DANZA › KOKI Y PAJARIN SAAVEDRA
Al frente de su compañía Nuevo Arte Nativo, los bailarines reflexionan sobre su arte, además de ejercerlo. Hoy montarán en el ND Ateneo el espectáculo Aldea universal.
Hace unas veinte horas que llegaron de “Macondo del Estero”, como llaman a su provincia natal “con todo el cariño del mundo”, y los bailarines Koki y Pajarín Saavedra siguen arrastrando sus valijas por las calles de Buenos Aires. Es que lo primero que los ocupó fueron las horas de ensayo para lo que es su proyecto más ambicioso: el estreno de Aldea universal, la obra en la que están trabajando desde hace seis meses, y que por ahora tendrá una única función en Buenos Aires, hoy a las 21 en el ND Ateneo (Paraguay 918).
Los hermanos Saavedra forman parte de una estirpe de bailarines de figuras como Carlos (su padre) y Juan (su tío). Al frente de su compañía Nuevo Arte Nativo, hace años que sorprenden en la Argentina y en el mundo marcando la evolución de las danzas folklóricas argentinas desde una visión personal. En su caso, el ser profesionales de la danza folklórica implica una obligación a la que vuelven una y otra vez durante la entrevista con Página/12: el trabajo, arduo, y el esfuerzo que se pone en ese trabajo. Así que nada de musas para este dúo artístico: “Nosotros aspiramos a que las danzas folklóricas crezcan formando parte de una profesión. Porque es una rama muy importante de la cultura de nuestro país, así como lo es el baile del tango”, explica Koki. “Borges decía que el arte no es platónico, es concreto. Y es así: es maravilloso tener ideas, pero hay que ponerse a trabajar para lograr que ocurran.”
¿Y por qué invertir seis meses de trabajo –arduo– para la que hasta ahora será una única función en Buenos Aires? Los Saavedra vuelven a lo que debería ser obvio: el hecho creativo. “Si la fuerza interior de querer hacer y decir algo te impele a que lo realices, lo hacés. Es algo más fuerte que vos, algo que te interprela”, define Pajarín. “Fue un año muy fructífero en cuanto a la creación, y el fin de temporada nos agarra con un estreno. Así se dieron las cosas y ojalá que podamos volver a mostrarlo muchas veces más. Lo bueno es que podamos hacer que ocurra.”
El espectáculo, en el que participan doce bailarines y músicos (las dos cosas a la vez), está dividido en dos partes: una primera de repertorio “misterioso”, según jura Pajarín, que suma voces de Peteco Carabajal, Hugo Díaz, Horacio Banegas, La Juntada y Mercedes Sosa (la única tucumana colada en el repertorio, pero con una razón: canta un tema dedicado a un santiagueño). En la segunda parte, aparecen la percusión en vivo, los juegos rítmicos, los trabajos con boleadoras y cierto tono del altiplano con grabaciones del grupo Los Incas.
Una parte importante del trabajo del dúo es la tarea docente, que ahora concentran en Buenos Aires en su estudio La Esquina, y en Santiago del Estero en el estudio-bunker de la bailarina clásica María Eugenia Morán. “En las danzas tradicionales confluye lo complejo y lo sencillo, por eso no son de fácil acceso, llevan un aprendizaje”, asegura Koki. “A algunos les puede llegar como algo obsoleto, antiguo, aburrido, y tienen sus razones, por algo les habrá llegado de esa manera. Pero por otro lado está todo el entusiasmo que genera, y que vemos en los chicos.”
Koki y Pajarín son de esos artistas capaces de reflexionar sobre su arte, además de ejercerlo. Con el respaldo de esta práctica hablan del lugar de la danza del folklore en la Argentina, de los bailarines que no forman parte del público de los espectáculos de danza, de lo cerrado del ambiente, de la ausencia de programación profesional, de la oferta y la demanda no creadas. “Nos gusta ser parte de la modificación con lo que hacemos. Siempre se puede pasar a más, por qué no”, concluyen.
Como un fenómeno que se extiende en ballets y peñas de todo el país –y sin conexiones posibles con Bailando por un sueño–, las danzas folklóricas establecen una primera divisoria de aguas: están los que siguen la ortodoxia tradicional, las danzas llamadas “de proyección” o “estilizadas”. Lo que hacen Koki y Pajarín definitivamente no es tradicional, pero a ellos tampoco les cierran las otras clasificaciones: “Es danza y chau”, dicen, y proponen: “Llamale como quieras, pero bailala bien”. En el arte popular siempre aparece la tensión tradición-renovación, como en todo campo, en general, donde naturalmente operan pujas entre conservación y cambio. “El cambio siempre cuesta, en el mejor de los sentidos, y en el peor, da miedo”, define Pajarín.
–¿Hasta dónde se permiten renovar una danza de tradición folklórica?
Pajarín: –Tomemos como ejemplo la chacarera: a todo renovador le interesa hacer bien el rasguido de este ritmo y su origen está en Santiago del Estero. Si eso, que es la base, falla, los resultados de la innovación no son tan felices. En nuestro caso no usamos bombacha ni chiripá (aunque sí los usábamos cuando empezamos), pero tenemos todas las danzas tradicionales bien aprendidas, como se debe. Como docentes les decimos a los alumnos que la cuestión más complicada siempre es la rítmica, es decir, la base histórica. El diseño coreográfico es lo más sencillo y ahí podés volarte todo lo que quieras, pero si no está lo otro, no sirve.
Koki: –Durante muchos años, el folklore se dedicó a lo argumental: se trataba de contar historias relacionadas con paisajes, vivencias, formas, colores, músicas, con un hilo narrativo. Eso estuvo bueno. Pero, como artistas, siempre hay necesidades internas, no todo pasa por contar de esta manera. No podemos sustraernos a estas necesidades, pero partimos de una base que no cambia.
–¿Y cómo manejan la competencia que genera la reunión de dos artistas de la misma disciplina?
Koki: –Nosotros no competimos, aprendemos uno del otro. Uno ve reflejado en el otro el deseo de lo que considera que tiene que ser. Así trabajamos, para que el otro pueda dar lo mejor. Si no, sería frustrante. Si no hay generosidad ahí, es imposible crear en compañía.
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