Martes, 29 de diciembre de 2009 | Hoy
INTERNET › EL AñO WEB FUE DE LAS REDES SOCIALES, LAS APUESTAS DE LOS GIGANTES Y LA REBELDíA “PIRATA”
Mientras que en el 20 por ciento de los divorcios en Gran Bretaña se menciona a Facebook, las estrellas mundiales se “conectan” con sus fans a través de Twitter y todos contentos. Salvo quienes quieren poner peajes para la circulación de información.
Por Facundo García
Veinte años atrás, la película Volver al futuro II se arriesgó a imaginar cómo serían los primeros tramos del siglo XXI. En el film, los mozos de los bares eran animaciones y la comida venía en paquetitos que se hidrataban en segundos, mientras autos y patinetas se desplazaban por el aire. Lo que no había –y pocos hubieran anticipado– era la posibilidad de que la circulación de datos adquiriera el ritmo frenético y surrealista que tiene en la actualidad. Esa tecnología, que definió a la llamada “década Napster”, ha puesto a Internet en el epicentro de un terremoto cultural de proporciones. Las respuestas a ese cambio delimitan las facciones que se enfrentarán en las batallas que se vienen: en vísperas de 2010, algunos pretenden organizar las conexiones web para que la comunicación se concrete mediante autopistas y peajes digitales; en tanto que otros prefieren repetir la frase que el doctor Emmett Brown le tira a Marty McFly al principio del memorable film de Robert Zemeckis: “¿Calles? Adonde vamos no necesitamos ‘calles’”.
Los últimos han sido doce meses en que los gigantes del ramo no temieron apostar fuerte. Así como Google se había atrevido a meterse en el negocio de los navegadores –con Chrome–, Microsoft se asoció a Yahoo y dio otro paso en territorio de los buscadores a través de Bing. Y la partida estaba lejos de estabilizarse, porque la marca con letritas de colores no se quedó quieta y echó al ruedo a Google Wave, una aplicación que se anunciaba como el necesario aggiornamento del e-mail. La espera fue un show en sí misma, puesto que la herramienta representaba la promesa de contar con un programa de código abierto que permitiera interactuar en forma colaborativa, muy en la onda 2.0. Sin embargo, se necesitó poco para que los adeptos más eufóricos se moderaran. Sencillamente, no está del todo claro para qué puede servir y los desarrolladores parecen haber optado por aceptar esa incertidumbre, dejando que sean los usuarios quienes terminen de darle sentido al producto.
A ese paso se movió la temporada. En España, la respuesta de los internautas ante una avanzada legislativa que contemplaba la posibilidad de cerrar sites sin necesidad de intervención judicial desató varios días de furia. La respuesta consistió en un “Manifiesto en defensa de los derechos fundamentales de Internet”, que fue redactado colectivamente usando precisamente el Wave. Sólo tres horas le bastaron al texto para explotar por más de cincuenta mil blogs, y eso influyó para que el proyecto normativo fuera al archivo. La ola había empujado a los usuarios hacia el destino que deseaban.
Pero mucha agua corre bajo los puentes del ciberespacio, y distintas corrientes siguen alimentando la diversidad y la polémica. Wikimanía –el encuentro global que convoca anualmente a las comunidades Wiki– se desarrolló esta vez en Buenos Aires y trajo al proscenio reclamos que se le vienen haciendo a Wikipedia. El padre del software libre, Richard Stallman, abrió la serie de charlas criticando la inclusión de la página Rebelion.org en una lista negra de fuentes que son consideradas como “spam”. Más tarde fue Jimbo Wales –cofundador de la célebre enciclopedia– quien explicó por qué no se preocupaba por el amesetamiento en los índices de participación. Como nota de color, se supo que desde estos pagos había salido el segundo artículo más extenso de la Wiki en español, que consiste en más de 35.000 palabras y reúne cientos de referencias, ordenadas con el título “Paro agropecuario patronal de 2008”.
Nunca se confrontó tanto en la web, y algunos números ayudan a entender las razones. Se estima que en casi la mitad de los hogares argentinos hay una computadora, y según cifras oficiales existen en el país más de 3,6 millones de conexiones. No por casualidad los políticos con aspiraciones se desesperan por encontrar asesores tech. Un estudio concretado por la filial local de la consultora Mindshare, en el que participaron mil cien encuestados de 18 a 54 años, destacó que para la mayoría de las personas la actividad más elegida cuando están solas en casa es navegar en Internet. “Ver películas” quedó en segundo lugar. En la franja de los electores más jóvenes –de entre 18 a 25– la mutación en los consumos se acentúa todavía más. O sea que, más temprano que tarde, este pichón de dragón que ya empieza a estornudar con fuego se convertirá en el medio de comunicación dominante.
