Domingo, 27 de julio de 2014 | Hoy
RADIO › EL LIBRO QUE CUENTA EN PROFUNDIDAD LA HISTORIA DE UNA RADIO EMBLEMATICA
En Radio Belgrano (1983-1989). El aire que la democracia nos legó, Carlos Ulanovsky, Susana Pelayes, Alberto Ronzoni y Gustavo Lema reconstruyen la historia de una emisora que, en la resurrección democrática, marcó una época e indignó a algunos personajes siniestros.
Por Emanuel Respighi
Al mito se le escribió la historia. Las legendarias y místicas anécdotas y situaciones alrededor de la Radio Belgrano (AM 950) posdictadura militar encontraron en Radio Belgrano (1983-1989). El aire que la democracia nos legó (Editorial Colihue) una suerte de riguroso documento periodístico y merecido homenaje a aquella experiencia radiofónica que quedó en la memoria de quienes la sintonizaron alguna vez. La transgresión artística que le imprimió a la radiofonía argentina, el constante compromiso democrático de sus programas, la difusión de las denuncias cometidas durante la dictadura, la puesta en agenda de grandes temas nacionales, la impresionante renovación generacional que trajo al medio y los atentados sufridos (comerciales y criminales), convirtieron a la Belgrano del alfonsinismo en una experiencia radiofónica estatal, con una mirada popular, progresista y no oficialista. El libro escrito a cuatro manos por Carlos Ulanovsky, Susana Pelayes, Alberto Ronzoni y Gustavo Lema echa luz sobre aquel fenómeno cultural y mediático nunca lo suficientemente narrado.
La mejor manera de presentar aquella experiencia radiofónica es repasar algunos de los profesionales que pasaron por la emisora. Algunos, incluso, dieron en “la Belgrano” sus primeros pasos y hoy tienen una amplia y reconocida trayectoria. Otros, en cambio, ya eran nombres importantes del periodismo y de la locución, y siguieron haciendo escuela en la emisora. Algo es cierto: todos (o casi) eran muy buenos. Desde Rogelio García Lupo, Ariel Delgado, José María Pasquini Durán, Osiris Troiani y Ricardo Horvath hasta Eduardo Aliverti, Jorge Guinzburg, Magdalena Ruiz Guiñazú, Carlos Abrevaya, Marcelo Zlotogwiazda, Alejandro Fabbri, Diego Bonadeo, Ezequiel Fernández Moores, Rosario Lufrano, Jorge Dorio, Mónica Gutiérrez, Martín Caparrós y Jorge Lanata, fueron muchos los profesionales que pasaron por los micrófonos de la emisora que tuvo en sus comienzos a Daniel Divinsky (actual editor de Ediciones de la Flor) como el necesario director-interventor para darles libertad a los comunicadores de entonces.
El trabajo de investigación sobre Radio Belgrano cuenta con testimonios actuales de quienes transitaron entre 1984 y 1989 por la AM 950, cuya sede se encontraba en Uruguay al 1200. Además, con un CD con audios históricos para que hagan un maravilloso viaje al pasado los que alguna vez fueron acompañados por esa experiencia radiofónica icónica, o para escucharlos por primera vez quienes hasta este momento sólo habían oído hablar de “la Belgrano” en la boca de algún nostálgico. “Radio Belgrano no tuvo un único o principal aporte, sino numerosos a la vez y difíciles de concretar para ese momento histórico y político”, cuenta Ulanovsky a Página/12, junto a los otros autores. “Todo lo que sonara a distinto, creativo, transgresor– y esa radio tuvo de esos elementos en abundancia– era mal mirado o sospechado por las poderosas fuerzas que, sólo presuntamente, acababan de dejar el poder. De un modo natural, no rebuscado, esa radio comenzó a hablar con libertad, con desparpajo, en ocasiones con furia, sobre lo que había ocurrido en los años recientes. Todo aquello que la dictadura había desconocido, achicado y prohibido la nueva Belgrano lo enfatizó, lo puso en evidencia, lo transformó en contenido. Cientos de personas que en uso de micrófono y al mismo tiempo se dieron cuenta de que ahora sí se podía hablar de todo”, subraya el periodista.
–A nivel social, ¿cuál fue el principal aporte de la emisora a la reciente vida democrática?
Susana Pelayes: –Me parece que un aporte importante que realizó Radio Belgrano fue el de haberse transformado y propuesto como un lugar de encuentro público; ya no más la clandestinidad, ahora una posibilidad concreta de encontrarse –física y radiofónicamente– para hablar si no entre iguales, al menos, parecidos, y sobre los temas que más impacto tenían en ese momento, como los crímenes de la dictadura y los debates posibles, necesarios y urgentes.
Alberto Ronzoni: –Aquella Radio Belgrano propuso un quiebre con todo lo que la radiofonía tenía para ofrecer hasta esos momentos. No sólo en el ámbito informativo, sino también formal. Más allá de las denuncias sobre los crímenes de la dictadura, que ya eran parte del inconsciente colectivo, comenzaron a instalarse y debatirse temas que quizá sólo en revistas como El Porteño se podían encontrar: sexualidad, problemática indígena, feminismo, ecologismo, etcétera.
–¿Cuál fue la reacción de entonces de los diferentes actores sociales ante ese proyecto comunicacional?
