Vie 05.11.2010
espectaculos

DANZA › IÑAKI URLEZAGA Y UN DOBLE PROGRAMA EN EL COLISEO

“Es un placer poder bailar la música de Astor Piazzolla”

El bailarín platense, que actualmente encabeza el Het National Ballet de Amsterdam, presentará en el Coliseo su coreografía de La Traviata, célebre ópera de Giuseppe Verdi, y de El Angel vive, un tributo danzado al bandoneonista que revolucionó el tango.

› Por Carolina Prieto

Vive entre Amsterdam, donde encabeza el Het National Ballet, Buenos Aires y La Plata. Se acerca diciembre y se lo nota algo cansado, aunque nunca pierde el tono amable, sereno. Y para coronar un año de giras, estrenos y reposiciones, Iñaki Urlezaga vuelve a los escenarios porteños con dos espectáculos: por un lado, su último gran proyecto, La Traviata, versión para ballet de la ópera de Giuseppe Verdi que él mismo coreografió, y que le demandó casi tres años de trabajo, y El Angel vive, homenaje a Astor Piazzolla que combina danza, música en vivo y proyecciones, y que permitirá escuchar algunas piezas muy poco difundidas del genial creador. Ambas propuestas subirán a escena durante el mes de noviembre en el Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), donde el bailarín actuará con su compañía independiente, el Ballet Concierto, que reúne cuarenta intérpretes.

El clásico de Verdi se presentará los días 11, 12, 13 y 14 a las 20.30 con coreografía, puesta en escena y dirección general de Urlezaga, y música en vivo de la Orquesta Radio-Televisión Pública de Argentina que conduce Luis Gorelik, responsable también de los arreglos musicales. Iñaki, de 34 años, será Alfredo, el hombre que se enamora de Violeta, una cortesana, a pesar de las diferencias sociales que los distancian. Ella no sólo padece una grave enfermedad, sino que recibe condenas por su vida libertina. El tributo a Piazzolla hará dos funciones, el 19 y 20 de noviembre, también a las 20.30. En esa oportunidad, el ex primer bailarín del Royal Ballet de Londres y su compañía actuarán junto a la Camerata Porteña, dirigida por Marcelo Rodríguez Scilla. El año pasado, el argentino concretó unas pocas funciones de La Traviata en el Teatro Cervantes, en calidad de estreno mundial, pero se quedó con ganas de más. “Fueron sólo cuatro funciones de un espectáculo muy grande, de una producción con mucho despliegue escenográfico y de vestuario. Mucha gente quedó fuera sin poder verlo y yo me quedé con ganas de disfrutarlo un poco más. Y en cuanto al homenaje a Astor, hay una primera parte que es un verdadero estreno, con música casi inédita; mientras que el tributo compuesto por Scilla lo presenté también el año pasado. Ahora, con la primera parte nueva, el homenaje crece y se convierte en una obra de un fuerte valor metafórico para ver y escuchar”, adelanta el artista en diálogo con Página/12.

–¿Cómo surgió la idea de convertir una ópera en ballet?

–La música de La Traviata es muy adaptable para la danza. No son arias extenuantes, largas, tampoco es Wagner. Es una obra de una riqueza musical inigualable, que para bailar resulta un diamante en bruto. Y a la danza le faltaba un ballet con música de Verdi o Puccini. Además, sabía lo que quería hacer: encontrar un buen dinamismo a nivel del movimiento, que obviamente la ópera no tiene porque maneja otros tiempos. Es una versión que no distorsiona el guión original: el melómano puede encontrar los mismos cuadros, la misma música, la misma historia.

–¿Por qué se decidió por esta ópera en especial?

–Es un clásico de una gran belleza. En general las historias de amor en el ballet son muy fantasiosas: un hombre que se enamora de una mujer mitad cisne y mitad humana, o la princesa que duerme cien años. Suelen ser bastante naïves. Pero ésta es muy concreta y carnal: refleja la pasión, el romance entre una prostituta, Violeta, y un joven, Alfredo, de una familia que se pretende refinada. El padre de él condena la relación y termina destruyéndola a sus espaldas. Es un hombre de un gran egoísmo. La vi varias veces y se me hizo carne: sentí que condensaba movimientos, pasos, que era un relato que perfectamente se podía contar con el cuerpo. Me acuerdo de que la estaba viendo en Holanda y, en vez de escuchar las voces, se imponían en mi cabeza los pasos, las formas coreográficas. Así que me puse a trabajar durante dos años y medio.

