CHICOS › LUIS PESCETTI ADELANTA CANCIONES EN EL ND/TEATRO
Con su serie de shows todos los sábados de junio y un nuevo libro a punto de ser editado (Alma y Frin), el cantautor y escritor consolida un estilo que, sin bajada de línea, apunta directo al corazón de ese todos los días de grandes y de chicos de distintas edades.
› Por Karina Micheletto
Luis Pescetti tiene nuevas canciones, de esas que parecen dar en un clavo que la vida familiar cotidiana deja a la vista, pero que pocas veces es tan bien captado, con tanta sencillez como profundo humor de por medio. Está, por ejemplo, “Boing boing”, que a pura onomatopeya describe al niño hiperquinético: “Boing boing, salto boing, corro boing, tiqui tac, tiqui tac, boing...”. O esa otra sobre los chicos que (ay) no quieren ser vistos con sus padres cerca: “Mamá, no es que me avergüence de ti, sólo no quiero que vengan conmigo, déjenme acá, te lo pido”. Con esas y otras viejas –ya clásicas– canciones, Pescetti está haciendo una serie de shows, los sábados de junio, a las 20, en el ND/Teatro (Paraguay 980), a los que define con precisión: más que un espectáculo infantil, o “para toda la familia”, el suyo, dice, es “un show sobre el humor en la convivencia en familia”.
Con este espectáculo y un nuevo libro a punto de ser editado (Alma y Frin, ver aparte), Pescetti consolida un estilo que, sin bajada de línea, apunta directo al corazón de ese todos los días de grandes y de chicos de distintas edades, que puede ser tan genial, tierno, imposible o enloquecedor, siempre sin medias tintas. Y que es agradecido por chicos y por grandes por lograr, justamente, mostrar ese mundo para encontrar que a todos les pasan más o menos las mismas cosas. Aunque, al mostrarlo, chicos y grandes puedan quedar en orsai. La mirada siempre es, en todo caso, benevolente: “Siempre es con humor y sobre todo con mucho cariño hacia las dos partes, sabiendo que, como papá, uno hace lo que puede. Tendría que haber un libro del papá ideal, pero es el que te tocó”, dice el músico, autor y compositor en la charla con Página/12.
Bien acompañado por Martín Telechanski en guitarras, Martín Rur en vientos, Diego Pojomovsky en bajo y Gabriel Spiller en batería, Pescetti propone estos conciertos como nuevos momentos a compartir. “Los chistes son todos nuevos y las canciones, casi todas nuevas –describe–, porque también tiene que haber un momento para el canto comunitario, el de las canciones ya conocidas.” Se trata de los shows previos a un futuro disco, que seguirá a El empezó primero, del año pasado, y que será el número ocho de su carrera: el título provisorio es Van ocho veces que te lo digo. Tal como están estructuradas sus presentaciones –tanto de música como de risa y participación del público–, Pescetti describe el vivo como “el momento en que la canción toma cuerpo, porque hasta entonces, tal como uno la crea, es una especie de holograma”.
–¿Cómo sería eso?
–La canción está ahí, pero no está del todo. Recién cuando la empezás a jugar con el público ves realmente el cuerpo que tiene esa canción, su densidad, su emoción.
–¿Y ha recibido sorpresas en ese sentido?
–Sí, hubo algunas que pensé que podían gustar y no pegaron, y otras como “Dejame acá”, la del nene que le pide a la mamá que no lo acompañe, que me sorprendieron. Suelo usar las redes sociales para probar qué pasa con las canciones. Con ésta posteé sólo el comienzo y en seis horas había quince mil vistas, anécdotas del hijo que se tira al piso en el auto para que los amigos no lo vean con la mamá, o de la mamá que va una cuadra atrás de los chicos... Como dice Erick, mi asistente, esos son clásicos instantáneos (risas). Porque pegaste en algo que despertó esa identificación.
–Porque observó muy bien...
–Bueno, los shows empiezan siempre en la observación. Suelen preguntarme cómo logro esa interacción con el público. Y no sé cómo se da todo eso, pero sí sé que todo empieza en la observación.
–¿Qué le enseñó ese público en estos años de trabajo?
–Dos cosas: una tiene que ver con la posibilidad de hacer esto que hago, de ser artista, una oportunidad enorme. Y me dio también una luz más larga sobre lo que yo hacía. Sos una persona que está escribiendo y componiendo en soledad, en un cuarto o un estudio, y de repente eso que hiciste tiene resonancias humanas insospechadas. Hoy llamé a una chiquita que acaban de operar, me lo pidió un librero amigo que es un genio, hablé con el papá y con la chiquita. Son resonancias que les dan sentido al propio trabajo y a la propia vida.
–Y que le otorgan una gran responsabilidad...
