DANZA › SEBASTIáN JIMéNEZ E INéS BOGADO, CAMPEONES MUNDIALES DE TANGO SALóN
Oriundos del conurbano bonaerense, se consagraron anteanoche ante un Luna Park muy poblado, en una final disputada entre cuarenta parejas. El tiene 18 años y tuvo que estudiar el reglamento de un campeonato clasificatorio previo para saber si podía competir.
› Por Carlos Bevilacqua
Es fácil imaginar un acto escolar en el conurbano bonaerense. Un escenario, los alumnos formados en hileras, algún discurso, el himno de rigor, acaso un par de cuadros teatrales alusivos a la fecha patria. Y, cada tanto, algo que sacude la rutina. Para Sebastián Ariel Jiménez, el acto que presenció a los diez años en su escuela de Rafael Castillo no fue uno más: a los organizadores se les ocurrió incluir un número de tango protagonizado por dos alumnos. Sin saber siquiera el nombre de aquella danza, fue corriendo a su casa y le dijo a su papá: “Quiero bailar eso”. Fue el comienzo de una historia con final feliz, como las de Hollywood, pero real y con una escenografía arrabalera. Porque, por otro lado, María
Inés Bogado había experimentado una fascinación similar cuando por primera vez vio un tango bailado en vivo, sólo que era ya adolescente y la escena fue en Ezeiza. Tras esos “flashes” iniciales, ambos anduvieron “de academia en academia”, según cuentan. Sus caminos se juntaron recién hace dos años, cuando él llegó a una de las clases de Carlos Pérez y Rosa Forte en el Club Sunderland, de Villa Urquiza. Tras sintonizar en clave de abrazo, empezaron a prepararse para el Mundial tomando muchas lecciones privadas y practicando a más no poder. Pero el esfuerzo dio sus frutos: desde anteanoche son los nuevos campeones mundiales de tango salón, él con apenas 18 y ella con 29.
La final que los consagró se disputó en un Luna Park cubierto en un 80 por ciento de su capacidad. Si bien no se respiró el fervor de otros años, los espectadores más tangueros tuvieron material de sobra para regodearse con las cuarenta parejas participantes. En particular, con los campeones (dueños de un estilo elegante y musical), con los rosarinos Diego Pérez y Soledad Cantarini (ubicados en segunda posición) y con los venezolanos Frank Obregón Delci y Jenny Gil Alvarez (quintos). Ellos integraron un podio compuesto además por la pareja binacional Cristian López-Naoko Tzutzumizaki (terceros, representantes de Tokio) y por el tándem Ariel Manzanares y Sol Cerquides, porteños que quedaron cuartos. Hubo además cierto consenso popular con las decisiones del jurado o, al menos, bajo nivel de reproche.
Como en una milonga en miniatura, las parejas compitieron divididas en cuatro tandas, cada una animada por tres tangos seleccionados por el DJ Mario Orlando. Los bailarines, que deben desplazarse por el escenario en sentido antihorario, no saben con anterioridad qué música tendrán que bailar. Cada tanda está compuesta por un tema bien rítmico (por lo general de la orquesta de D’Arienzo, Biagi o Tanturi), otro más melódico (puede ser Fresedo o Di Sarli) y un tercero mixto o complejo (abundan los de Troilo y los de Pugliese). Esa variedad busca medir la ductilidad de los bailarines ante grabaciones que se escuchan a diario en los salones de baile. De hecho, en la categoría Salón se evalúan las virtudes más sobrias, según los parámetros más tradicionales del tango social.
Una vez desplegados todos los firuletes posibles, los jurados Eduardo Arquimbau, Ana María Schapira, Julio Dupláa, Eduardo Masci, Pablo Inza, Julio Balmaceda y Javier Rodríguez entregaron las calificaciones a los veedores encargados de obtener los puntajes promedio de cada pareja. La espera fue matizada por la orquesta de Leopoldo Federico con una poderosa dosis de música en vivo, primero solo al frente de los suyos y luego como lujoso respaldo del cantautor panameño Rubén Blades. Más tarde, los músicos de Federico también dieron impulso a las destrezas cada vez más egocéntricas del bailarín Miguel Angel Zotto, acompañado por Daiana Gúspero.
Relegado a una zona marginal de la noche, cuando los campeones ya habían sido proclamados, el show diseñado por Laura Falcoff bajo la consigna de “Cumbre de los Campeones” reunió a once parejas ganadoras de torneos anteriores en torno a una coreografía muy original, que tuvo la virtud de imprimir visos teatrales al tango de salón.
Como ocurre una vez al año desde 2003, el tramo en que Fernando Bravo anuncia a los ganadores fue especialmente emotivo. En particular para el campeón, que se quebró en llanto durante medio minuto tras escuchar su nombre coronado. Ya en rueda de prensa, contó que junto a Inés tuvo que leer detenidamente el reglamento del campeonato clasificatorio porteño (en el que se consagraron como los mejores en vals), ya que al comienzo de la competencia él todavía era menor de edad. Pero descubrieron que teniendo 18 a la fecha de la final, el 22 de mayo último, podían anotarse. Consultados sobre la fórmula del éxito, él contestó: “Mucha conexión y disfrutar. El tango es para disfrutar”. En lo inmediato, además del enorme reconocimiento simbólico, podrán disfrutar de un viaje a Madrid y de los 20 mil pesos de premio previstos por el gobierno de la ciudad, organizador de la competencia. Ni esos lauros ni los giros con que se lucieron ambos en las variaciones de “Raza criolla” (en el baile final de exhibición), parecen marear a Sebastián: “Quiero terminar cuanto antes el secundario”, aclaró.
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