Gustavo Lema: –La radio sufrió varios hechos muy dramáticos que hicieron peligrar la emisora, y que dan una clara referencia, que lo que se decía en esa radio molestaba a muchos sectores. Uno de los hechos mas recordados es la amenaza propinada por Alvaro Alsogaray a Eduardo Aliverti, en el programa de radio, cuando en una entrevista telefónica le aseguró que “estaban todos fichados”, en referencia a los trabajadores de la emisora. A esta situación se sumaron varias interrupciones en vivo. Una de ellas fue un furibundo Juan Carlos Rousselot, que se acercó a los estudios de la radio donde se estaba emitiendo el programa Nuevos aires, de Enrique Vázquez, para reclamar por unos dichos de Diego Bonadeo. Grabador en mano y muy violento, ejerció a la fuerza su derecho a réplica en medio de gritos; terminó haciendo una huelga de hambre en la puerta de la emisora... que al parecer fue una de las mas cortas de la historia. Oscar Castrogé también buscó su espacio dentro del programa Sueños de una noche de Belgrano, pero lo hizo a punta de pistola, amenazando a los conductores Jorge Dorio y Martín Caparrós.
Carlos Ulanovsky: –Esa radio, con su mensaje renovado, horrorizaba a la derecha y a la ultraderecha, a políticos reaccionarios y clérigos retrógrados. Esos fueron los que la estigmatizaron y creyendo que la descalificaban la rebautizaron Radio Sandino, Radio Cuba o más habitualmente Radio Belgrado. También a los servicios de información y a los grupos de tareas que atentaron con una bomba y destruyeron la planta transmisora, en 1985. Y no sólo a esos sectores. La radio generaba espasmos en el propio partido radical e incluso en la patria publicitaria, representada por grandes avisadores que suspendieron sus pautas por considerarla “una radio de la zurda”. Las reacciones más nobles fueron las de la gente. Frente al bombazo, una convocatoria masiva abrazó a los estudios de la emisora en Uruguay al 1200. Y esto, todavía más conmovedor: ante la posibilidad de perder (por retiro de publicidad y carencias presupuestarias) a sus programas preferidos, los oyentes se constituyeron en cooperativas para poder sostenerlos.
–¿Cuánto influyó en la creatividad artística que experimentó la emisora la utilización política de los medios que hizo la dictadura para acompañar su terrorismo de Estado?
A. R.: –Si rebusco en mi memoria emotiva, recuerdo a la radio que se ofrecía durante los años de la dictadura como plana, chata, unidireccional, salvo algunas honrosas excepciones. Y esta cuestión se hace obvia si se piensa un poco en qué marco sociopolítico se producía. Entonces, partiendo desde ahí, podría pensarse que cualquiera que rompiera con ese “estado de cosas radiofónico” estaba revolucionando el medio. Creo que quienes se juntaron en Radio Belgrano supieron leer el momento y ofrecieron lo que se estaba necesitando, ya sea desde lo informativo o desde lo estético. No es casual que, por ejemplo, surgieran programas como el Chic-chac de Julia Bowland, ideado para niños y realizado con ellos en vivo. O que Dorio y Caparrós hablaran de lo que hablaban y de la forma en que lo hacían en Sueños de una noche de Belgrano. O que apareciera un ciclo dedicado a las mujeres como Ciudadanas, con Marta Merkin y Ana María Muchnik. O que León Gindin hablara seriamente de sexo en Sexualidad y pareja.
–¿Qué rol cumplió la emisora en la defensa de la democracia en aquellos años de turbulencia?
A. R.: –El mérito fundamental es de quienes hicieron esa radio. Como recordó Gustavo, el 2 de abril de 1984, un comando de ultraderecha liderado por Castrogé (en realidad su apellido era Castrogiovanni) decidió que la mejor forma de defender la memoria del primer soldado caído en la toma de las islas Malvinas era entrar a punta de pistola al programa de Dorio y Caparrós. Otra vez, el locutor Juan Carlos Rousselot, que con el tiempo sería intendente menemista de Morón, irrumpió en un programa de la mañana. La planta transmisora sufrió un atentado explosivo. Ninguno de estos hechos parece mostrar gran espíritu democrático y, a mi juicio, dan la pauta de lo que Radio Belgrano transmitía: es sólo cuestión de observar quiénes eran sus enemigos. Radio Belgrano estuvo presente a lo largo de todo el Juicio a las Juntas de Comandantes en 1985. Radio Belgrano llamó a ocupar la Plaza de Mayo durante los acontecimientos de la Semana Santa carapintada. Sus periodistas informaron con idoneidad y discurso democrático cada hecho que merecía ser noticia.
–Veinticinco años después de la finalización de aquella Radio Belgrano, ¿creen que aquel proyecto fue el semillero periodístico más importante de la democracia?
G. L.: –Radio Belgrano no sólo fue un semillero de muchos periodistas que continúan hasta el día de hoy trabajando en distintos medios, sino que también fue una manera de hacer radio que vale la pena valorizar. Estamos en un momento en que muchos programas de AM se hacen con la tapa de los diarios y dos entrevistas telefónicas. Belgrano se distinguía por valorizar la radio corriéndose de la agenda impuesta por los grandes medios y a su vez generando programas con mucha producción periodística que realzaba todo lo que el medio permite. Programas como Sueños..., Historias en estudio, que fue un antecedente del programa televisivo Algo habrán hecho, o el programa infantil de Julia Bowland, que se transformó en un espacio inédito para los chicos... fueron muy innovadores.
S. P.: –Creo que fue una experiencia que marcó a fuego a una generación de trabajadores del periodismo. Fue la primera vez que una emisora le abrió sus puertas a la universidad –en este caso la de Lomas de Zamora– para que sus estudiantes conocieran de primera mano eso de hacer radio en todos los roles. Y también renovó y reforzó los equipos de trabajo con jóvenes recién egresados de otras instituciones. Hoy, la mayoría de ellos continúa en la comunicación y sigue trabajando con criterios que aprehendió en esos años, como la rigurosidad en la construcción del mensaje, el compromiso con el oyente/televidente/lector/internauta y la honestidad consigo mismo y la ciudadanía.
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