Martes, 8 de julio de 2008 | Hoy
DANZA › CóMO FUE LA FINAL DEL CAMPEONATO METROPOLITANO DE TANGO
Cincuenta y cinco parejas y mil espectadores fueron pura expectativa por saber quién se quedaba con el premio mayor y una plaza en el Mundial que se realizará en agosto, en el marco de una competencia que no distinguió nacionalidad ni edad.
Por Facundo García
A los cínicos les costará entender que la final del Campeonato Metropolitano de Baile de Tango y Milonga haya sido uno de los momentos más importantes en la vida de varias personas. Sin embargo, no se puede negar que el domingo el Salón Sur concentró a hombres y mujeres que estaban convencidos de que jugaban por algo importante. Y esa conciencia iba más allá de las cincuenta y cinco parejas danzantes y los mil espectadores que asistieron para ver quién se quedaba con una plaza en el Mundial que se realizará en agosto. Ganar –o simplemente participar– fue revancha, conquista o cita inolvidable, dependiendo de cada quien; lo que no es más que una forma firuleteada de decir que se trató de una velada llena de emociones que pedían ser contadas.
A las siete menos veinte, el animador Carlos Pulenta levantó el mentón y anunció la categoría Senior, los de más de cuarenta años. Ubicados los concursantes, nada se movía sobre el mármol de la pista, salvo el pómulo desobediente de un señor que intentaba librarse de su corbata. Pronto los acordes de “Nueve Puntos” rompieron el hielo, para que brillara la galería de tipos humanos que revela el baile: los militantes de la altivez, los que bailan con lengua, cejas y labios –a veces exclusivamente con eso– y los que optan por cabriolas. Analítico, el jurado de miembros de la Asociación de Maestros, Bailarines y Coreógrafos de Tango Argentino (Ambcta) mantenía cara de circunstancia ante los aciertos y las imperfecciones.
Por supuesto que no todos sufrían los embates de la presión escénica. Ideogramas de la elegancia, la melancolía de Koji Hirai y su esposa Naoko rubricaba la broma de que “los japoneses siempre miran recordando”. Giraban ensimismados, con la tranquilidad de los que no tienen nada que perder. Con sólo estar ahí, Koji cumplía el sueño que había empezado a amasar seis temporadas atrás, cuando trabajaba en el mercado de la informática en Tokio y se compró un DVD de esos que prometen “aprender tango en seis semanas”. El flaco ensayó mirando la tele y se entusiasmó tanto que decidió traerse a su esposa e instalar aquí una “pensión para japoneses” que le permitiera continuar su pasión rioplatense. “Me encanta acá. Y eso que en mi país existen tanguerías de lunes a lunes”, aclaró después. ¿Y Naoko a qué se dedica ahora, aparte de acompañarlo en el proyecto? “Ella, matrimonio”, definiría Koji, con laconismo de malevo. Se lucían a pocos metros de otra ama de casa que explicó lo que sienten las chicas de su hogar en esas ocasiones. Giselle Terella aseguró que gracias al baile puede convertirse varias veces por semana en “una reina”. De modo que cuando se desmarca del empleo en el shopping y del trabajo que le dan sus dos mellizos, agarra a su marido, el tapicero Ricardo Giménez –morocho grandote, mandíbula cuadrada–, y lo carga hasta el boliche. Hace casi un lustro que practican, aunque a causa de la clasificación para la final, este mes alteraron la organización de su cuarto. Corrieron la cama y las mesas de luz y, ante la mirada sospechosa de los chicos, se la pasaron perfeccionando movimientos frente a espejos gigantes que llegaron para quedarse.
Ni los japoneses, ni la reina part time, ni el tapicero conocían a la dupla que tenían al lado. Con perfil bajo, la empleada de PAMI Lidia Ofelia Casella y el olivicultor Rubén Diez ponían toda la carne al asador. “Tengo 72 pirulos, nene, mucho movimiento no me conviene”, reconocía Rubén antes de salir a sacar viruta. Un breve intervalo a cargo de la Orquesta Excelsior abrió las puertas de la categoría Tango Adultos, entre dieciocho y treinta y nueve. El Salón Sur cuenta con un primer piso desde el que se puede ver lo que pasa abajo, zona ideal para una escena de celos como la que protagonizó una señorita que había quedado boquiabierta, haciendo foco en un engominado. “Pero este pibe antes no bailaba así”, se lamentó. Y no hubo caso.
Más cerca del final, llamaron a los contendientes de Tango Senior para dar los resultados. El tapicero, el japonés y el abuelo Rubén tenían una expresión de susto sólo comparable con la de sus compañeras. Así fueron pasando los galardones, empezando por el décimo puesto. El sexto lugar fue precisamente para el tapicero y su partenaire. Pasaron un par más y quedaba sólo el anuncio del primer premio. El señor Hirai y Naoko estaban tan impasibles como un abrelatas. Don Rubén Diez, en cambio, parecía desesperado. Lo cercaban gavilanes más jóvenes, algunos con cuerpos de TV. Sólo le cambió el semblante cuando oyó que él y Lidia Ofelia eran los elegidos, habían ganado siete mil quinientos pesos y pasaban a la final del Mundial. “Después de mi familia, esto es lo mejor que me pasó”, declaró.
Pegada vino la entrega de los premios a las categorías Tango Adulto y Milonga. Ambos trofeos fueron para el equipo de Cristina Sosa –estudiante de psicología– y Daniel Nanucchio –bailarín profesional–. “Hoy mismo teníamos que ir a hacer un show a un evento privado, a ver si sacábamos unos mangos. Pero decidimos pegar el faltazo y venirnos acá”, confesó Cristina. Se llevaron en total once mil quinientos pesos y la posibilidad de estar, ellos también, en la final internacional que tendrá lugar en el Luna Park a principios de septiembre. La última pieza fue “Pocas palabras”, y no hubo más que decir. Transcurridos unos minutos, los que iban saliendo pudieron ver cómo Rubén y Ofelia, los campeones senior, se desdibujaban entre las veredas. Ella cargaba un ramo de flores. El, su trofeo en una mano y el bolso de la ropa en la otra. Los rodeaba la noche neblinosa de Pompeya.
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