En ese paisaje, las redes sociales trajeron al plano concreto lo que había sido mera sospecha. Desde febrero hubo polémicas con Facebook a propósito de la política que la empresa intentó aplicar sobre contenidos generados por los usuarios. Mark Zuckerberg y los suyos pretendían quedarse con una licencia perpetua para utilizar lo que se subiera, aun cuando ese material hubiese sido borrado y las cuentas desactivadas. Inmediatamente, los feisbuqueros se sacudieron la inocencia y destilaron su indignación; la firma dio marcha atrás rápidamente y evitó el éxodo. Desde entonces, diversas organizaciones les han echado el ojo a los famosos y nunca bien leídos “términos de uso”. Se han puesto a monitorear los modos en que la información personal se utiliza comercialmente para generar perfiles típicos y vender publicidad segmentada. Y lo que comentan cada tanto –hay que decirlo– da un poco de miedo.
Facebook sigue metiéndose en la cotidianidad hasta el punto de ser mencionado, según informó el diario británico Daily Telegraph la semana pasada, en el 20 por ciento de las peticiones de divorcio que se realizan online. Nada de eso impide que la bomba más reciente haya sido Twitter: los ciento cuarenta caracteres de los mensajes revelaron ser el gancho ideal para que las celebridades mantengan “contacto” con sus seguidores, y para que el resto de los mortales pueda trinar con oraciones cortas al compás del capitalismo postindustrial. Tanto fue el éxito del pajarito para dar noticias de propios y ajenos, que se lo rotuló como “el SMS de la era que viene”, y los buscadores debieron arreglárselas para incorporar resultados “en tiempo real”, so pena de verse paulatinamente desplazados por la nueva criatura. A un lado, MySpace se mantuvo en carrera entre tropezones y despidos.
Sobre ese territorio de hiperactividad vino a caer la disputa alrededor de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Con un sello distintivo: las mismas personas que no leerían el blog de un antagonista –a causa de discrepancias ideológicas, estéticas, etcétera–, sí se bancaron y de bancan seguir los microposts “del enemigo” si éste los distribuye en las redes sociales. En ese contexto, se pronosticó la muerte de los blogs, aunque al final –cumpliendo aquello de que “un medio no mata al otro”– se descubrió que se los seguía consultando y que la disminución de tráfico quizás iba aparejada con una lectura más reflexiva.
La blogosfera “nacional y popular”, una aglomeración de identidades que aprendió a golpear coordinadamente sin perder pluralidad, demostró que es perfectamente factible que un espacio virtual termine derivando en vínculos concretos y hasta en asambleas. Y acaso haya sido el golpe en Honduras el test más importante para medir la capacidad real que tienen las nuevas tecnologías. Contra los grandes medios de Tegucigalpa, los cibernautas estaban llamados a convertirse en paladines de la libertad de expresión. Lo consiguieron, porque radios independientes y bitácoras personales informaron desde la zona de los hechos hasta convertirse en fuentes para el periodismo extranjero.
Se evidenciaba así la capacidad de los ciberciudadanos para meter temas en la agenda pública, fenómeno que ganó blasones de tendencia confirmada. Hubo polémicas que se iniciaron con videos de YouTube, o con la censura de blogs por parte de una empresa. En el plano más doméstico, el sobreseimiento de Horacio Potel –un profesor de filosofía perseguido por haber creado y mantenido sitios dedicados a Martin Heidegger y Jacques Derrida– sumó otro poroto en la cuenta del optimismo. La movilización que siguió como respuesta al proceso sorprendió incluso al imputado, que cayó en la cuenta de que no estaba solo.
Ocurre que los movimientos por la cultura libre, que hace dos o tres veranos estaban vinculados casi exclusivamente con los fans de la tecnología, están abriéndose a otros sectores. Eventos como el segundo festival Fábrica de Fallas, que se hizo en FM La Tribu, contribuyen a fortalecer la amalgama de los que luchan para que las máquinas y el conocimiento sirvan para ir hacia adelante y aumentar las libertades, y no para retroceder y disparar las tasas de explotación.
