DANZA › LA CATEGORíA ESCENARIO DEL MUNDIAL DE TANGO FUE PARA UNA PAREJA ARGENTINO-JAPONESA
Diego Ortega y Chizuko Kuwamoto, que bailan juntos en Tokio, se impusieron en la final celebrada anteayer en el Luna Park.
› Por Carlos Bevilacqua
Un argentino y una japonesa: la fórmula se repite cada vez con más frecuencia entre las parejas que acceden a las finales del Mundial de Tango. Pero no es que los locales se hayan vuelto súbitamente irresistibles para las niponas, o que unos y otras se asocien espontáneamente para trabajar. Detrás de esa constante está la empresa Luna de Tango, creada por José María Luna y Laura Mangione, bailarines argentinos que, tras cumplir una intensa labor docente en Zárate y su zona de influencia, en 2001 se radicaron en Tokio. Hoy lideran una exitosa academia con sedes en seis puntos del Japón. Además de clases, shows y milongas, Luna de Tango produce las exóticas parejas que combinan el talento argentino y la disciplina japonesa. De todas, la que terminó por confirmar la efectividad de la fórmula fue la de Diego Ortega y Chizuko Kuwamoto, coronados anteanoche campeones mundiales de Tango Escenario tras una final celebrada ante unas seis mil personas en el Luna Park.
Con las pulsaciones todavía alteradas, los campeones contaron que bailan juntos desde hace dos años, producto de una propuesta laboral que lo llevó a él de su natal Colón (provincia de Buenos Aires) a Tokio, sin escalas. Diego tenía apenas 19 años y venía de formarse en su terruño con Zulma y Roberto Aguirre. Chizuko, cuya edad quiso mantener reservada, no pudo establecer un docente que la hubiese marcado especialmente. “Aprendí mucho en la milonga, con algunos compañeros ocasionales”, aseguró, intérprete mediante. Respecto de la coreografía que los consagró, revelaron que fue armada a partir de una historia sugerida por el entrenador de ambos, Mario Morales. Hombre de bajo perfil pero de enorme capacidad (a tal punto que en 2008 fue el coach de las dos parejas campeonas), Morales reveló: “Intentamos mostrar la historia de una chica que una noche, muy angustiada, no quiere seguir viviendo. Hasta que aparece un hombre que le devuelve el entusiasmo y empieza a vivir un romance con él, pero esa figura resulta ser la muerte”.
Más allá del relato, difícil de leer sin una referencia previa, el baile que desplegaron Ortega y Kuwamoto estuvo a la altura de las circunstancias, técnico y original en muchas de sus formas, para los compases de “El Marne” en la versión de Forever Tango. Compusieron una de las mejores performances de la noche, aunque cueste acordar con la jerarquía que le otorgó el jurado, integrado por Juan Carlos Copes, Claudio Segovia, Melina Brufman, Miguel Angel Zotto, Gustavo Russo, Alejandro Cervera y Guillermina Quiroga. Diferencias sutiles, y sobre todo subjetivas, separaron a los campeones de los segundos: Cristian Correa y Manuel Rossi, porteños de mucha armonía y un original juego teatral pero que fallaron en la caída final. El podio lo completó otra pareja argentino-japonesa: Cristian López y Naoko Tzutzumizaki, casi impecables en un estilo bien tradicional. Aunque no llegaran al “cuadro de honor”, entre los veinte binomios participantes brillaron también los de Alejandro Berón-Aldana Silveyra (representantes de Monte Grande y originales intérpretes de una hermosa versión de “Los Mareados” por Roberto Goyeneche) y Diego Benavídez Hernández-Natasha Agudelo Arboleda (colombianos de figuras clásicas pero muy bien ejecutadas, con una particular energía).
Cuando el misterio mundialista ya había sido dilucidado por Fernando Bravo, llegó el turno de la música en vivo que ofrecieron Susana Rinaldi y Osvaldo Piro al frente de la Orquesta Escuela (ver aparte). Durante la espera del fallo, el anunciado homenaje a María Nieves resultó de un fuerte impacto emotivo. La mítica bailarina puso en duda el paso del tiempo al interpretar “Patético” con un despliegue físico propio de la juventud. A toda velocidad, se explayó en “trucos”, saltos, corridas, un planeo fabuloso, una sentada de lo más graciosa y hasta un final acrobático, todo en brazos de Pancho Martínez Pey, un gran bailarín treinta años menor que ella. Antes había aparecido por las pantallas de video con su compañero más famoso, Juan Carlos Copes, bailando una coreografía similar pero en 1987 y pronunciando un breve discurso que terminaba así: “Yo nací para bailar tango y voy a morir con el tango”. Fue entonces, ya con ella en vivo sobre el escenario, que el aplauso brotó espontáneo de todo el Luna Park. Justo el mismo ámbito que hace casi seis décadas la coronó junto a Copes en un campeonato con mucho menos marketing pero que significó el trampolín de una fabulosa carrera. El mismo del “título moral” para “Balada para un loco” en un concurso de canciones de 1969. Y el mismo que hoy hace juego con el nombre del emprendimiento artístico-comercial de don Luna.
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