DANZA › LA ESTRELLA ARGENTINA DEL ROYAL BALLET DE LONDRES SE PRESENTA EN BUENOS AIRES
Marianela Núñez protagoniza la 2ª Gala de Ballet en el Teatro Coliseo, junto a su marido, el brasileño Thiago Soares, y otras parejas destacadas de la danza mundial. Interpretará Cisne Negro y Winter Dreams, esta última basada en la obra Tres hermanas, de Chéjov.
› Por Carolina Prieto
Hace más de seis años que Marianela Núñez no pisa un escenario argentino. Por eso, cuando recibió la invitación para participar de la 2ª Gala de Ballet en el Teatro Coliseo, no lo dudó ni un minuto. Sus compromisos con el Royal Ballet de Londres, una de las compañías más reconocidas del mundo, donde es primera bailarina, se lo permitían. Y enseguida, la artista de treinta años, sonrisa radiante y ojazos claros, se puso a imaginar qué pas de deux interpretar pasado mañana, el viernes y el sábado próximos junto a su esposo, Thiago Soa-res, del mismo cuerpo de baile. Se inclinaron por una opción bien clásica y otra de corte dramático: Cisne Negro, en versión del coreógrafo inglés Anthony Dowell, y Winter Dreams, basada en la obra Tres hermanas, de Chéjov, una coreografía del también británico Kenneth Mac Millan con música de Tchaicovski interpretada por un pianista y cinco guitarristas.
“Cada pareja hace dos pas de deux. Es una manera de atraer al público y dejarlo con ganas de más, para que más adelante se entusiasmen y quieran ver el ballet completo. Vamos a hacer Cisne Negro, la parte más sexy del Lago de los cisnes, con un personaje femenino muy fuerte. Lo elegimos porque, como hace tanto tiempo que no bailamos acá, queremos lucirnos”, asegura Núñez a Página/12. En efecto, este fragmento contiene los treinta y dos giros o fouettés que ejecutará la argentina: “Es la parte de la pirotecnia, del despliegue técnico, pero además exige una delicadeza y una madurez emocional fuerte”, agrega la artista. En el otro fragmento inspirado en el drama chejoviano, Marianela será Masha, la hermana casada que tiene un romance con un militar. “Es el momento del adiós, él se tiene que ir a la guerra. Es un clásico de nuestra compañía, hacemos muchos ballets inspirados en obras de teatro. Y son geniales: además de bailar bien, tenés que interpretar a un personaje, meterte en una historia, olvidarte de la técnica y poner todo de vos desde un lugar de verdad, dejando de lado la máscara que puede tener el ballet”, explica.
Marianela vive en Londres desde hace quince años. Pasó la mitad de su vida en el marco del Royal Ballet, al que considera su “segunda familia”. Y está feliz: allí logró concretar un sueño que acarició desde muy chica. Ella es la única mujer de cuatro hermanos y en cuanto tuvo edad como para dar unos primeros pasos y coquetear con la danza, su madre la llevó a iniciación en ballet. “Tenía tres años, me vistió de rosa con el tutú, el moño y ahí fui”, cuenta, acaso más impulsada por un deseo materno que por ganas personales. Y descubrió un mundo que la sedujo y del que no quiso apartarse nunca. “Me enamoré enseguida: a los seis ya sabía que quería bailar. Era raro porque siendo tan chica ya me gustaban la disciplina, las clases fuertes. Las nenas iban a ballet a jugar y yo me lo tomaba muy en serio”, señala. Siguió estudiando con el mismo ímpetu, entró al Instituto Superior de Arte del Colón, se fue de gira con Maximiliano Guerra y a los doce años, mientras tomaba un curso de verano en Nueva York, fantaseó con quedarse. Pero la oportunidad de radicarse en el exterior llegaría tres años más tarde. El Royal Ballet estaba de gira por América y ella se presentó a las audiciones durante toda una semana. La seleccionaron y comenzó una nueva etapa en su formación, que la llevó a ingresar a la escuela de perfeccionamiento, ser parte del cuerpo de baile, después primera solista y luego primera bailarina con sólo veinte años. “Normalmente se tarda un poco más, pero a mí me tocó así. Y te llegan todos los grandes papeles de una. Pero yo ya contaba con años de trabajo previo, habiendo hecho los personajes secundarios. Esto me permitió asumir los protagónicos con mucho recorrido previo, bien fogueada, conociendo muy bien las obras”, describe.
Actualmente son doce las primeras bailarinas del Royal. El ritmo de trabajo es intenso: clases y ensayos de lunes a sábados desde la mañana hasta la tarde, sumadas las funciones nocturnas. “Tenemos ciento cincuenta funciones por año –comenta–. Durante un mismo día podemos estar ensayando tres o cuatro producciones diferentes. Es lo mejor que nos puede pasar: la carrera de bailarín es corta y tener la posibilidad de trabajar tanto y en obras diferentes es para agradecer. Es un training fuerte, pero no te aburrís nunca, estás aprendiendo todo el tiempo: los clásicos, ballets bien contemporáneos con músicos en vivo, como cuando vinieron a tocar los White Stripes, obras muy dramáticas como Winter Dreams. Tal vez por eso tenemos un público tan diverso.” Con todo este bagaje encima, Marianela tiene en claro la importancia de la técnica: siempre bien afilada pero al servicio de la comunicación con los espectadores; si no es un despliegue vacío y efectista. Y en este sentido, asegura que los años en que coinciden la excelencia física y la madurez emocional de un bailarín son muy pocos: “Es un lapso que va entre los 28 y los 34, después el cuerpo te va dejando de a poco, aunque siempre hay excepciones”.
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