Viernes, 31 de julio de 2009 | Hoy
RADIO › PRESENTACION DE ROSSANA TADDEI
Por Cristian Vitale
“Las notas me pegan como una terapia”, desliza Rossana Taddei y direcciona sus ojos grandes hacia los de Gustavo. Está esperando que se temple el té de hierbas que prepara, mientras encara un cinematográfico recorrido por su infancia. Una locación: el Monte Bre (montaña que se eleva sobre la ciudad suizo-italiana de Lugano), a cuyos pies vivió 12 años –casi los primeros de su vida– y un aire que le viene. Allí, entre lagos, nieve y alpes de ensueño, Taddei espeja su devenir. “Nací en Montevideo, pero mis padres me llevaron a vivir allá cuando tenía 16 meses. Digamos que mi primera lengua fue el italiano y en la música, bueno, arranqué escuchando toda la cosa tana de la época, entre lo más superficial, onda Doménico Modugno, hasta los más zarpados... Eduardo Bennato o Fabrizio Dandré, músicos cuyos textos eran muy contundentes... poetas de palabra fuerte y sonidos eclécticos”, dice. Su padre, artista plástico, la devolvió a Montevideo cuando ella abría las puertas de la adolescencia, pero jamás pudo desligarse de esa marca de la infancia. Vuelve una y otra vez, con el cuerpo o el corazón, y deja rastros: Feliz, uno de los discos que presentará hoy en La Vaca Profana, es en parte un homenaje al Monte Bre y sus circunstancias.
Varias razones. Primera: El tema que da nombre al disco es una perfecta descripción de la montaña. Un lugar perdido en el tiempo – “de aromas, rosas, silencio y campanas”– que la cantautora resignifica como la raíz de su corazón. “El cementerio de la montaña está lleno de tumbas que dicen Taddei... mis antepasados se fueron desparramando desde ahí hasta que llegaron a Uruguay”, cuenta. Segunda: Las letras del disco –todas de su autoría, excepto “Sud America” del italiano Paolo Conte– están traducidas al italiano. Tercera: El disco fue grabado en el estudio de la Radio Televisión Suizo Italiana y mezclado, en gran parte, también allí. “Fue un lujito para mí... fuimos a tocar el Estival Jazz y después pudimos grabar en ese superestudio con sonidistas re grossos. Fue una cosa como mezclar música y sentimiento, ¿no?: sintiendo el camino de mis antepasados que, escapando de la guerra, se metieron a pescar entre las montañas y terminaron cultivando la vid. El vino es algo central en mi árbol genealógico”, se ríe.
Los ojos de Taddei se siguen espejando en los de Gustavo (Etchenique), un baterista de enorme prestigio en Uruguay, que lleva en la mochila 12 años como parte de la banda de Jaime Roos (1982 a 1994), y algunos bajo la garra estética de Eduardo Mateo. Junto a él, más Eduardo Mauris en guitarra, Gerardo Alonso, bajo, y Andrés Ibarburu en violoncello y bajo, Taddei concretó Feliz, un compendio de doce canciones, cruzado por esa vida a dos geografías. “Cuando volvimos a Uruguay, empecé a absorber otras músicas, otros ritmos. En realidad, tenía un repertorio muy confuso: por un lado lo latinoamericano que había llevado mi vieja a Italia: los discos de pasta de Zitarrosa, Viglietti, Los Olimareños, Mercedes Sosa y encima los exiliados en Italia ¿no?. Cuando vivíamos allá, Inti Illimani y Quilapayún estaban pasando por un momento impresionante... todo eso escuchábamos en casa. Con mi hermano sacábamos los temas de los chilenos al pie de la montaña y armamos un grupo a los ocho años que se presentaba en festivales su-damericanos. Era algo vital, porque teníamos ocho años y sentíamos que estábamos transmitiendo algo pesado. Por eso nunca pude cantar textos que no me peguen... me parece algo vacío. Esos textos eran como una puñalada.”
Vale para los propios y los ajenos, porque Sic Transit –el otro disco que Taddei presentará esta noche– ancla en textos de poetas uruguayos musicalizados por ella. “Se me ocurrió mientras paveaba con la guitarra en Cabo Polonio –cuenta–. Era una época en que la poesía, al menos en Montevideo, la estaba pasando mal. Hoy hay grupos que se juntan a leer y eso, pero cuando encaramos esto no había nada: éramos nosotros y una onda ‘qué linda la poesía’... re volado (risas). En ese momento no funcionó, pero después quedaron todos esos temas, que yo tenía a guitarra nomás. Los maqueteamos, lo presentamos al sello, armamos una cooperativa y lo sacamos. Se hicieron las bases en dos días y después hicimos los arreglos y las sobregrabaciones en la casa del bajista.”
Pese a sus especificidades, Taddei habla de una simbiosis entre ambos discos. Los dos enmarcados por una doble sonoridad de origen (mitad pop-rock, mitad jazz acústico) devienen para ella como “una buena junta”. “Soy consciente de que el eclecticismo en mi música perdura no sólo en discos separados sino dentro de un mismo trabajo, pero eso no quita cierta esencia en común. Creo que son compatibles”, define. Incluso ocurre así en un mismo tema, el más outsider de Feliz: “La Melaza”, un candombe “sin tambores” que se distancia del background musical de Taddei. “No sé... al haberme criado en otro lado estoy como fuera del candombe y la murga.. Incluso, la primera vez que me llevaron a ver una murga quedé media shockeada porque era un tablado en el que sonaba todo mal. Hasta que vi a La Melaza, una murga de mujeres, y me encantó. ¿Habrá sido por una cuestión de género o por haber vivido más de media vida a la vuelta del candombe?... dejo libre la respuesta”, dice y termina el té. Ya estaba helado.
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