Según escribió a principios de diciembre el periodista Alex Dobuzinskis para la cadena estadounidense ABC, ni la “piratería” ni la crisis impidieron que la industria cinematográfica superara en 2009 el record de ingresos por entradas, al menos en lo que respecta a las salas de Estados Unidos y Canadá. Y esto aun cuando el precio de las entradas no ha dejado de elevarse. No obstante, las quejas contra el intercambio de archivos persiste, sin que las corporaciones consigan voceros nacidos luego de la caída del Muro de Berlín.
Se rumorea que quienes se dedican a lucrar con la música no están resistiendo bien el embate. Los guarismos, empero, no muestran que las ganancias hayan descendido hasta la catástrofe (salvo en el caso de los artistas de a pie, que vienen pasando hambre desde hace décadas). Por las dudas, las corporaciones han ido moderando su discurso, guiadas por estudios que demuestran que los downloaders más “duros” son quienes más compran, como publicó The Independent el pasado 1° de noviembre, basándose en un estudio de la consultora Ipsos Mori. Nadie quiere perder a los clientes; sólo seguirlos castigando otro poquito, acusándolos de criminales.
¿Y la literatura en la época digital? Dicen que en el 2010 se puede venir la explosión de los libros digitales, cuya demanda sigue en franco crecimiento. Amazon afirma que el libro electrónico alcanza el 10% de sus comercializaciones, y que esa proporción no tiene visos de bajar. Eso sí, quien hable con los analistas sabrá que se trata de un avance a medir con cautela. Sucede que el mercado está frenado por varios peces gordos. Editoriales de renombre como Simon & Schuster y Lagardere SCA’s Hachette Book Group decidieron retrasar varios meses los lanzamientos de las versiones digitales de sus títulos, para evitar que las descargas fagociten a las versiones impresas y, sobre todo, para que los precios no desciendan.
Para muchos, Google Books será el monstruo que se llevará puestos a los indecisos. La biblioteca digital, que tiene a millones de libros escaneados, encarna una amenaza para el bolsillo de los editores, que insisten en guarecerse detrás de los escudos jurídicos. Lo grave es que el circo legal sigue dejando afuera a las mayorías. Por ende, la cuestión fundamental del acceso a la educación y la lectura a precios bajos sigue postergándose.
El juicio al sitio de intercambios P2P The Pirate Bay fue un caso testigo de esas tensiones, y exhibió en el fracaso de los denunciantes –que obtuvieron fallos a su favor pero no consiguieron desactivar el servicio– el colmo de una estrategia que ha ido engarzando fracaso tras fracaso. Pasada una supuesta venta que no parece haber tenido efectos prácticos, la Bahía Pirata descentralizó su sistema. Esto es, se convirtió en una suerte de “hidra”, reemplazando sus puntos centrales –que eran los vulnerables– por un sistema distribuido que permite ubicar archivos sin necesidad de un rastreador principal.
La dialéctica es rigurosa y a cada ataque le sigue una respuesta más sofisticada. Por eso la ola de encerronas judiciales continúa. Días atrás le tocó a Isohunt.com, que fue encontrado culpable de inducir a la infracción de copyright. Cuentan que seguirá operando desde Canadá. Si eso ocurre, los conservadores –que adivinan en el avance de los celulares una nueva era dorada para el tráfico de bits– sufrirán más dolores de cabeza. Es que las máquinas para retornar al pasado, al menos por ahora, no existen.
Zeitgeist es una palabra de origen alemán que significa “clima intelectual, moral y cultural de una era”. En diciembre, Google publica una lista de los términos más buscados en un informe que se denomina con ese vocablo de innegables resonancias hegelianas. El resumen 2009 especifica que la explosión más poderosa se dio en junio con la muerte de Michael Jackson. Más cerca, los argentinos se concentraron en las redes sociales, los videos online, las principales plataformas de correo electrónico y los sucesos regionales como Taringa! Los televidentes más curiosos de por aquí clickearon para conseguir info sobre Casi ángeles, Crepúsculo y los clásicos Los Simpson y Lost. La celebridad más requerida fue el artista reggaetonero Daddy Yankee, con Jackson y Megan Fox siguiéndolo de cerca. En lo económico, la gente continuó requiriendo información sobre impuestos, seguridad social y asuntos bancarios. ¿Qué pasó con la política? Atravesada por las elecciones legislativas, la dinámica colocó a Néstor Kirchner, Francisco De Narváez y Mauricio Macri entre de los más googleados. Poco antes de los comicios, en marzo, Alfonsín y su fallecimiento habían establecido otra escalada.
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