DANZA › HULDA BITTENCOURT HABLA DE LAS TRES OBRAS QUE MOSTRARA CISNE NEGRO EN EL TEATRO PRESIDENTE ALVEAR
Nacida por el empuje de un grupo de bailarines que quiso romper con la hegemonía femenina, Cisne Negro Cía. de Dança exhibirá su atípico estilo en Reovada, Cherché, trouvé, perdu y Trama.
› Por Alina Mazzaferro
“Yo no tenía ninguna intención de hacer una compañía de danza profesional”, recuerda Hulda Bittencourt. Sin embargo, la brasileña ya lleva treinta años a la cabeza de Cisne Negro Cía. de Dança, agrupación independiente de danza contemporánea que ella misma creó en 1977, más por azar que por convicción. Recién llegada a la Argentina –donde Cisne Negro realizará tres únicas funciones, hoy y mañana a las 20.30 y el domingo a las 17 en el Teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659)–, Hulda se ríe cuando le preguntan una y otra vez por qué la compañía lleva ese nombre que recuerda tanto a la malvada antagonista del archiconocido Lago de los Cisnes. Es que, hace treinta años, Hulda era una discípula de la pionera del ballet en Brasil, María Olenewa, y ya tenía cierta reputación como maestra en su propia escuela de San Pablo: Cisne Negro. No tenía intenciones de armar una troupe propia y menos aún una de danza contemporánea, disciplina que desconocía por completo, tan poco desarrollada por esa época en el país vecino. Tal vez si a su academia no hubiera llegado un grupo decidido de muchachos que venían de otros campos del movimiento, obstinados por aprender danza pero también por probar cosas nuevas, Bittencourt no sería hoy la responsable de haber dado forma a una de las compañías contemporáneas más antiguas y de mayor prestigio en Brasil.
Acostumbrada a trabajar con señoritas de medias rosa, malla y tutú, para la Hulda de los ’70 incorporar hombres en su rutina de clase pero también en el escenario era tanto un desafío como un gran problema: mezclar las “meninas que venían del clásico puro” con los “meninos gimnastas” fue una experiencia que ella resume como “una locura”. “Lo llevé adelante por la obstinación de catorce bailarines, que se empeñaron en hacerlo. Eran todos jóvenes, fuertes, lindos, de piernas peludas. Y yo me preguntaba: ¿Cómo voy a trabajar con esos pelos?, se ríe hoy. Luego de armar un par de coreografías atléticas –una verdadera revolución para la danza brasileña de aquel momento–, Hulda se animó a llamar a otros coreógrafos de estirpe contemporánea para darle forma a aquello que, sin proponérselo, había conformado. Llegaron las primeras presentaciones, tan atrevidas como amateurs: “La primera vez no teníamos estatuto ni organización alguna, por lo que no podíamos cobrar el dinero que nos correspondía por la función. Entonces usamos toda la documentación de mi estudio de ballet Cisne Negro. El nombre quedó, no lo pudimos cambiar. En Brasil todo el mundo conoce la escuela, pero cuando viajamos al exterior se asombran o piensan que somos una compañía clásica”, explica finalmente la directora.
En realidad, si bien el nombre no da cuenta del carácter contemporáneo de la agrupación, es una clara metáfora de la historia de la misma: como el patito feo, el cisne negro se destaca entre la blanca multitud alada, tan representativa del ballet clásico. Cisne Negro se animó a ser distinta, probó y combinó materiales heterogéneos. Hoy, la compañía compuesta por dieciséis bailarines de estirpe contemporánea se caracteriza por no atarse a ningún estilo o lenguaje. Sin coreógrafos residentes, la misma trabaja con los creadores más disímiles del mundo entero. Por eso, en esta oportunidad, en el Teatro Alvear podrán verse las obras de un rumano, un francés y un brasileño: Gigi Caciuleanu presentará Reovada, Patrice Delacroix traerá Cherché, trouvé, perdu y Rui Moreira cerrará la noche con Trama (ver aparte). El objetivo de Bittencourt es no estancarse, siempre estar a la vanguardia. Ser flexible, permeable a las distintas propuestas. Mutar a través del tiempo, para no perder jamás la contemporaneidad. Ser siempre el cisne negro de la danza.
–¿Pero fue este el objetivo desde el principio?
–No. Yo ni pensaba en armar una compañía. Tenía mi escuela con mis pequeñas alumnas. De pronto recibimos a muchos muchachos interesados en bailar. Yo les dije que no tenía clases para hombres, que no podía aceptarlos, que no tenía experiencia. Pero ellos insistieron, se quedaron, querían bailar. Cada uno venía de una modalidad deportiva diferente y tenían los músculos entrenados de cierta manera. No había dos con la misma musculatura y eso era un factor que complicaba las cosas.
–¿Qué hizo con esos varones?
–Creé una forma espontánea para usar sus movimientos gimnásticos, los cuales combiné con los movimientos de la danza. Fue un gran desafío. Estaban tan interesados en hacerlo que ellos se propusieron ayudarme a encontrar el camino.
–¿De esa fusión resultó un estilo de danza más atlético?
