DANZA › ENTREVISTA A JUAN CARLOS COPES, UNA LEYENDA QUE NO DESCANSA
Distinguido hace nueve años por la Legislatura porteña como “el bailarín del siglo”, fue pionero en estilizar el mejor baile de las milongas. Esta noche será homenajeado con una función especial en la apertura del Mundial de Baile.
› Por Carlos Bevilacqua
“Mejor que la Parca se aprenda algunos pasitos porque cuando me vaya, lo voy a hacer bailando”, contesta Juan Carlos Copes cuando se lo consulta por un hipotético retiro. El tono arrogante se adivina parecido al usado para defender su grado de cacique en el club Atlanta, a fines de los años ’40, cuando recién empezaba a bailar con María Nieves Rego. La frase también revela la pasión que Copes siente por la danza todavía hoy, a los 78 años, cuando sigue ensayando tres o cuatro veces por semana y bailando de martes a domingo en Esquina Carlos Gardel, el megalocal de cena–show del Abasto. Pero la de hoy no será una noche más: desde las 20 recibirá un homenaje especial en el que ocho parejas de bailarines reproducirán fragmentos de sus espectáculos como apertura del VII Campeonato Mundial de Baile de Tango en el Teatro Avenida (Avenida de Mayo 1222).
Al armar y ensamblar pequeños cuadros grupales con sus amigos milongueros en 1952, Copes fue el creador del tango como espectáculo de danza tal como se lo conoce hoy. Fascinado desde adolescente con los musicales de Hollywood que protagonizaban Ginger Rogers, Fred Astaire y Gene Kelly, en 1961 Copes concretó su sueño de bailar el tango en un teatro de Broadway como parte del show New Faces. Desde entonces, su nombre se transformó en sinónimo de tango, siempre abrazado a María Nieves, otra artista de talento impar. Juntos recorrieron el mundo, protagonizando decenas de shows en teatros, cafés concert y televisión. Entre los dos consiguieron trabajar con Troilo, con Piazzolla, bailar sobre una mesa de 1,4 m² en Las Vegas y generar una coreografía que reproducía una carambola de billar. En los ’80 fueron estrellas del musical Tango Argentino, que redescubrió el encanto del género. La relación laboral se mantuvo, aunque con algunas intermitencias, hasta 1997. Después de esa separación, él quiso seguir igual. No tuvo problemas en ir rotando de compañeras o en bailar con su hija Johana, hoy otra destacada bailarina. De la última década, los espectadores porteños pueden recordar sus obras Entre Borges y Piazzolla y Copes Tango Copes, estrenada en 2000 en el mismo escenario que hoy le rendirá tributo.
–¿Cómo vive este nuevo homenaje?
–Lo estoy viviendo intensamente y con mucha ansiedad, porque no me han dicho nada sobre lo que van a hacer, así que va a ser tan sorpresivo para el público como para mí. Ni siquiera sé si voy a tener que participar de alguna manera, aunque intuyo que me van a convocar sobre el final para bailar con compañeras que tuve a lo largo de mi carrera.
–Todavía mantiene una rutina de ensayos, clases y actuaciones. ¿No está cansado de tanto trabajar?
–Para nada, para mí es una terapia. Todos los dolores o molestias que a veces siento se me van cuando subo al escenario. Cuando viajo disfruto de conocer nuevos lugares, pero extraño la posibilidad que tengo acá de bailar todos los días. Si ensayo mucho es porque siempre estoy tratando de encontrar algo nuevo porque, aunque se diga que en el tango ya está todo hecho, siempre hay una puerta para abrir.
–María Nieves no está entre los bailarines anunciados, pero igual se sospecha que podría estar presente. ¿Qué importancia le asigna a ella en su carrera?
–Nieves fue una bailarina extraordinaria. Tenía una enorme sensibilidad para interpretar mis marcas, por eso digo que fue como mi violín Stradivarius. Además, siempre fue una persona muy auténtica, en el sentido de que ella bailaba porque le gustaba y punto, no tanto para triunfar o llevar el tango por el mundo, como quería yo. En esa diferencia radicó buena parte de nuestras peleas. Con ella viví todas las etapas posibles: fuimos conocidos, amigos, amantes, novios, estuvimos casados, divorciados y hasta nos odiamos. Pero ningún problema de pareja nos impidió seguir bailando porque al abrazarnos sobre un escenario hacíamos abstracción de todo y conseguíamos una simbiosis total.
–¿Cómo describiría el estilo que crearon juntos?
–Me parece que combinamos dos virtudes que andaban separadas cuando empezamos a bailar. Después de mucho observar el baile de los demás, yo había descubierto que algunos buenos bailarines hacían muchas figuras pero sin elegancia, y otros que eran elegantes hacían pocas figuras. Entonces me pregunté: ¿por qué no combinar las dos cosas? Y creo que logramos ser muy veloces manteniendo un paso largo, como felino.
–Muchos bailarines mayores dicen que hoy en las milongas no se ve tanta variedad de estilos como hace 50 años. ¿Usted está de acuerdo?
–Sí, claro. Eso tiene que ver sobre todo con que durante tres décadas no se bailó en pareja abrazada prácticamente en ninguna parte del mundo. Aproximadamente entre el ’60 y el ’90 los trabajos que nos ofrecían en la Argentina eran en cafés concert, lugares donde no se podía bailar. Yo trabajé con Troilo, por ejemplo, y de trabajar con una orquesta pasé a trabajar con un cuarteto. Al acabarse las pistas, se truncaron las posibilidades de desarrollo para el baile.
–¿Cuál es su orquesta favorita para bailar?
–Son varias de la década del ’40, pero la de Pugliese me produce una emoción muy especial desde la época en que bailaba con Nieves en Atlanta. Recuerdo que muchas veces hasta lloraba de la emoción, pero por pudor no le decía nada. La música nos llevaba a ser dos personas en un solo cuerpo, una sensación que con el tiempo llamé “una hermosa angustia”. Con Don Osvaldo tuve el orgullo de compartir escenario en dos sainetes titulados Cuando un pobre se divierte y La cumparsita, que fue la primera vez en que tocó ese himno del tango con una coreografía al lado.
–¿Qué opina de eventos como el Festival y el Mundial de Tango?
–Me parece que el Estado está abriendo los ojos lentamente a la posibilidad de obtener recursos a través del tango y está aprendiendo a organizarlos. Es algo que tendría que haber ocurrido mucho antes, tanto desde Cultura de la Nación como desde el Gobierno de la Ciudad. El tango es una enorme fuente de divisas. Así como en este momento se discute con el campo, se podría discutir el tema de los turistas, que no vienen a Buenos Aires para pescar o patinar sobre hielo.
–¿Y por qué el tango tiene tanto éxito entre los extranjeros?
–Creo que hay una sola razón: el abrazo. Abrazarse para los extranjeros implica una chance de relacionarse que no tienen a diario en el resto de sus actividades. El abrazo es como una puerta hacia la libertad, la improvisación y la armonía, porque si no te llevás bien más de una pieza no podés bailar.
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