Vie 17.04.2009
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CULTURA › JOSE PABLO FEINMANN EN ETERNA CADENCIA

“Mi modelo fue David Viñas”

El filósofo y escritor habló de su infancia en Belgrano R, de su afición por los arqueros, su reciente novela sobre el secuestro de Aramburu y la ópera que está escribiendo sobre la masacre de Ezeiza. Todo en un marco de complicidad con su entrevistador y con el público.

› Por Silvina Friera

Un placer fue la charla de José Pablo Feinmann con Patricio Zunini en el ciclo de los martes en Eterna Cadencia. Hasta ahora la mejor de todas por la conexión y complicidad que se estableció entre el escritor, el entrevistador y el público, que escuchaba e intervenía como pocas veces se vio. De su infancia en Belgrano R, su afición por los arqueros, su reciente novela sobre el secuestro de Aramburu y la ópera que está escribiendo sobre la masacre de Ezeiza, entre otros temas, Feinmann repasó su obra con esa modulación tan pasional que lo caracteriza cuando habla. “De chico jugué de arquero, fue el puesto soñado. Jugué hasta el año ’69 y ahí abandoné porque era muy malo, me daba vergüenza –confesó tentado de la risa por los recuerdos de las pelotas que se hundieron en la red sin que atinara a verlas–. Pero siempre que veo fútbol, analizo a los arqueros.” Aunque Feinmann reconoció que hoy no le gusta ninguno, recordó especialmente a Oliver Kahn, el arquero alemán del Mundial 2002 en Corea-Japón. “Lo que le pasó a ese arquero es extraordinario. Sacó todas las pelotas, pero la más estúpida no la retuvo, que fue el gol de Brasil. Ahí está la tragedia del arquero: un error del arquero es gol, un error de otro jugador no necesariamente termina en gol.”

Entusiasmado con el tema, Feinmann evocó el papel que tuvo Amadeo Carrizo en la formación de toda una generación destacada de arqueros argentinos. “Después de Fillol ya no hubo arqueros que hubieran aprendido mirándolo a Carrizo. Una vez Cejas, que para mí era Dios, me contó que se ponía detrás del alambrado y lo miraba a Amadeo y estudiaba cómo jugaba.” Hasta con el fútbol, el escritor encuentra la punta del ovillo para filosofar. “El último aparente gran arquero fue el paraguayo Chilavert, pero era más famoso por los tiros libres que por sus condiciones de arquero. He aquí que, como decía Albert Camus, todo lo que aprendí de moral lo aprendí jugando al fútbol. La gran lección moral del asunto es que si un arquero convierte un tiro libre, habrá humillado a un compañero.” Zunini mencionó que en Timote se habla mucho de fútbol. Feinmann pegó un saltito en la silla y dijo: “¡Qué bien que empezamos por aquí! No podía tener todo el tiempo a los montoneros hablando con Aramburu, tenía que airear un poco la novela. Hay un personaje, Blas Acébal, el capataz de la estancia, a quien Gustavo Ramus le dice que se vaya al pueblo porque lo van amasijar a Aramburu. Como Acébal se va al pueblo, tenía una gran oportunidad para airear la novela. Primero lo hago que se encuentre con Riganti, un inmigrante que tiene un almacén –explica el escritor cómo fue incorporando el fútbol en Timote–. Notablemente, empezaba el Mundial de México de 1970 el domingo, el tercer día que los montoneros tenían preso a Aramburu. Tenía que aprovechar lo del Mundial. Argentina no jugó porque no se había clasificado. El partido en que no se clasificó fue inolvidablemente triste, pero Cejas sacó un montón de pelotas. Hubiéramos perdido 11 a 2 de no haber sido por Cejas. De esto hablan los personajes. La cosa era demostrar que ese domingo el pueblo habla del Mundial de México. Nadie habla de Aramburu”.

