente, y eso sí es importante.
–Pero sí ven crecimiento en la calidad del género, ¿no?
P. C. C.: –Sí, pero las grandes producciones cada vez son más imposibles. Lamentablemente, y lo digo por experiencia, los musicales que antes se hacían con 30 personas, hoy se hacen con 14 porque no se puede contratar a tantos por los sueldos que estipula la Asociación Argentina de Actores, que me parece bárbaro, pero son imposibles de pagar. Los músicos lo mismo. Y así cada día habrá menos trabajo para los artistas. Por eso me jode que para protagonizar El Fantasma de la Opera traigan a una mexicana en vez de poner a una argentina y darle trabajo.
A. P.: –Afuera, los sindicatos de actores no te dejan poner extranjeros, salvo que demuestres que ningún nativo puede realmente encarnar ese personaje. A Elena (Roger) no le fue fácil llegar a Broadway. Llegó después de pasar por Londres y luego de arreglos políticos que hubo de por medio. Acá, en cambio, muchas veces nos abrimos de piernas ante los extranjeros.
–¿Eso es culpa del público o de los productores?
P. C. C.: –No, el público forma una sociedad maravillosa que le abre las puertas a todo el mundo. E incluyo a mi familia, ¿eh? Porque nadie nunca dijo: “La española Ana María Campoy”. Ella siempre fue una más. La palabra “extranjera” no existe y eso es maravilloso. Pero, bueno, trae aparejado eso otro. Zafamos porque un musical no precisa de una gran producción para ser bueno. Los argentinos somos tan creativos que con una guitarra, un violín, tres velas y talento hacemos un musical.
–Priscilla... habla de la discriminación hacia la comunidad gay. ¿Cómo ven esa situación en la Argentina de hoy?
J. G. N.: –La ley de matrimonio igualitario, naturalmente, fue un avance fantástico. Pero, y esto lo digo siendo hétero, todavía hay muchísima resistencia. La aceptación es de la boca para afuera. Se ve en la televisión, que es el medio de comunicación por excelencia. Si contar una historia de gays en tevé es moderno, entonces todavía nos falta muchísimo.
A. P.: –Yo destaco que haya más información. Y también creo que se está avanzando algo. Pero hay algo con lo que vamos a pelear mientras exista la humanidad, que es el gen de la discriminación frente a lo que desconocemos o es diferente de nosotros. Tenemos que aprender a aceptar eso, y en ese punto estamos lejos.
* Priscilla, la reina del desierto va los miércoles, jueves y viernes a las 21, y los sábados a las 20 y a las 23 en el Teatro Lola Membrives (Av. Corrientes 1280).
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