CHICOS › JULIA SIGLIANO PRESENTA EL MUNDO DE DONDO EN EL C. C. DE LA COOPERACION
› Por Karina Micheletto
¿Qué hacen los bebés mientras están adentro de la panza de la mamá? ¿Qué escuchan, qué sienten, qué imaginan, qué juegan? Estas preguntas que todos, más tarde o más temprano, (se) han formulado fueron el punto de partida para El mundo de Dondo, la obra que recientemente comenzó a presentarse los fines de semana en el Centro Cultural de la Cooperación (ver aparte). Con el manejo de títeres y la actuación de la encantadora Julia Sigliano, la pregunta del inicio va dando forma a un gran viaje: el que comienza allí donde todo comienza, y continúa con grandes, vertiginosas transformaciones. Este increíble viaje sigue hasta la preadolescencia de Dondo, poniendo en primer plano lo cotidiano de ese mundo ancho que es el de la niñez, siempre oscilante, con la misma intensidad, entre la maravilla y el infierno tan temido.
Todo comienza cuando Dondo todavía está en la panza, y la magia del teatro y de los títeres hace posible ponerse a ver todo lo que allí pasa. De un muy particular retablo-panza van saliendo las escenas y los muñecos de diferentes tamaños, y todo cambia con un giro, en una puesta que sorprende por lograr mucho con muy poco. En una obra preparada para ser mostrada en cualquier contexto, desde el callejero hasta el de un prolijo escenario como este, Sigliano resuelve absolutamente todo en escena –también la música–, con su actuación, sus voces y sus títeres. Y también con la cancha para incorporar intervenciones de los chicos, a quienes se invita a participar en varios momentos de la historia.
Dondo crece y comienza a hacer gracias, y a hacer caprichos, y a caminar, y le crece el pelo, y deja los pañales, y el chupete, y va al jardín. Y tiene una hermanita más grande que (¡ay!) exige saber hasta cuándo se va a quedar en casa eso que acaba de llegar. Con tanto de humor como de ternura de por medio, ese foco puesto en lo más cotidiano logra volver grandes pequeños momentos, que así pueden ser compartidos, celebrados, y hasta comprendidos un poco más. Resulta difícil que el espectador no se sienta identificado en algún pasaje de la obra, desde cualquier lugar que se sitúe: el de madre o padre, el del hijo o el recuerdo del hijo que uno fue, el del hermano más chiquito, el de la hermana mayor. Y así, tanto los adultos como los niños de diferentes edades –los muy, muy chiquitos, fascinados con el “bebito”; los más grandes, que se ríen de lo que hace ese bebé que ven tan lejano en el tiempo– comparten el lugar de público.
La historia se cuenta a través de una variedad de recursos artísticos y con el sostén de Sigliano, quien se formó con maestros como Neville Tranter, Ana Alvarado, Philippe Genty y Sergio Mercurio, en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y en la Escuela de Titiriteros del San Martín. Con títeres de mesa, títere de boca con varilla, teatro, máscara y dibujo en vivo, la actriz y titiritera crea a Dondo, a su hermanita, y a un personaje externo que puede ser la mamá, una tía, la enfermera en el momento en que nace. Y crea, también, un viaje nuevo y encantadoramente conocido.
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