Feinmann reveló que está escribiendo una ópera sobre la masacre de Ezeiza. “Tiene que ser una ópera en la cual veamos la Autopista Riccheri, el interior del avión que lo trajo a Perón, la Casa Rosada con Cámpora, Righi, otros ministros y Juan Manuel Abal Medina, que era el que más lo aconsejaba a Cámpora, el palco con Leonardo Favio y algunos personajes más. Me parece que la masacre de Ezeiza es una gran metáfora del fracaso argentino. Estoy trabajando Ezeiza con Beckett porque pensé que esperando a Perón era como Esperando a Godot. Si tomamos el tema de la resistencia auténtica de Heidegger, no hay que estar esperando algo que venga de afuera sino que interiormente uno debe encontrar su propio Godot”. Apelando a su faceta de docente, después de un esbozo teórico, el escritor optó por contar una anécdota. “Mi amigo Patricio Contreras, que hizo Esperando a Godot en teatro, me decía después de unos cuantos vinos: ‘Pero vos fijate, con esa huevada lo famoso que se ha hecho este hombre’. Al fin y al cabo, la simple idea es que no hay que esperar a Godot.”

Feinmann no tiene empacho en admitir que detesta a Mario Firmenich. “Nunca estuve en Montoneros, pero estuve en la JUP. Nadie daba un mango por la conducción de Firmenich. Pero él tenía la habilidad de no hacerse ver mucho”, subrayó el escritor. “Montoneros hubiera actuado de un modo más sensato de no haber muerto Fernando Abal Medina, que era una especie de Castelli, un Robespierre o un Saint-Just, un jacobino mucho más inteligente que Firmenich, un ex Tacuara que se agarraba a cadenazos en el Nacional de Buenos Aires. La conducción de Montoneros en manos de Firmenich fue una gran tragedia. No hay nadie que pueda decir que tenía razón. Todos tenían algo de razón o compartían la condición de estar equivocados. Y la gran equivocación fue que Perón se muriera.”

Algunos diálogos de Timote le sirvieron a Feinmann para enlazar pasado y presente. “Aramburu le dice a Fernando Abal Medina que le podría contar cosas aborrecibles de Perón, pero Fernando le pide que no se gaste; desde niño escuchó cosas aborrecibles sobre Perón que lo hicieron peronista. Es lo que pasa hoy cuando uno se encuentra con gorilas tan gorilas. ‘Por favor, no seas tan gorila porque me pongo a defender cosas que ya no quiero defender’”, comparó el escritor. Sobre La sombra de Heidegger, Feinmann señaló que de 1947 en adelante lo que caracterizó a Heidegger fue su silencio. “Heidegger no dijo nada sobre el nacionalsocialismo, incluso publicó textos de los años ’30 con alabanzas a Hitler y no los modificó”, confirmó el escritor. “Lo único que dice es que la agricultura tecnificada es similar a la tecnificación de los campos de exterminio en el nazismo, lo que levantó una polvareda espantosa. Para Heidegger la destrucción del mundo natural es lo que va a llevar al hombre a la destrucción. Y efectivamente lo está llevando; de ahí que Heidegger esté tan presente. Lo que Heidegger vaticinó está todos los días en los diarios. No sé cuán optimistas son ustedes, pero creo que este planeta si dura cincuenta años más, felices de nosotros”, ironizó el escritor. La frase final de la novela, “mañana lloverá en Friburgo”, parafrasea el desenlace de La náusea. “Es bastante petulante; es como decirle al lector que ésta es la nueva novela filosófica que se ha escrito. Pero no fue ése el propósito, sino hacerle un homenaje a Sartre.”

–En La sangre derramada usted habla de Sartre y de Camus. Dice que Sartre es un gran filósofo y por eso no es un gran novelista, al revés de Camus, que es un gran novelista y no es un gran filósofo. ¿Cómo se siente usted? –preguntó Zunini.

–Mi modelo fue David Viñas, un tipo de intelectual sartreano que escribía ensayos, novelas y obras de teatro. Si me preguntaran cómo me comparo con Sartre, habría distintas posibilidades. Una la humildad: “Oh, no, frente al maestro sólo puedo ser un escritor argentino de la mera periferia”. Pero honestamente, Sartre es mucho mejor ensayista que yo; filosóficamente nunca podría escribir El ser y la nada y menos la Crítica a la razón dialéctica, que es una obra que marcó mi vida. Pero como novelista soy mejor que Sartre, absolutamente.

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