–¿Cómo la concibió en cuanto al movimiento, al estilo de baile?

–Es una obra del Romanticismo, ese movimiento artístico que expresa los excesos del corazón y los sentimientos. No me aparté de esa línea, no la llevé a un registro contemporáneo. Bailamos un ballet clásico con momentos muy expresivos y sin la pantomima más típica del siglo diecinueve.

–¿Qué aportó a la puesta el vestuario de la diseñadora Verónica de la Canal?

–Una impronta muy fastuosa, colores muy sanguíneos que se corresponden con el modo en que la historia está contada, de una manera cruda y visceral. Ayuda a exaltar la condición de la mujer, humillada por ser prostituta. Los corsets hechos a mano por Victoria, que son su sello, están muy presentes.

En El Angel vive, Urlezaga revelará otra faceta, más contemporánea y despojada aunque igualmente intensa, al interpretar la música del argentino que revolucionó el dos por cuatro. “Van a verme bailar mi manera de hacer tango, mezclándolo con el clásico. Es un tango muy estilizado: de hecho, las bailarinas usan zapatillas de punta”, asegura. No es la primera vez que él le pone el cuerpo a la música ciudadana pero, esta vez, el encuentro con el director de la Camerata Porteña fue decisivo. Marcelo Scilla descubrió a Piazzolla cuando tenía 15 años y conoce profundamente su obra. El introdujo a Urlezaga en ella: “Es un placer inmenso bailar esta música, que es muy moderna y no se parece a nada. En Europa es llamativo: si hacés Pia-zzolla, enseguida te identifican como argentino, no hace falta nada más. Es una carta de presentación y un respaldo único”, comenta. La obra consta de un primera parte con música que Astor creó hacia 1970 y 1971, muy poco difundida, como la Fuga 9. Luego viene el tributo creado por la Camerata, compuesto en la línea estilística de Piazzolla, que Urlezaga interpretó fugazmente el año pasado en el Teatro Cervantes. “Es una propuesta poética, despojada, de veinte bailarines, nueve músicos, unos escalones como escenografía y proyecciones entre las que figuran dibujos de Hermenegildo Sábat”, adelanta.

–¿Cómo fue el surgimiento de su propia compañía hace diez años?

–Era chico, hacía poco más de cinco años que estaba radicado en Londres y me resultaba muy difícil bailar acá: no congeniaba con ningún teatro, no había programación o venía para las vacaciones. Pasaban los años y sentía que no podía bailar en mi país. Era muy duro. Así que empecé organizando directamente yo mismo alguna función, después otra y otra, hasta que se fue armando y consolidado un grupo. El origen del Ballet Concierto fue mi necesidad de bailar acá, y se dio en forma natural. Está integrado por bailarines de distintas partes del país: por ejemplo, Eliana Figueroa, mi partenaire en La Traviata, es salteña. Donde veo talento, hay posibilidades de trabajo. Y con este grupo hacemos giras por el exterior.

–Ya lleva cinco años bailando en Holanda. ¿Cómo se siente allí?

–El Het National Ballet maneja un repertorio más variado que el Royal Ballet, que se focaliza siempre en obras inglesas. Con el cambio de compañía me interesó abrirme a otros creadores y no quedarme solamente con los ingleses. De hecho, el año próximo me gustaría trabajar con un coreógrafo francés, porque hice muy pocas obras de ese origen. Hice muchas obras inglesas y holandesas, pero no francesas. Me importa mucho enriquecerme, no cerrarme. Es más, no me interesa tanto si es una obra de ballet o algo más contemporáneo, pero sí que sea bello. Y vivir en Amsterdam es cómodo, vas a todos lados en bicicleta. Moverse es muy fácil; es una ciudad chica, práctica, ordenada. Salvo por el idioma, que es imposible, es muy fácil sentirse bien. Por suerte es una sociedad bilingüe: con el inglés uno está salvado.

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