Jueves, 15 de marzo de 2007 | Hoy
DANZA › EL BALLET ESTABLE DEL COLON, EN EL TEATRO PRESIDENTE ALVEAR
El repertorio, ortodoxo, se hubiese lucido más en el coliseo porteño, pero los bailarines tuvieron una actuación correcta.
Por Alina Mazzaferro
“¿Quién baila esta noche?”, pregunta un señor en la ventanilla del Alvear, sorprendido ante la pequeña multitud que se reúne un martes por la noche en la antesala de ese teatro y que se extiende hasta la calle Corrientes. “El ballet contemporáneo del Teatro Colón”, contesta la chica de la boletería. ¿El ballet contemporáneo del Teatro Colón? Esa figura, ciertamente, no existe; seguramente la chica haya confundido al Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, que todos los años brinda funciones en esa sala del Complejo Teatral de la ciudad, con el Ballet del Teatro Colón, que debido a las obras de restauración que se llevan a cabo en su recinto este año se presentará en distintas sedes y que, realmente lejos de un perfil contemporáneo, en su programa de apertura de la temporada 2007 se ha mostrado más clásico que nunca.
El repertorio, ortodoxo como hace tiempo no se veía, fue elegido a imagen y semejanza de los módulos que originalmente se armaban en las funciones del coliseo porteño: un fragmento de un ballet clásico, un compilado de los pas de deux más famosos y, para cerrar, un número de caractère con toda la compañía en escena. El espectáculo comenzó con el tercer acto de Raymonda, un ballet de gran precisión técnica con cierto exotismo oriental en sus adornos, creado por Marius Petipa a fines del siglo XIX sobre la música de Alexander Glazunov. Al levantarse el telón, la suntuosidad de la corte y caballeros medievales de la época, todos con los típicos trajes dorados, contrastaba con la pobreza de la escenografía, miniaturizada en el primer adagio, cuando nueve bailarinas lucieron al unísono el en dehors de sus attitudes devant sentadas sobre los hombros de sus compañeros. El primer pas de quatre, más que una danza festiva, pareció tomar el color de una mesa examinatoria en la que los cuatro intérpretes –Vagran Ambartsoumian, Matías de Santis, Juan Pablo Ledo y Edgardo Trabalón– mostraron uno a uno, con cierta imprecisión, sus tours en l’air, ante un público-jurado ubicado, esta vez, tan cerca del escenario como para registrar cualquier detalle e inexactitud. El panorama fue mejorando con el cuarteto de damas (Laura Beccaceci, Graciela Bertotti, Marta Desperés y Noemí Szleszynski) y con la aparición de la pareja principal, la dupla Dalmiro Astesiano-Gabriela Alberti, especialmente cuando esta última salió airosa de la variación más famosa de esta obra.
A continuación, comenzó la seguidilla de pas de deux. Estos extractos, compuestos por un adagio a dúo, variaciones en las que el hombre y la mujer se lucen por separado y una coda reúne a ambos en un gran final, condensan en menos de diez minutos todo el valor artístico y técnico de una obra clásica. Una gran oportunidad para que primeras figuras y algunos integrantes del cuerpo de baile pudieran mostrar lo que tienen para ofrecer. Carla Vincelli y el ruso Vladislav Koltsov arrojaron alegría sobre la escena en el estreno de Las llamas de París, una coreografía creada por Raúl Candal con un lenguaje ortodoxo, no muy diferente a las más antiguas que le precedieron. El Grand Pas Classique, un verdadero desafío técnico que Victor Gsovsky creó en 1949, permitió que la delicada Silvina Perillo demostrara su virtuosismo en una dificilísima variación compuesta por una sucesión innumerable de relevés; su compañero Edgardo Trabalón, sin embargo, no demostró poseer la ductilidad necesaria para encarar la propia. Las dos piezas finales fueron dos perlitas: una impecable y graciosa Maricel Dimitri y un Alejandro Parente de arrolladora personalidad sortearon los obstáculos técnicos de La Esmeralda de Petipa, ofreciendo un acto lúdico, de pura seducción gitana. Karina Olmedo y Leandro Reales dieron vida a Diana y Acteón en uno de los pas de deux más complejos de la danza clásica. Reale demostró su gran capacidad para los saltos complejos, con los cuales arrancó los aplausos al público.
La compañía se despidió con Las danzas polovsianas, un fragmento coreográfico de caractère extraído de la ópera El príncipe Igor de Alexander Borodin que originalmente fue coreografiado por Michel Fokin y que fue una grata sorpresa volver a encontrar entre el repertorio del ballet. En botas y zapatillas de media punta, el grupo se divirtió interpretando a guerreros, esclavos y tártaros (se destacaron Leandro Tolosa y Miriam Coelho). A pesar del correcto desempeño de los bailarines, en líneas generales, el programa concluyó dejando la sensación en la audiencia de que la sala del Colón –su escenario de enormes proporciones, su escenografía espeluznante– es un marco necesario y no meramente coyuntural para el desarrollo de la obra, un condimento indispensable que brinda magnificencia a la puesta. Por supuesto, ni Raymonda ni Las danzas polovsianas pueden ser igualmente atractivas sobre un escenario más pequeño, con menos artistas en escena y con escenografías chatas, sin profundidad. Tal vez habría que haber dejado este tipo de repertorio, que necesita de la pompa escenográfica que sólo puede brindar el Colón dentro del Colón, para cuando el cuerpo estable regresara a su recinto de origen. Y aprovechar esta oportunidad para dejar a los bailarines “desnudos” y deleitar al público con coreografías que se bastan por sí mismas, sólo con los cuerpos en movimiento sobre la escena, como es el caso de los famosísimos pas de deux y otras obras como El bolero, de Ravel, que forma parte del próximo programa que esta compañía tendrá para ofrecer.
7-PROGRAMA APERTURA BALLET ESTABLE DEL TEATRO COLON
Escenografía: Diego Videla Gutiérrez y Santiago Massa.
Iluminación: Rubén Conde.
Repositores coreográficos: Raúl Candal, Cristina Ibánez y Alejandro Totto.
Teatro Presidente Alvear, Corrientes 1659.
Desde hoy y hasta el sábado, a las 20.30, y el domingo a las 17.
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