–Eso está desde el vamos, el hecho de trabajar para chicos es algo que me tomo muy en serio. Una vez, cuando mi hijo era chiquito, quería ponerle un zapato y él se quejaba, refunfuñaba. Finalmente se lo puse; cuando fui a ponerle el otro, me di cuenta de lo que pasaba: tenía la media adentro. El pobre tenía el pie hecho una rosca. Esta es una anécdota zonza con una media en el zapato, pero demuestra que el chico no sabe decirte: “Papá, estás mandando fruta”. No puede hacerlo. De ahí para arriba, todos los matices que se te ocurran de la entrega que tiene un niño recién llegado al mundo. No puede avisarte, no sabe qué le pasa, qué lo ayuda o qué lo incomoda, y a qué se debe. Trabajar con chicos es vital y divertido, pero siempre, siempre, infinitamente delicado. Porque además te están abriendo una puerta muy grande en las familias.
–¿Son los adultos los que abren primero esa puerta?
–A veces por vía de los chicos, porque si ven que el pibe se ríe, ellos te habilitan. El artista busca por el lado del aplauso; el papá, por el lado de la felicidad y la risa.
–El teatro suele atraer a los chicos más chiquitos, no tanto a los que ya rondan los 10 años o más. Su público, en cambio, abarca todas las edades. ¿A qué cree que se debe?
–No pienso en shows infantiles: hago humor sobre la convivencia en familia. Y en esa convivencia pasa de todo. Siempre trato de tirar puntas para muy distintas edades, porque no viene la familia con un target de edad específico. Más allá de eso, con relación a la cuestión de los chicos más grandes y el teatro, estoy seguro de que si alguien encuentra una obra sobre una temática adolescente, sería un golazo. El tema es de qué hablás, qué contás, para jugarse y hacerlo.
–¿Lo que no aparecen son los temas que enganchen a los chicos más grandes?
–No que los enganche sino que les hable. La literatura infantil quizás es la que más conectó con las distintas edades de los chicos, tiene un abanico muy amplio de experiencias humanas y apunta a distintas edades: seguro tenés un libro para algo que pasa a los 8, a los 10, 11 o 14 años. En teatro veo más difícil encontrar esa diversidad de obras y esa abundancia de temas.
–¿Qué desafío se plantea?
–Hay dos desafíos: uno es un espectáculo con canciones para adultos; tengo ahí 20, 30 canciones y no termino de redondear esa idea.
–Pero ha hecho ya algo para adultos (Cartas al rey de la cabina, con Juan Quintero).
–Claro, pero ahí leía poesía, ahora hablo de cantar para adultos.
–¿Y el otro pendiente?
–El otro es un desafío cada vez: el de la frescura de las primeras canciones. Eran canciones que venían directamente de la vida cotidiana con los chicos, porque yo era profe, era maestro de música con chicos. Después hice música para chicos y ahí ya hay más distancia, desde el escenario está todo bien, pero no es lo mismo que convivir con ellos. No es que el escenario te aleje de ellos, pero es como el chiste del que pintó la ruta y el primer día pintó cuatro kilómetros, al segundo día tres, después dos y después sólo unos metros. Le preguntaron por qué había bajado el rendimiento. “Es que la latita me quedaba cada vez más lejos”, dijo. Esto es lo mismo: ¡la latita, que algunos llaman “fuente”, queda cada vez más lejos! (risas). Igual, también uno se tropieza con esas “fuentes”.
–¿Por ejemplo?
–El otro día fui a la biblioteca La Nube, de Pablo Medina, y estaba saliendo un grupo de chicos. Con ese entusiasmo y esas declaraciones de amor que hay en la amistad en la primaria, uno le dice a otro: “Che, ¿sabés que recién me pisaste el tobillo y me lo arreglaste?”. O sea: ¡lo que fuera con tal de que seas mi amigo! (risas). La vida cotidiana está hecha de “te mato” a “te adoro”, y esos pasajes son los que aparecen en las canciones. Es como en la pareja: ¿cómo pasás de “sos el amor de mi vida” a “rajá de acá?”. ¿Y cómo puede ser que una vez más vuelvas a ser el amor de mi vida, qué pasa conmigo?
–¿Diría que sus canciones tienen un “mensaje”?
–El mensaje es: no pasa nada. Con eso que pasó no pasa nada, todos estamos en la misma. Con esa canción nueva de la que hablaba, publiqué una escena que vi en una escuela: una mujer corriendo detrás de un chico diciéndole “¡Pará que te doy un beso!”, y el chico que se escapa y le dice “¡Chau, ma!”, sin siquiera mirarla. No quería olvidarme la línea melódica que se me ocurrió, así que llamé a casa y me dejé un mensaje. Después puse en el post tanto el pedacito del mensaje como la canción. Enseguida empezaron a contar cientos de ridiculeces que han hecho padres y madres acompañando a sus hijos. “¡No puedo creer lo que hice, ja ja ja!”, y cuentan una anécdota donde quedan absolutamente en ridículo. Ahí veo que el mensaje, en todo caso, es el de quitar la sanción, la vergüenza. No es una bajada de línea respecto de un ideal, un patrón, pero sí hay una mirada humana donde uno dice “esto es así, estas cosas pasan”. Ese sí es un mensaje que me gustaría transmitir.
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