Jueves, 27 de julio de 2006 | Hoy
CHICOS › MARIANO SINGER HABLA DE SU OBRA “VINCENT Y PAUL”
El director eligió a Vincent Van Gogh y Paul Gauguin como protagonistas, porque “eran como una pareja de clowns”. Con ese lenguaje acerca a los chicos al mundo de la pintura.
Por Silvina Friera
El cielo podía ser verde; la tierra, violeta o anaranjada y los girasoles o los campos de trigo, de un amarillo impetuoso. Sus paisajes de pinceladas enérgicas no imitaban la naturaleza, sino que creaban la suya propia. Uno de los deseos de Vincent Van Gogh (1853-1890) fue tratar de alcanzar la rapidez en la elaboración de sus cuadros. Le llamaban la atención los artistas japoneses. Decía que “dibujan rápido, muy rápido, como un relámpago; es que sus nervios son más finos, sus sentimientos más simples”. En febrero de 1888 se trasladó a Arles, al sur de Francia, buscando su “Japón del sur”. Y poco tiempo después decidió invitar a Paul Gauguin (1848-1903), que llegó en octubre de ese año para cumplir con el proyecto-sueño de “la casa amarilla” de Van Gogh, un espacio donde los pintores y artistas, libres de presiones materiales, vivirían en una comuna dedicados, sin apremios, a la actividad artística. La convivencia en esos dos meses fue compleja; las discusiones subían de tono por cuestiones estéticas, por preferencias de colores o por el tratamiento de las formas. Este encuentro en Arles es el punto de partida de Vincent y Paul, obra escrita e interpretada por Mariano Singer, que se puede ver todos los días a las 16 en El Piccolino (Fitz Roy 2056).
La obra, dirigida por Ricardo Sverdlick y con la actuación de Mariano Fabricante en el papel de Paul, recrea, desde una mirada clownesca, el encuentro de estos dos genios de la pintura. A Singer, que se pone en la piel del desamparado Van Gogh, no le interesa escarbar ni repensar y ni siquiera mencionar el mito del “loco de Arles”. Eso sólo tiene importancia en las crónicas de los diarios donde se reproducían los escándalos “mediáticos” de la época. La noche del 24 de diciembre de 1888, Van Gogh amenazó a Gauguin en la calle con una navaja de afeitar, y éste, asustadísimo, huyó. El genio holandés se cortó la oreja y se la entregó a una prostituta en un burdel. “¿Por qué recordarlos con tristeza? ¿Por qué ensañarse siempre con la locura de Van Gogh, con su oreja cortada, con su suicidio?”, se pregunta Singer en la entrevista con Página/12. “Me parecía que había otra manera de contar ese cruce entre dos artistas extraordinarios y lo hice desde la alegría que me generan sus cuadros.” Y esa alegría se traduce en discusiones divertidísimas, por momentos desopilantes, entre el caótico Vincent y el pulcro, metódico y cínico Paul. La sala del Piccolino se transforma en un atelier dividido en dos partes: por un lado los famosos girasoles de Van Gogh, en el otro los cuadros de Gauguin.
Aunque la formación de Singer es teatral, muy vinculada al clown (tuvo como maestros a Enrique Federman, Claudio Gallardou y Cristina Moreira), el mundo del arte no le es ajeno. “No toques, sacá la mano de ahí”, gritaba su abuela, pintora y artista plástica, cuando veía al nieto manoteando sus pinceles y cuadros. Singer pinta, aunque aclara que no lo hace con la asiduidad que desearía. “Hay una cuestión muy romántica en la historia de estos artistas”, plantea el actor. “Ellos no tenían el reconocimiento que anhelaban, pero siguieron obstinadamente con lo que deseaban y esto tuvo sus consecuencias, porque no fue gratuito para ninguno de los dos. El hecho de que se hayan encontrado no fue casual: Vincent y Paul se necesitaban mutuamente. Pero también, a pesar de todo lo que sufrieron, hay una cuestión de inmensa alegría que me interesa rescatar. Cuando veo un cuadro de Van Gogh siento una gran dicha”.
–¿Cómo trabaja ese costado romántico de la historia?
–En principio empecé a escribir la obra con la supervisión de Ricardo Monti, y cuando le planteé la historia me dijo: “¿Para chicos?”. Y le contesté que sí, que quería contar la historia de una dulce obstinación. A mí siempre me pareció que Vincent y Paul eran una pareja de clown. Cuando Gauguin llegó a Arles, se encontró con los 18 cuadros de girasoles que Van Gogh había pintado para homenajearlo. Pero en una carta que le escribió a un amigo, Gauguin le contaba que detestaba los colores chillones de Van Gogh y decía que Vincent no sabía pintar. Gauguin lo mandaba a Vincent a hacer las compras y él se encargaba de ordenar, cocinar y administrar la plata.
–¿Por qué decidió apelar al lenguaje del clown?
–El clown me acerca y me relaciona con el público de una manera amorosa. En el clown anida la persistencia de querer hacer algo que no sale y esto se amoldaba bien a la historia de este encuentro. Y quise contarlo desde la alegría. Para mí son dos poetas inmensos del color. Hay una anécdota impresionante de la muerte de Van Gogh. Lo velaron en una mesa de billar en un bar y, cuando llegó la hora de llevárselo, Gauchet, el doctor que lo había cuidado, le pidió a su hijo que pusiera todos los cuadros que Van Gogh había pintado. Y, según cuentan, parece que “el lugar se iluminó como una catedral”.
–¿Qué cosas potencia la mirada clownesca?
–El clown potencia la necesidad de afecto, siempre está buscando que lo quieran, y Van Gogh y Gauguin también buscaban afecto. Mientras leía sobre la vida de Van Gogh, especialmente sobre la dependencia que tenía con su hermano Theo, empecé a verlo como un niño. Y el clown tiene el juego y la capacidad de asombro de un niño. Gauguin sería un clown grandilocuente que se las sabe todas.
–¿Y los chicos con quién se identifican: con el que se parece más a ellos o con el canchero, el que se las sabe todas?
–En una función del Festival de teatro infantil en Necochea hubo más de 600 personas y los pibes más grandes se identificaban mucho con Gauguin y lo insultaban a Van Gogh; le gritaban “tarado”, “estúpido”. Pero en otras funciones, los chicos más chicos se identificaron con Van Gogh. A medida que crece, el chico va perdiendo esa capacidad de asombro que tenía y se va volviendo un poco más cínico, y por eso creo que se identifican con Gauguin.
–Quizá porque interpreta a Van Gogh, parecería que usted se inclina por ese personaje. Pero desde lo estético, ¿con cuál de los dos se queda?
–Es inevitable que un actor se enamore de sus personajes. Fueron artistas extraordinarios que empezaron a pintar de grandes: Vincent tenía 25 y Paul 27 y esta cuestión cronológica también explica mi interés por estos artistas, porque yo comencé a relacionarme con el teatro de grande. Pero sin duda me quedo con Van Gogh.
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