Sábado, 4 de septiembre de 2010 | Hoy
DANZA › EL BALLET CONTEMPORáNEO DEL SAN MARTíN ESTRENA PROGRAMA
Hoy a las 21, en el Teatro Presidente Alvear, la versátil y virtuosa compañía –con bailarines que promedian los 22 años– mostrará por primera vez obras de Carlos Casella (Syracusa), Diana Theocharidis (Intemperie) y Mauricio Wainrot (Chopin Nº 1).
Por Alina Mazzaferro
Lo que todo seguidor del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín espera, cada año, es el programa mixto, en el que esta compañía tan virtuosa como versátil se enfrenta a las disímiles propuestas de un trío heterogéneo de coreógrafos. Esta vez, el combo está integrado por obras de Carlos Casella, que llevó a este ballet por nuevos rumbos en 2007 con su aclamada Playback; Diana Theocharidis, volcada en los últimos tiempos a invadir espacios públicos con piezas poco convencionales; y Mauricio Wainrot, director de la compañía y un clásico en el programa. El resultado será una función con vientos turbulentos, guerras, héroes, dioses arcaicos y mucho romanticismo. La cita es en el Teatro Presidente Alvear (Avenida Corrientes 1659) a partir de hoy a las 21; habrá funciones los miércoles a las 14, los viernes y sábados a las 21 y los domingos a las 17, hasta el 26 de septiembre.
Theocharidis viene de presentarse en el festival parisino L’Imaginaire con Transcripción, una obra que había preparado para el Centro de Experimentación del Teatro Colón en 2003, cuando era la directora de ese espacio. Allí, puso a un grupo de bailarines a moverse sobre una piscina de seis centímetros de profundidad, al ritmo del chelo del finlandés Anssi Karttunen. Otra de sus experiencias en espacios no convencionales fue Huellas, en la que puso a su grupo de intérpretes a danzar dentro de una vidriera de un local de Palermo, mientras el público observaba el espectáculo desde la vereda. “Hace tiempo que me interesa explorar los espacios que participan de ser al mismo tiempo interiores como exteriores”, asegura la coreógrafa. “Pero, ¿qué es interior y qué exterior? Nada lo es plenamente. La atmósfera parecería ser una envoltura que separa lo de afuera y lo de adentro, pero un meteorito podría atravesarla en cualquier momento.” Con estas mismas inquietudes creó Intemperie, “una obra estructurada a la inversa” de sus otros trabajos: “Aquí lo exterior aparece –un gran viento vinculado a los espacios abiertos–, pero lo presento en un espacio cerrado que es el teatro.”
Theocharidis es muy gráfica para describir su producción y lo hace como si estuviera dibujando imaginariamente un cuadro cinematográfico: “En un lugar no localizado, completamente negro, se escucha un ruido y viento. Por debajo de ese viento suena una música despacito. Suena como las mismas ráfagas, ejecutada por un chelo. Poco a poco la música gana presencia y el viento va desapareciendo. Ahí es donde aparece el orden, hay unísonos coreográficos, pero dentro del orden hay algo que siempre prenuncia la intemperie, el caos. No me refiero sólo a la intemperie climática sino a una más metafísica: ese viento interior, que dispersa, disemina, lleva lejos las cosas y también las reúne”.
No hay que olvidar que toda la producción de Theocharidis está estrechamente ligada a la música contemporánea, y cada uno de sus trabajos es producto de la colaboración de compositores de la talla de Giacinto Scelsi, Mauricio Kagel, Martín Matalón y Pablo Ortiz, este último responsable de Intemperie y Transcripción. También Casella tiene sus músicos predilectos, como Diego Vainer, a quien convocó para Syracusa, su estreno pensado para el ballet del TGSM. Lo curioso es que esta obra parece tener poco que ver con la poética que el coreógrafo viene desplegando, desde que inició su carrera junto a El Descueve. “Es una obra muy abstracta, de puro movimiento”, asegura. “No introduzco la palabra ni el canto. Tenía ganas de hacer una suerte de ballet operístico.” Casella reconoce que el punto de partida de esta creación tampoco forma parte de su tradicional modus operandi: “Estaba leyendo La Ilíada, enganchado con el mito de Troya, el caballo, los héroes, los dioses y semidioses, esa combinación de guerra, deseo, sexo y conquista, cuando Wainrot vino con la propuesta. Siempre utilizo imágenes más amplias, colores o paisajes como puntos de partida, pero esta vez me volqué hacia esta historia y la estética que me proponía”. Por supuesto, Casella reconoce que Troya es sólo un disparador y que se ha divertido de-sarmando el relato, “sacando hilachas de él para construir algo nuevo”. “El resultado es un ballet uniformado, con un vestuario de líneas estrictas ideado por Pablo Ramírez, y ciertos solos que permiten que algunos se destaquen entre la masa, como lo hacían los héroes epopéyicos y los dioses”, anticipa.
Para Theocharidis y Casella es una experiencia nueva trabajar junto a esta compañía: ella no lo hace desde fines de los ’90, y él, si bien montó una obra para el ballet del TGSM hace tres años –además de ser maestro de ese grupo–, asegura que no conocía al equipo pues éste se ha recambiado casi en su totalidad y ahora se trata de un ballet jovencísimo, con bailarines que promedian los 22 años. Wainrot, en cambio, ha formado a estos últimos a su imagen y semejanza, y ellos han probado en el programa pasado, con Carmina Burana, que dominan el lenguaje de su mentor. Esta vez, el director ha creado para ellos Chopin Nº 1, su primera coreografía estructurada sobre un concierto de este compositor. ¿Por qué hacerlo ahora? Wainrot asegura que desconocía que era el bicentenario del nacimiento del músico cuando lo eligió. “Quería hacer una obra romántica, un canto a la vida, después de la tragedia que me tocó vivir”, revela el coreógrafo, haciendo referencia a la muerte del escenógrafo Carlos Gallardo, su compañero en el trabajo y la vida, que falleció tras un accidente automovilístico a fines de 2008. “El romanticismo es hoy una mala palabra, casi sinónimo de cursi. Para mí no lo es; como el humor o la tragedia, el romanticismo forma parte de nuestra vida”, dictamina Wainrot, quien promete que su versión danzada de este concierto para piano inspirará a más de un amante, especialmente tras un dúo amoroso que se postula como la joyita de la pieza.
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