–Resultó un estilo atlético, absolutamente nuevo. Eran hombres danzando, no eran príncipes. Esto en Brasil fue una revolución hace treinta años. Todo el mundo quería ver a estos hombres bailando, porque generalmente en la danza no había tantos hombres como mujeres.
–¿Hoy también es una compañía masculina?
–La compañía está compuesta por hombres y mujeres en iguales proporciones. Es un elenco bien bonito. Los coreógrafos con los que trabajamos, en general, toman en cuenta esta línea de trabajo de dinámica fuerte, masculina, tan alejada a la de los príncipes de la danza clásica.
–¿Fue cambiando el estilo de la compañía a lo largo de estos treinta años?
–La impronta atlética de la compañía aún existe. Pero los trabajos son eclécticos porque no tenemos coreógrafos residentes sino que invitamos siempre a gente nueva. Cuanto más diferentes son los coreógrafos que vienen a trabajar con nosotros, mejor es la formación artística que reciben nuestros bailarines.
–Entonces, ¿es una compañía que se adapta a distintos estilos?
–Sí, es una compañía muy rica porque tiene la capacidad de absorber todo lo que traen esos coreógrafos. Eso nos permite diversificar el lenguaje. Si uno trabaja siempre con la misma persona el lenguaje que se manipula es siempre el mismo, más allá de que ésta evolucione o crezca profesionalmente. Las compañías que trabajan con coreógrafos residentes tienen bailarines con ciertas dificultades para adaptarse a nuevos estilos. Esa es mi opinión y por supuesto respeto a esas compañías, pero para mí es fundamental llamar siempre a creadores diferentes para facilitar el crecimiento de mis bailarines.
–¿Cómo es el panorama de la danza contemporánea hoy en Brasil?
–Brasil tiene gente talentosa de norte a sur. En todos los lugares que pasamos encontramos buenos bailarines. Es un país en el que se baila mucho y se tiene mucha facilidad para la danza. Cuanto más al norte uno va, la locura por la danza es mayor. Hace más calor, el clima ayuda y los físicos también.
–Muchas compañías de danza contemporánea brasileñas tienen la necesidad de incorporar los ritmos del folklore local, otorgándole un sello particular a sus creaciones. ¿Ustedes también?
–No siempre. Algunas veces trabajamos sobre alguna pieza folklórica o con compositores brasileños. En cada región de Brasil hay una danza local característica; es un país con un folklore muy rico. A nosotros nos gusta retomar algunos de sus elementos, aunque siempre los utilizamos dentro de nuestro lenguaje contemporáneo, porque no somos especialistas en folklore.
–¿Encuentra características comunes entre la danza contemporánea brasileña y la argentina? ¿Habría un sello latinoamericano?
–Ambos países, Argentina y Brasil, tienen un modo de bailar muy potente. El folklore argentino es fortísimo, y el nuestro también, tanto el del norte como el del sur. Nuestras danzas gaúchas se conectan con el malambo argentino, por ejemplo, por su fuerza.
–Aquí, en los últimos tiempos, existe una tendencia a fusionar la danza con otros materiales, como las nuevas tecnologías o el teatro. ¿Sucede lo mismo allá?
–Sí. Hicimos algunos trabajos de los que no me arrepiento porque fueron importantes para la compañía, con coreógrafos de danza-teatro. Fue importante para que los bailarines reforzaran el aspecto interpretativo de la danza, lo cual no es algo menor. Porque normalmente uno trabaja sobre una serie de pasos sin sentir nada. Pero la danza no es sólo movimiento; es un medio de expresión, debe decir algo al otro.
–¿Tiene esto que ver con el esfuerzo que hacen muchos profesionales por sacar a la danza de ese nicho de entendidos y volverla popular, algo que sensibilice a todo el mundo?
–Sí. Una de las grandes metas de Cisne Negro es llevar adelante un proceso de seducción del público. Ha aumentado muchísimo el público de danza en Brasil, tal vez porque los medios han sido muy cariñosos con nosotros. En un país joven la danza no siempre llega a todos, es un desafío lograrlo. Hay ciertas compañías de algunas regiones que aún tienen resistencia a hacer esto, creen que la danza tiene que ser elitista. Yo no creo esto: la danza debe transmitir y seducir. Por eso nuestros programas son siempre atractivos para todo público.
–Además tienen la ventaja de que la danza es un lenguaje universal con el que pueden llegar a las audiencias de mundo entero...
–Claro, no se necesita el lenguaje oral para comunicarse. Tenemos el cuerpo y con él debemos trabajar para trasmitir un mensaje. Es muy difícil, porque si uno no tiene técnica no puede hacerlo, pero si no es un buen intérprete tampoco puede.
–Entonces, para ustedes la danza no es sólo el arte del movimiento, sino mucho más que eso: es el arte de transmitir con el cuerpo. ¿Es así?
–Por supuesto. Trabajamos con distintos coreógrafos del mundo porque esto implica un desafío interpretativo para los bailarines. Sin interpretación, la danza se convierte en pura ejecución de una serie de movimientos. Y eso no lleva a nada.
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