Sáb 19.05.2007
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RADIO › UNA RECORRIDA POR LA CAMPAÑA ELECTORAL DE “PORELORTI”

Exabruptos de un candidato freak

La criatura salida de la usina esquizocreativa de Fernando Peña se postula como jefe de Gobierno de la ciudad. En ese plan, arremete contra todos y ensaya un autobombo desopilante.

› Por Facundo García

Los bombos están a punto. Hay un par de tipos con pinta de matones en la puerta. Las boletas revolotean por el aire, empujadas por ruido de redoblantes, y cuando por fin caen, llenan el piso con la consigna “Rafael Orestes Porelorti jefe de Gobierno, diputado y senador nacional”. Del otro lado del papel, se puede leer una lista de candidatos a legislador por la ciudad de Buenos Aires, encabezada por el actor y conductor Fernando Peña y varios de sus personajes. Porelorti-Peña llega borboteando una retahíla politiquera, y la conferencia de prensa para lanzar el Fregate (Frente por un Gobierno Argentino con Trabajo y Esperanza) se pone en marcha. El acto huele a actualidad, aunque sea una ficción transmitida por radio, y va calentándose a pesar de que a las nueve de la mañana el estómago tiemble ante la idea de escuchar promesas o comer choripanes preelectorales.

Después de años de antinomia entre la derecha y la izquierda, Porelorti –que para los que no lo conocen, es una criatura salida de la usina esquizocreativa de Peña– dice ofrecer otra cosa. Entre cortados, rockers de mazapán y garcas con barbita candado, la forma en que resuena la propuesta de Porelorti en las buenas conciencias podría sintetizarse parafraseando a Churchill: sangre, sudor y lágrimas. Pero aun los detractores deberán reconocer que sus discursos descubren los pedazos de mugre que se esconden bajo la corrección ideológica de más de un argentino.

La carrera por la gobernación avanza a toda carrera. El inadjetivable Guillermo Cherashny, que ha hecho todos los trámites para que su nombre esté en los cuartos oscuros durante las próximas elecciones del 3 de junio, escucha atento y le pone más toques bizarros al postre. “Con vos no solamente iría como compañero de fórmula. Con vos me acuesto”, le ha dicho Peña minutos antes de metamorfosearse. Poco a poco, Porelorti se posiciona en el centro de la escena, frente a la asistencia. Saluda: así como el peronismo hace la V y el radicalismo supo popularizar las manos entrecruzadas en la primavera alfonsinista, Porelorti mete y saca el índice por un círculo que arma con los dedos.

“¿A quién van a votar?”, se despacha de arranque el potencial conductor de masas. Lo que sigue es una caracterización bastante sombría de las opciones electorales. “Uno vive en París, anda mostrando la pelada y no se decide entre ser político o convertirse en un personaje de Batman”, arremete el hombre que según Peña creció en Lomas del Mirador. “El otro –sigue– es un nene de papá que si se pone en cuatro patas es un perro siberiano. Otra es una gorda religiosa que no nombro porque después me hace juicio. Y Filmus tiene pinta de buen tipo, pero es inútil, porque para gobernar hace falta ser hijo de puta. Bueno, acá me tienen. ¿Usted es hijo de puta? Yo también. Yo soy como usted; ¿acaso no se votaría a usted mismo?.”

El análisis porelortista no se agota ahí. Una de sus ambiciones es poner sobre la mesa varios ingredientes de la política que no siempre se confiesan. Un factor que Porelorti quiere sacar de la oscuridad es, por ejemplo, la cocaína: “¿Cómo piensan que se hizo el Machu Picchu?”, pregunta. “Descarten los marcianos y la mano de Dios. ¡Fue la merca! Yo la voy a legalizar. Y ojo que no voy a legalizar cualquier cocaína. Va a haber una mesa examinadora...”, asegura. Bombos espontáneos y algarabía bailanteril. Porelorti se emociona, no sin antes rogar que tampoco le pidan milagros, porque “con un montón de bosta no se puede hacer una torta”. Es el momento de iniciar la ronda de preguntas que varios peces gordos de los medios grabaron especialmente para este momento.

Chiche Gelblung: –¿Qué va a hacer con los problemas de tráfico?

Porelorti: –Lo estamos estudiando. En principio le digo que usted me gusta, Gelblung. Es el único pelado coherente: siempre ha sido un hijo de puta. Pero le digo hijo de puta en sentido argentino, es decir, con asombro. Como cuando uno dice “qué hijo de puta, cómo juega este tipo”. Le cuento que voy a hacer autos más chiquitos, así caben más en la calle. De un auto voy a hacer cuatro autos más finitos y listo.

Rosario Lufrano: –¿Cómo va a responder al descontento de la gente?

Porelorti: –Qué bueno que me lo pregunte. Vamos a poner una oficina en Canal 7 con muñecos de cera que sean réplica de los gobernantes, así las personas pueden ir a descargarse a las trompadas. A la larga mi propuesta no es avanzar, sino volver a los tiempos gloriosos de la cruz de madera y la fogata.

Ari Paluch: –¿Qué va a pasar con la inseguridad?

Porelorti: –Voy a encarcelar a todos los gordos que adelgazaron y hablan todo el tiempo sin escuchar.

Hay más comentarios. La figura del evento responde con los artilugios que invaden los programas informativos de la mañana. Pero llega a enervarse cuando lo apuran y amenaza con romper todo. “Pregúnteme lo que quiera. Yo se lo digo todo. Pregúnteme si torturé gente. Sí. Torturé gente. Y me arrepiento. No me diga si un hombre que cambia de esta manera no merece una oportunidad”, se sincera, al borde del lagrimeo. ¿Qué hará el candidato con el hambre? “Prepárense –advierte, ya más armado– porque los voy a empachar. Se van a tener que meter los dedos en la garganta de lo llenos que van a estar.”

El remate de la mañana es la caravana que sale a recorrer la ciudad, encabezada por un auto igual al que usó Kennedy bajo el trágico sol de Dallas. A la cabeza de su caterva delirante, Porelorti invita a que lo maten como al norteamericano. Figueroa Alcorta se convierte en un acorde de bocinas en el instante en que las personas empiezan a bajar de los autos para saludar al líder. Los taxistas insultan. Un empleado de limpieza grita “Manga de p...” y suma sus alaridos a la calesita ambulante. Porelorti y Cherashny van tomando más confianza y se abrazan para las cámaras. Entre los clichés fascistas de la clase media y el sincericidio colectivo, el acto regala una postal realista en tiempos en que la política se ha convertido, al menos parcialmente, en otra de los géneros de la ficción. A la luz del mediodía, Buenos Aires termina como puede una semana llena de paros de subtes, estaciones de trenes incendiadas y cortes de luz.

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