DANZA › MAURICIO WAINROT, GABRIELA PRADO Y LOS ESTRENOS DEL BALLET DEL SAN MARTIN
El director de la formación y creador de Journey y la coreógrafa que ideó Excusas para el dolor pasan revista a lo que será el primer programa 2008 de una compañía considerada por muchos como la más prestigiosa del país.
› Por Alina Mazzaferro
El primer programa 2008 del Ballet Contemporáneo del teatro San Martín llegó tarde, pero seguro. Su director, Mauricio Wainrot, explica las causas de la demora, una suerte de reacción en cadena que tuvo como consecuencia la postergación del estreno del ballet, que en un principio había sido programado para abril: las refacciones del teatro San Martín, el consecuente retraso de las obras teatrales, la falta de técnicos, escenógrafos y vestuaristas que desde la creación del Complejo Teatral de Buenos Aires deben trabajar para las puestas de seis salas en paralelo... Y también la llegada de una nueva gestión a la ciudad, “un cambio que, no importa de quién se trate, siempre retrasa las cosas”, añade el director. A pesar del sinfín de contratiempos, a partir de este domingo a las 17, en la sala Martín Coronado del teatro San Martín (Corrientes 1530), podrá verse el primer programa del ballet que cuenta con dos estrenos y una reposición: Excusas para el dolor, de Gabriela Prado, Journey, de Mauricio Wainrot y la versión del Bolero de Ravel que Marc Ribaud creó en 2004 para esta compañía. Habrá funciones los sábados y domingos a las 17, los martes a las 20.30 y funciones económicas los viernes a las 13, con entrada a cinco pesos.
Esta es la primera vez que Gabriela Prado es convocada para trabajar junto al Ballet del TGSM, el más prestigioso del país. Su carrera viene en ascenso desde el año pasado, cuando ganó la beca John Simon Gu-ggenheim de Nueva York para montar sus dos últimas obras: Casa, un solo en el cual ella participó como coreógrafa e intérprete, y Paraísos artificiales, pieza en la que trabajó con una veintena de bailarines pertenecientes a la compañía del Instituto Universitario Nacional de Artes que dirige Roxana Grinstein. Sin embargo, hace tiempo que Prado viene pisando fuerte en el terreno de la danza contemporánea local: se formó en el taller de danza del San Martín, participó de Nucleodanza, recibió la beca de la Fundación Antorchas para perfeccionarse en Estados Unidos y Europa, y es recordada por Llueve, obra con la que se presentó en el American Dance Festival en 2007. Interesada en explorar el movimiento de los cuerpos en el espacio, Prado diseña sus coreografías a partir de las restricciones espaciales del lugar que elige: una pasarela y un balcón para Casa, un sótano inmenso con varios niveles y planos visuales para Paraísos artificiales y “ahora debía armar algo para la Martín Coronado, la mejor sala de Buenos Aires”, relata. “Lo primero que imaginamos fue una estructura, a modo de edificio, y un pasillo, para dividir el escenario. La obra se verá diferente para cada espectador, porque según el lugar de la sala desde el cual éste mire podrá ver algunas cosas y otras no.”
Un espacio recortado, dividido, fragmentado. Bailarines desplazándose por pasillos estrechos o moviéndose sobre plataformas ubicadas a varios metros del piso, encontrándose, esquivándose. Toda una configuración espacial que recuerda a las formas de vida urbanas, que restringen el movimiento amplio y libre, un tema bastante recurrente en la obra de Prado. El escenario fraccionado en subhabitaciones permitió a la coreógrafa explorar las posibles formas de interacciones cotidianas, los “encuentros, desencuentros, los pequeños momentos de felicidad”. Para ello, Prado se centró en la creación de dúos: “Yo estaba con una lesión que me impedía buscar movimientos con mi cuerpo, así que debí hacerlo con cuerpos ajenos. Como tenía poco tiempo para montar la obra, realicé mi investigación con dos chicos del IUNA y luego probé los resultados con el ballet”, cuenta. “Por eso está llena de dúos. Luego, cuando me mejoré, empezaron a aparecer los solos”, confiesa. Interesada desde hace tiempo por el uso de tecnologías, Prado incorporó un video –“aunque lo utilizo como fuente de luz, también en movimiento”– y música original de Pablo Bronzini.
Por su parte, como siempre, el prolífico Wainrot no dejará de mostrar lo propio. Esta vez se trata de una obra que creó en 2004 para el Royal Ballet de Flandes (Bélgica), donde desde 1991 y hasta esa fecha se de-sempeñó como coreógrafo invitado permanente (hasta que Robert Denvers fue reemplazado en la dirección artística por Kathryn Bennetts). “Journey es una obra neoclásica, pensada y dedicada para los excelentes bailarines de esa compañía (que es principalmente clásica), que son más sólidos en clásico que nuestros bailarines del San Martín. Pero, afortunadamente, estos últimos son mucho mejores en contemporáneo que los de Flandes”, dice el director. Entre comparaciones, Wainrot confiesa estar muy satisfecho con la versión local de esta pieza que por primera vez podrá verse en Argentina: “La coreografía es la misma, pero en los bailarines de acá se ve distinto”, indica. Journey promete ser una obra con el indiscutido sello de su autor: bien abstracta, en la que prima el movimiento, el desafío físico, la belleza de la corporalidad que se explaya al límite de sus posibilidades.
Ese es el criterio que este director, defensor de la danza en su estado más puro, utiliza para convocar a los coreógrafos y maestros que trabajan con su ballet: “Me gustan los que ponen el acento en el cuerpo y en el movimiento”, dice, y si bien respeta las tendencias que combinan danza con teatro o tecnologías, fomenta siempre las opciones que no inclinan la balanza hacia estas últimas sino que privilegian la corporalidad del bailarín y su destreza por sobre todas las cosas. De hecho, eligió para este programa mixto reponer una vez más Bolero, la obra de movimientos plásticos y reminiscencias tribales que el francés Marc Ribaud creó, a partir de la famosa partitura de Maurice Ravel, especialmente para el Ballet del San Martín en 2004. “Ribaud fue muy generoso, prácticamente nos donó esta obra maravillosa”, cuenta Wainrot, orgulloso de que su compañía haya conformado, en los nueve años consecutivos en los que él ejerció la dirección, un sólido repertorio con obras de importantes creadores nacionales e internacionales.
Mientras tanto, para la segunda mitad del año, ya hay planes que anunciar: el ballet ya está ensayando un programa para agosto, que combinará un estreno bien tanguero de Alejandro Cervera y las reposiciones de El escote de Roxana Grinstein y Ana Frank, del mismo Wainrot (célebre pieza que creó en los ’80, tras la dictadura, y que hace más de una década que no repone). Pero la protagonista de esta temporada es la propia compañía, que este año cuenta con varios nuevos jóvenes integrantes, muchos de ellos provenientes del taller del San Martín (la escuela que funciona como un semillero de talentos para nutrir el ballet del TGSM, de la que Wainrot dice estar verdaderamente pendiente) y de otras compañías locales. Un ballet renovado pero con la intención de mantener su alto nivel y reputación. Y, como todos los años, con la esperanza de alcanzar metas que hace tiempo se propone pero que los presupuestos y planes oficiales no le permiten cumplir: “Me siguen faltando las giras”, se queja Wainrot. “Por la calidad de lo que hacemos, merecemos poder ser vistos en todo el país.”
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