Lunes, 25 de octubre de 2010 | Hoy
DANZA › PRESENTACIóN DE MIKHAIL BARYSHNIKOV EN EL TEATRO COLISEO
El mítico bailarín, de 62 años, realizó dos únicas funciones de su espectáculo Tres solos y un dúo junto a la española Ana Laguna. Se mostró en gran forma, ya sin el despliegue aéreo de antaño, pero siempre sólido y con una capacidad expresiva que dejó con ganas de más.
Por Carolina Prieto
En el marco de una gira latinoamericana, Mikhail Baryshnikov se presentó por cuarta vez en Buenos Aires junto a la bailarina española Ana Laguna con el espectáculo Tres solos y un dúo, compuesto por cuatro piezas breves y contemporáneas hilvanadas en un montaje minimalista en el que primó la madurez de dos intérpretes intensos, muy expresivos y con un manejo técnico aún sorprendente. La sola aparición en el amplio escenario del Coliseo del bailarín de 62 años, vestido de blanco y con un físico impecable, generó la ovación del público que pagó hasta mil pesos por ver a una de las mayores estrellas de la danza internacional, que inició su carrera en la ex Unión Soviética y luego se radicó en Estados Unidos. La función comenzó con Valse-Fantasie (Vals Fantasía), con coreografía del ruso Alexei Ratmansky y música de Mikhail Glinka, una pieza romántica y juguetona en la que Misha desplegó su arte límpido con movimientos precisos e impecables, combinando el lenguaje clásico y el contemporáneo.
Ya no salta como lo hacía antes, pero su cuerpo sigue siendo un instrumento refinado, grácil y veloz que transmite los vaivenes de un hombre al darse cuenta de que ya no siente nada por la mujer que lo desveló años atrás. Su fina estampa y sus cambios de ritmo cautivan; y la platea, sobre todo femenina, lo agradece. Le siguió Solo for Two (Solo para dos), a cargo de Laguna, la artista que en el ’74 fue invitada a integrar el Cullberg Ballet de Estocolmo, desde donde se proyectó internacionalmente. Su figura contrasta con el modelo de la bailarina tradicional: esta mujer nacida en 1954 sólo lleva puesto un vestido rojo amplio, suelto y largo; el pelo negro y canoso atado en una colita y los pies descalzos. Con música de Arvo Part y coreografía del sueco Mats Ek (su actual pareja), la española transmite con vehemencia el tormento de una mujer que busca y sufre por un amor inasible que se cuela como una ráfaga en dos momentos. Ahí es cuando Baryshnikov asoma como un fantasma para dejarla a ella danzar un solo de dolor y desgarro.
El ex primer bailarín del American Ballet Theatre, célebre compañía de la que además fue director artístico, regresa al escenario con Years Later (Años después), pieza en la que dialoga con su misma imagen proyectada en una inmensa pantalla. En la primera función del sábado hubo algunos desajustes técnicos, que él resolvió con gracia y soltura cuando la imagen no aparecía. Pidió perdón, recibió por esto más aplausos, y volvió a empezar. En esta obra creada por el joven coreógrafo francés Benjamin Millepied sobre la Melodía para saxofones de Philip Glass, el artista mantiene una conversación danzada consigo mismo: imágenes en blanco y negro de un Misha jovencísimo en pleno ensayo (cuando tal vez no tenía ni veinte años) y el hombre actual ejecutan al unísono los mismos movimientos. Hasta que la imagen virtual se lanza en unos giros velocísimos y eternos que el Baryshnikov carnal ni intenta realizar. Se detiene y mira la pantalla, asombrado por lo que antes podía hacer. Luego, la imagen se triplica: Baryshnikov de carne y hueso, su sombra negra proyectada sobre la pantalla dialoga con un Baryshnikov más joven aunque no tanto como el del comienzo. Tres cuerpos de distintas materialidades, dos instancias temporales y un juego atractivo de simultaneidades y diferencias. Esta obra especular es un guiño simpático: deja en claro que el intérprete acepta con humor el paso del tiempo y que todo intento de volver a sus increíbles habilidades pasadas sería en vano. Hasta se queda parado mirando atónito la pantalla, como si fuera un espectador más.
Tras un breve intervalo, los dos bailarines se unen en el dúo Place (Lugar), también de Mats Ek. Una mesa de madera, una alfombra y tres reflectores son el marco para el encuentro de esta pareja que adquiere distintos climas: placidez, encanto, distancia, desesperación, furia. Ella (de pollera larga y camisa) y él (de traje) se enredan en juegos dulces y ásperos, que cambian de ritmo e intensidad, hasta terminar ella sola en el escenario temblorosa y sacudida por espasmos. El público se puso de pie para ovacionar al dúo que salió a saludar hasta cinco veces mientras los gritos, los flashes (aunque él pidió varias veces que no sacaran fotos) y los aplausos se mantuvieron durante minutos. Pero más allá de la adoración del público, esta visita dejó con ganas de más. No de saltos ni piruetas que un cuerpo de 60 años ya no podría dar, pero sí un mayor juego, riesgo y expresividad, que estuvieron presentes en varios pasajes pero que las coreografías no dejaron crecer del todo. Como si Baryshnikov pudiera entregar un arte más pleno, tal vez menos deslumbrante desde el punto de vista de las destrezas aéreas (giros, saltos y piruetas), pero siempre rico en cuanto a los matices, la carga expresiva y la justeza que lo convirtieron en una figura mundial.
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