Lunes, 31 de enero de 2011 | Hoy
INTERNET › VIP ART FAIR, LA AGRIDULCE EXPERIENCIA DE UNA FERIA VIRTUAL
El site vipartfair.com, ideado por una pareja de marchands neoyorquinos, ofertó hasta anoche obras de ciento treinta y nueve galerías provenientes de treinta países. No hubo grandes ventas, pero quedó demostrado que hay un mercado potencial que tal vez guarde sorpresas.
Por Facundo García
VIP Art Fair, fogoneada como “la primera feria virtual de arte del mundo”, terminó anoche con un balance agridulce. A lo largo de una semana, el site ofertó obras de ciento treinta y nueve galerías provenientes de treinta países, pero nadie calculó que la respuesta del público haría colapsar la conexión e impediría las negociaciones. Al final del experimento, los resultados saltaban a la vista. Si por un lado es notable el interés masivo por comprar –o por lo menos mirar– obras de arte, queda claro que mientras no exista una forma más cómoda de transmitir las características de aquello que está vendiendo, la tendencia on line se mantendrá en estado de gestación.
Ya el “VIP” en el nombre asustaba un poco. ¿Más actitud elitista en un ambiente de por sí cerrado? Sin embargo –y a pesar del coqueteo con los emblemas de la crème–, la sigla no se refería a las “Very Important Persons” sino al concepto de “View in Private”, es decir, a la posibilidad de “mirar en privado”. Se sabe: la gente de billetera gorda muchas veces prefiere mantener reserva sobre sus actividades. La novedad fue que ahora, con ayuda de la red, los interesados en comprar no tuvieron que exponerse caminando por las muestras o enviando a personas de su confianza. Asimismo, las galerías zafaron los costos del flete para transportar lo que comercializan, y pagaron por sus espacios virtuales un alquiler mucho menor que el que habrían abonado por un stand “convencional”. Los organizadores también ganaron, porque además de recibir el dinero de los expositores se ahorraron el espectáculo de los artistas tomando champagne en los pasillos y saludándose entre sí con cacareos altisonantes.
La feria fue una creación de James y Jane Cohan, una pareja de marchands neoyorquinos que se largó a planificar el proyecto hace tres años. Su hipótesis era que había chances de amasar un público nuevo sin sacrificar el circuito tradicional, ni las cifras suculentas. Por lo menos eso sugerían los números: ya en 2010, la empresa de subastas Christie’s le sacó provecho a su sistema de ofertas en tiempo real con ventas como la de una vasija china de la dinastía Shang, que se transfirió a un interesado por la friolera de 3,3 millones de dólares. Todo un record para el comercio que se hace con clicks.
Hoy nadie se atreve a vaticinar si esta modalidad –que prácticamente prescinde de lo que Walter Benjamin llamaba “el aura” de las obras, su presencia única– tendrá más éxitos en el futuro. “Nuestras expectativas son modestas”, señaló en la apertura de la feria la propia Jane Cohan. Dicho y hecho: vipartfair.com casi no produjo ventas, en parte por los problemas técnicos y en parte porque hay que ser demasiado inocente para pagar miles de dólares por algo que no se ha visto “en vivo”.
Lo que sí se demostró es que hay un mercado potencial que a lo mejor guarda sorpresas. El ingreso al sitio era gratuito, si bien para poder comunicarse con los galeristas vía chat, skype o teléfono –y a partir de eso comprar– había que abonar un plus. En el ida y vuelta que generaron las miles de visitas se recabó información sobre los intereses de los internautas, datos que más tarde tal vez sean utilizados para establecer nuevos contactos.
El paseo era simple. Una vez que se ingresaba al “atrio”, el usuario podía ver un mapa desde el que se ingresaba a las diferentes secciones. Se podía hacer zoom sobre las obras y –cuando la conexión lo permitía– contactarse con los encargados de las negociaciones. En las zonas Premier Large y Premier Medium hubo varios peces gordos, entre ellos el célebre Takashi Murakami. En la zona Focus, en tanto, se concentraron las galerías que presentaban a un solo artista a través de ocho piezas. Y quienes prefirieron jugarse por los creadores nuevos montaron sus píxeles en el salón Emerging.
De las 8 mil obras expuestas, cerca de medio centenar superaban el millón de dólares. Como se dijo, son precios que van más allá de lo recomendable cuando de compras a distancia se trata. La coleccionista de arte contemporáneo Tiqui Atencio se lo confirmó al Wall Street Journal: “Habiendo tanto por ahí, ¿para qué molestarse en pagar por algo que no podés ver personalmente?”. Igual, la desconfianza de algunos no impidió que el ciberencuentro aglutinara tanto a firmas no tan conocidas como a consagrados de la talla de Larry Gagosian. El arte argentino estuvo representado por Ruth Benzacar.
Y esto no termina acá. Los que siguen con atención las relaciones entre arte y tecnología esperan más cambios, que no tardarán en producirse. Dentro de unos meses se lanzará Art.sy, una red para asesorarse, comprar y vender arte, sobre la base de preferencias individuales y colectivas. Empezar a enumerar a sus fundadores da una idea de la magnitud que tendrá el emprendimiento. Están Jack Dorsey, uno de los que inventó Twitter; Eric Schmidt, de Google; Dasha Zhukova, coleccionista y millonaria; y Wendi Murdoch, esposa del zar de los medios Rupert Murdoch. En algún lugar, los Sforza y los Medici deben estar ahogándose de envidia.
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