RADIO › ANTONIO CARRIZO REFLEXIONA SOBRE SU OFICIO
El legendario locutor prefiere ahora hacer un buen programa de música.
› Por Oscar Ranzani
Si bien transitó el mundo de la TV –de hecho, inauguró la transmisión de Canal 13–, nadie duda que la radio es el lugar donde siempre pisó fuerte Antonio Carrizo. El hombre de General Villegas mantiene intactos el apasionamiento y la energía que lo caracterizaron desde el primer día frente a un micrófono. Puede asegurarse también que es un hombre de Rivadavia: aunque su voz pudo escucharse en otras sintonías, la emisora de Pueyrredón y Arenales es su casa: allí es donde forjó la personalidad del programa La vida y el canto. Hoy conduce El locutorio por la AM 630 (lunes a viernes de 21 a 22), un ciclo musical donde no despliega intensamente toda su verborragia. Tiene razones para esta decisión: “La radio actual está enferma de palabras, porque creo que, como todo elemento positivo e indispensable, si no se utiliza para cumplir con lo que motivó su existencia, entonces es una utilización patológica”, cuestiona.
“Estamos llenando de palabras las radios y cada vez decimos menos cosas”, agrega Carrizo. La palabra debe ser vehículo de ideas, de conceptos y se utiliza como una especie de conflicto permanente. La música es seguramente el mejor reemplazo de la palabra. Esto significa una confesión: si no tengo mucho para decir, ¿qué mejor que un poco de música? Este programa tiene música pero, de vez en cuando, podemos agregar algunas pildoritas de palabras. Nada más. Pocas. Lo necesario”, afirma.
Carrizo también participa con Tomás Del Duca y equipo en El sábado... radio (sábados de 10 a 12), al que define como “un magazine”. En este caso, explica: “Tratamos de no exagerar la cantidad de palabras, pero también intentamos hacer un programa informativo porque el sábado la gente discurre por horarios diferentes a los de todos los días. Tiene un poco más de tiempo para escuchar radio mientras hace el asado y lee con cierta ligereza el diario”. Es por eso que el equipo busca hacer “un programa bien noticioso y despojarlo de solemnidad. Hacemos un programa divertido y si hablamos de cosas dolorosas, trágicas, fatales, tratamos de no agravarlas con nuestra propia gravedad”, sostiene.
–¿Cómo analiza los contenidos culturales en los medios?
–No sé. La cultura es una cosa que debe caminar sobre las espaldas de los líderes culturales: de los intelectuales, de los dramaturgos, de los pintores, de los músicos. Pero ellos deben escribir sobre el gran pentagrama de la sociedad que tiene ricos, pobres, malos.
–¿Por qué reniega de la condición de “hombre culto”?
–Primero porque, a veces, me dicen “locutor culto”. Soy tan buen locutor como otros. Como Lalo Mir, Pergolini, Aliverti o como Guasardi. Pero no, te dicen: “¡Qué locutor culto!”. Soy un buen locutor, y si soy medianamente culto es porque me gustó leer. Pero no me gusta que mezclen las dos cosas. No me gusta ser de una profesión que algunos tratan como si fuese de gente no culta. Los locutores son bastante más cultos que otros profesionales de otras profesiones.
–¿Qué piensa que debe darle la radio a la gente?
–Es muy difícil saber o pensar que tiene algo que darle a la gente. ¿Por qué no al revés: qué puede darle la gente a la radio? Por ejemplo, el lenguaje. ¿Puede la radio abstraerse del lenguaje procaz, duro, directo que tiene la sociedad actual? No puede. Si oímos que se habla de una manera, es muy difícil que la radio pueda hablar de otra. Entonces, la radio es un eco de la sociedad.
–¿El mayor capital es la sabiduría?
–No, el mayor capital es tener guita (risas). La sabiduría te puede convertir en un hombre triste, con conciencia de la pobreza, de la injusticia, de las propias falencias. Un hombre que sabe, entre otras cosas, puede llegar a saber que sabe menos de lo que cree. A veces, la sabiduría es un castigo, es tener deudas.
–¿Se puede transmitir el amor por la lectura a través de la radio?
–No. Lo que se puede transmitir es que la gente sepa que existen libros, música... Que sepa que por lo menos existen. Pero transmitir el amor por la lectura es como repartir libritos en la cancha de fútbol para enseñar a leer. La lectura es otro tema.
–En estos tiempos de audiovisuales, ¿qué lugar ocupa la lectura?
–Yo no tengo ningún equipo, excepto la TV y la radio. No tengo fax, ni mail, ni nada. Cuando necesito que me manden un mail tengo dónde: a la radio o a la casa de mi hija. Pero no tengo por qué usarlo. El ser humano no tiene la obligación de usar todo lo que se inventa. Yo conozco tipos que murieron sin haber manejado nunca un auto. Si no, el hombre tendría la obligación de manejar las ametralladoras, que también son inventos. No tengo contacto directo con tecnología. Yo leo. Y eso tiene que ver con la utilización de la naturaleza como contexto: no hay mejor contexto para leer que una naturaleza agradable, amable y silenciosa.
–¿Qué le pasa cuando escucha la frase “Una imagen vale más que mil palabras”?
–Es mentira. Una palabra vale más que mil imágenes. Hay un poema de Borges a la palabra “luna”. Es extraordinario, precioso, las cosas que dicta la palabra “luna”. Lo que pasa es que tenés que tener preparada la cabeza, el espíritu, el alma, la atención para decidir si te importa más una imagen o una palabra. Las palabras valen mucho más que las imágenes. Cuatro líneas de Neruda, de Borges, son irreemplazables. Si no, los poetas en vez de escribir hubieran dibujado o sacado fotos.
–¿Qué es la popularidad?
–Víctor Hugo había dicho que la popularidad era la gloria en moneditas. La popularidad es eso: una cosa pasajera. Una cosa que podés agradecerle a Dios es haber sido popular a los 22 años y que a los 80 sigas siéndolo. Eso es una bendición. No es común. Porque con los años hay tres cosas que son inevitables: la soledad, la enfermedad y, lo peor de todo, el olvido.
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