DANZA › COMEDIA MUSICAL EN EL IUNA
Ricky Pashkus, creador y director de la Compañía de Teatro Musical del IUNA, habla de una larga tradición nacional y del error de considerar el género como obligatoriamente norteamericano.
› Por Alina Mazzaferro
Parecería ser un género importado, de esos que sólo se hacen “bien” afuera –en Estados Unidos– y aquí se calcan con defectos e imprecisiones (y a veces con inaudibles traducciones). Sin embargo, el teatro musical “es antiquísimo en Argentina”, dice Ricky Pashkus, y enumera: “El sainete, el circo criollo, el varieté, la revista que, chabacana o no, quién no sabe que existe”. El coreógrafo también reconoce como antecedente las obras de Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores, y las películas de Lolita Torres y Tita Merello, entre tantos otros. “No sé por qué cultura de la no-cultura decimos ‘en la Argentina nunca se hizo’ cuando no hacemos otra cosa que usar y hablar del género”, dispara Pashkus, quien recientemente ha dado un paso más en la constitución y el desarrollo del musical en Argentina.
Se trata de la creación de una compañía –bajo su dirección– dedicada exclusivamente al teatro musical, íntegramente conformada por estudiantes y graduados del Area de Artes del Movimiento del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), que brinda el marco institucional para que tal proyecto sea puesto en marcha. “Se trata de recuperar la tradición nacional, pero también de experimentar y buscar un lenguaje expresivo nuevo: un teatro musical argentino”, explica. Porque, para Pashkus, “teatro musical quiere decir teatro que utiliza la danza y el canto para avanzar en su narración; no quiere decir norteamericano”. Lo que en seguida llama la atención de este emprendimiento es su carácter de “pionero”, al menos en el país, ya que se trata de la primera compañía nacional dedicada a la comedia musical. “Hay compañías de danza clásica y de danza moderna en todo el mundo, hay algunas pocas de danza jazz y de comedia musical hay poquísimas”, explica el director, haciendo referencia a que los realizadores de estas grandes producciones conforman elencos nuevos para cada proyecto en vez de trabajar con un equipo estable. “La Argentina en este sentido es líder –sigue el coreógrafo–; tenemos una licenciatura en composición coreográfica para comedia musical, que en Estados Unidos y Europa no existe. Esto nos obliga a ser responsables de lo que estamos creando.”
–¿Cómo nació la idea de formar esta compañía en el marco del IUNA?
–La idea fue de Silvia César, que era la decana del IUNA. Siento que con esto el país, o al menos la ciudad, está liderando un proyecto educativo, juntamente con la Fundación Julio Bocca y la Universidad Maimónides, con los cuales también estoy trabajando. No sé si la gente es consciente del quilombo que se armó con la comedia musical, un proceso que empezó hace 20 años y que hoy culmina con una compañía especialmente dedicada al género. Es en este contexto que aparece la compañía del IUNA, como algo lógico. La universidad debe ser el lugar donde la sociedad inscribe a sus jóvenes, que luego ingresarán en la futura sociedad laboral. Y una universidad de arte en un país como el nuestro, que está todavía atravesando una crisis, me parece una idea brillante. Una compañía de comedia musical, dentro de la cual sus participantes cobrarán un sueldo, le da sentido a la carrera. Porque es muy difícil para los coreógrafos insertarse en la sociedad laboral. Esta compañía constituye el cierre de un ciclo: los mismo alumnos del IUNA van a poder investigar y probar como coreógrafos sus obras en la compañía.
–El proyecto está enmarcado dentro del Area de Movimiento. ¿Estará, entonces, más volcado hacia la danza que hacia el canto y la actuación?
–Sí, está planteado desde la danza, luego se integrarán las otras disciplinas; tendremos para ello distintos maestros. A largo plazo el bailarín deberá tener materias del IUNA de teatro y de canto. Todavía son proyectos separados, pero en un futuro podrán cruzarse.
–Entonces, ¿hay objetivos pedagógicos además de artísticos?
–Sí, complementa la formación del bailarín. Como sólo pueden entrar los alumnos del IUNA, entonces sólo podrán participar quienes estén en el trabajo regular de la universidad. Es ideal, un espacio donde se combina el estudio con el trabajo, cosa que no siempre es fácil de conjugar.
–La comedia musical siempre se vinculó con la danza jazz. ¿Abrirá el juego a coreógrafos de otros estilos y vertientes?
–Sí. Mi idea es que la compañía sea de teatro musical y dentro de él, la comedia, es un género. La comedia musical sí está más vinculada con el jazz, pero mi intención es que puedan incluirse los estilos que cada uno desee investigar, siempre y cuando exista una narración que avance mediante el canto y la danza. Si no, no habría diferencia entre una performance o un recital en el que Madonna canta y baila. La diferencia está en que en estos últimos no hay un avance narrativo.
–¿Qué proyectos tiene en mente? ¿Usted también los dirigirá?
–No imprimirle una personalidad a una compañía es un grave error. Una compañía debe tener un color. Pero si ese color no habilita otros colores tampoco es bueno. Creo que voy a dirigir algunas cosas, pero ya estoy convocando a otros coreógrafos como Elizabeth Chapeaurouge, importantísima coreógrafa que hizo Jazz Swing Tap. También hablé con egresados del IUNA para que puedan investigar en composición coreográfica. Además quiero que Chet Walker, un socio y amigo mío norteamericano, traiga la cultura original de la comedia musical. Quiero hacer intercambios con festivales. Y cumplir un viejo sueño: generar una obra en la que cinco coreógrafos de extracciones distintas, entre ellos Ana María Stekelman y Oscar Araiz, que no hacen comedia musical, se vean “obligados” a probar con este género. Intento encontrar el pensamiento inédito sobre el teatro musical.
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