CHICOS › ¡TODOS A BORDO!, ESPECTáCULO DE TOPA EN EL TEATRO OPERA
› Por Karina Micheletto
La cronista-mami-progre encara la cobertura con las cartas marcadas: va a ver el fenómeno de la tele llevado al teatro. Toda una categoría que ya ha vivido en forma de avioncitos chillones, bailarines sacados y muñecotes siempre un tanto patéticos. El que convoca ahora es Topa, el personaje estrella del canal Junior Express, todo un héroe argento de la factoría Disney, producto nacional exportado a Latinoamérica (incluido el Brasil, con su correspondiente traducción). ¡Todos a bordo! es la obra que protagoniza en vacaciones, en Buenos Aires en el teatro Opera, y en una gira que continúa por Rosario y Córdoba. Sorteado el primer impacto de ese apuro por el consumo un tanto agresivo que implican este tipo de propuestas masivas, lo que encuentra la cronista-mami-progre es que debe guardarse buena parte de sus prejuicios. Porque resulta que la obra está muy bien, los actores y bailarines son muy buenos, la puesta en general está bien pensada y dirigida y los efectos y las pantallas están usados para realzar lo teatral, y no al revés. Y, sobre todo, lo que aparece es el encanto innegable de Diego Topa, en su doble papel del Capitán Topa y del italianísimo cocinero Arnoldo, con un ángel propio que atrae la atención de los chicos mientras tira guiños a los grandes.
Claro que, para llegar a esta conclusión, la cronista-mami-progre debe atravesar algunos sinsabores. El de la masividad es el primero, piensa, mientras arrastra a sus niños esos metros interminables hasta la puerta del teatro, al igual que otros tantos cientos de mamis, papis y abuelis, cada uno con su pequeño batallón, porque en invierno y con tanta campera los pibes ocupan más espacio que de costumbre, pero se las ingenian para perderse con la facilidad de siempre. Ya en la esquina del teatro aparece el feroz y vociferante ejército de vendedores ambulantes de banderas que los niños se clavan en los ojos y espadas luminosas que los niños se clavan en todas partes. Lo enfrenta con decisión, al grito de “¡te dije que no te compro nada para clavarte!” Pero resulta que, una vez adentro del teatro, todo está dispuesto para comprar el disco de Topa, y la remera de Topa, y la mochila de Topa, y los etcéteras de Topa, sea parte del espectáculo (“tienen que comprar los del lado de adentro del teatro, no de la puerta para afuera”, dirá él, con una ironía que los niños tomarán de lo más literalmente, en el agradecimiento final). Al final, el molinete lumínico incandescente de Frozen que ofrecían los manteros (¿qué mente diabólica habrá inventado el merchandising?) salía cuatro veces menos y duraba lo mismo: hasta que lo rompan en el viaje de vuelta a casa.
Pero, pasando a lo estrictamente teatral –que para eso ha venido hasta aquí–, esto es lo que la cronista-mami-progre anotó en su libreta (lo que alcanza a ver entre los pegotes de caramelo que dejaron sus niños cuando le pidieron upa, porque el nene de adelante se paraba en la butaca). Lo primero, es que hay una historia sólida y recursos teatrales bien aprovechados, y que además de Topa y su ángel se lucen muy especialmente el despistado Natalio (Enzo Ordeig) y los simpáticos Rulos (Brian y Joel Cazeneuve, Hugo Rodríguez); también Francis, el camarero (Julio Graham), y las chicas, aunque podrían limar los agudos: Doris, la vestuarista charlatana (Stephie Camarena) y Melody, la azafata servicial (Mariana Magaña). Se luce la dirección artística de Santiago Fernández y Natalia Del Castillo y la dirección de actores de Osqui Guzmán. Y los bailarines (Brenda Frank, Juliana González, Facundo Giordano y Fernando Liao) y la coreografía de Gustavo Carrizo. Todos cantan, bailan y actúan muy bien, y las pantallas y efectos de lluvias de papelitos subrayan la puesta, sin invadirla. Un gran momento final echa mano de un recurso tradicional, el de las pelotas gigantes que ruedan entre el público.
La historia comienza con un nuevo viaje en el Junior Express, el “monorriel” que es la base de la serie de televisión; esta vez, el destino es la Estación Teatro. El Capitán Topa no encuentra su saco, que es “único e irremplazable”, y eso es lo que desencadena las diferentes escenas, siempre con mucha música y baile, buen vestuario y escenografía, en particular en cuadros como el que lleva a la tripulación hasta el fondo del mar. Topa maneja con oficio el escenario y hasta transforma un ataque (real) de hipo en líneas de gracia y empatía. A la salida, una larga fila continúa avanzando hacia la boletería. La cronista la había visto a la entrada y había pensado que era para ingresar, pero no: es la cola para comprar tickets, y le informan que están vendiendo para septiembre. El monorriel tiene mucho camino por recorrer.
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