DANZA › IÑAKI URLEZAGA Y ANASTASIA KOLEGOVA HABLAN DE SU PUESTA DE GISELLE
El ballet cumbre del Romanticismo vuelve de la mano de Urlezaga y su compañía junto a la primera bailarina del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. “Los ballets tocan temas que no desaparecen, como el amor, la venganza, la ilusión”, dicen.
› Por Martín Prieto
Aunque viaja cada tanto a Holanda para actuar como Principal Guest Dancer del Dutch National Ballet, Iñaki Urlezaga ya está asentado en La Plata, su ciudad natal, donde además funciona la sede del Ballet Concierto, la compañía independiente que conduce junto a Lilian Giovine y que lo tendrá ocupado durante todo el año. Desde hoy y hasta el domingo, el argentino protagonizará junto a la rusa Anastasia Kolegova, primera bailarina del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, el ballet Giselle en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125, a las 20.30). Es la obra completa en dos actos con coreografía de Coralli, Perrot y Petipa, música de Adolphe Adam, y la actuación de la Orquesta Académica de Buenos Aires dirigida por Carlos Calleja. Un trabajo que ya los había reunido en 2010 en una producción del Teatro Argentino de La Plata y que ahora regresa renovado. “Tenía muchas ganas de hacer Giselle en Buenos Aires. Al ver que no estaba programada en el Colón ni en otras salas, era la oportunidad de hacerlo. Esta es una producción del Ballet Concierto y, si bien la coreografía respira el original de Coralli, Perrot y Petipa, Lilian Giovine hizo algunos ajustes no para los roles centrales sino para la compañía”, comenta el intérprete a Página/12.
Estrenada en 1841 en la Opera de París, Giselle es considerada una obra cumbre del Romanticismo, centrada en una joven que por una pasión frustrada enloquece y se mata. Transcurre en una aldea medieval donde la protagonista conoce a Loys, un muchacho aparentemente simple, pero que esconde su verdadera identidad. Se enamoran perdidamente. El responsable de desenmascararlo es Hilarión, el guardabosque, también cautivado por la protagonista, pero rechazado. La tragedia se desencadena cuando Giselle se entera de que su amante es en realidad un noble (el duque Albrecht) comprometido con una princesa. El drama incorpora personajes imaginarios, tomados de la mitología alemana: las Willis, fantasmas blancos de las novias engañadas que viven de noche iluminados por la luna. Tienen el poder de atraer a quienes las de-silusionaron y hacerlos bailar hasta la extenuación. Así es como el ballet combina diferentes climas: pasajes muy vitales y alegres como la Fiesta de la Vendimia y otros espectrales de la mano de las Willis.
–¿Cómo es esta versión?
Iñaki Urlezaga: –Las versiones que se hicieron en la Argentina tienen un sello cubano desde que Alicia Alonso vino y la hizo en los años ’70 en el Colón. La versión nuestra es más rusa en relación con lo que se vio antes: tiene un estilo más lírico, más elegante.
–¿Por qué eligió como partenaire a Kolegova?
I. U.: –Eliana Figueroa se lesionó y con Anastasia habíamos trabajado juntos hace dos años. Decidí llamarla y tuve suerte de que pudiera venir, a pesar de todos sus compromisos. Estoy muy contento: es una bailarina muy talentosa, superentrenada. Desde hace siete temporadas que es primera bailarina de uno de los dos teatros más importantes de Rusia. Es muy lírica, muy clásica, y a la vez tiene una suerte de fisicalidad muy actual.
–¿Qué desafíos implican los roles principales?
Anastasia Kolegova: –Mi personaje exige mucha preparación por la enorme cantidad de saltos. Las piernas quedan muy cansadas después de cada función. Y a nivel interpretativo me da mucho placer poder atravesar todos los cambios que vive el personaje: la inocencia inicial, el enamoramiento, el desengaño, el dolor, la locura, el perdón. Los dos actos son muy distintos. Tengo que poner mucho de mí en cada uno.
I. U.: –Mi personaje también salta muchísimo, pero no pasa por tantos estados como el de ella, que llega a perder la razón. Pienso que es el mejor personaje masculino del ballet. Es muy humano. Es un hombre que se enamora de una mujer de la que la separan muchas cosas: la edad, la clase social... No como en otras obras en las que el protagonista se enamora de un cisne o tiene que esperar que la princesa se despierte de un largo sueño. Acá pasan cosas terrenales. Es más: es una persona que crece desde el momento en que se da cuenta de lo que perdió y del daño que causó por haberla engañado.
–¿Cómo ven la relación actual entre la danza clásica y el público?
I. U.: –Siempre hay público porque es un tipo de arte que nunca muere. Como todos los clásicos, están más allá del tiempo y del espacio. Los ballets tocan temas que no desaparecen, como el amor, la venganza, la ilusión. Pasa lo mismo que con Shakespeare, ya no se habla como hablan los personajes de sus obras, sin embargo las seguimos leyendo y representando. Es verdad que cuando ves un ballet por primera vez te puede resultar un poco alejado, pero si tenés sensibilidad te atrapa enseguida. Sentirse atraído por la belleza es algo simple.
A. K.: –En el Mariinsky hacemos unas catorce funciones por mes. Todas con entradas agotadas. Y los sábados y domingos por la mañana hacemos obras para chicos.
I. U.: –¡Igual que acá! En la Argentina, un teatro importante puede llegar a tener catorce funciones al año. Por eso ellos son tan buenos, están superentrenados y para un bailarín ese ritmo es lo mejor que puede haber.
A. K.: –Volviendo al público, el nuestro está formado por personas de cuarenta años para arriba, pero tengo la impresión de que cada vez se acerca más gente joven. La tendencia va cambiando.
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