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Viernes, 18 de septiembre de 2009

CULTURA › DIANA BELLESSI EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA DE ROSARIO

El lenguaje desde la intemperie

En el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, la poeta habló de su vida y de su obra. “Así como la poesía es a menudo un tajo que marca la mentira, el odio, el rencor, la furia, como parte de la afectividad humana, también avizora la belleza y la justicia”, señaló.

 Por Silvina Friera

Desde Rosario

Como todos los años, Rosario está siendo sitiada por un puñado de poetas de todo el mundo, portadores de libritos más o menos flacos y hojas con poemas que se desperezan de esa larga siesta que cumplen los versos inéditos cuando comienza el maratón de lecturas del XVII Festival Internacional de Poesía. De pronto el espacio invita a captar un gesto entrevisto en la calle, las texturas de las voces y de una melodía que se encadena en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia y el Parque España, en bares y otros sitios, donde los versos son relámpagos que iluminan y rasgan las apariencias de una ciudad amable, si se la mira desde el centro. Cuando la mirada se desvía hacia la periferia, el aguijón de la pobreza se derrama sobre los ojos. En el Centro Cultural El Obrador, uno de los integrantes de la comunidad Qom hamaca su cabeza varias veces, empujado por el escepticismo de las promesas incumplidas: “¡Qué van a venir acá los poetas!”.

Como si fueran los personajes emergentes de una película que surge de la atmósfera rosarina, el chileno Yanko González y el patagónico Ariel Williams ponen el cuerpo y la voz; emocionaron a los Qom y se emocionaron y se volvieron con la certeza de que hay experiencias que acarician el alma. El guatemalteco Alan Mills, el cubano José Kozer, que segrega poemas casi al compás de su respiración; la alemana Nikola Richter, la chilena Malú Urriola, el altísimo belga Kurt De Boodt, Daniel Durand, Palo Pandolfo, Verónica Viola Fisher, Florencia Volonté y Diana Bellessi, entre otros, tienen un aire de familia; son soldados que andan juntos en una misma plaza de combate.

Con hinchada propia que le hace el aguante, Bellessi fuma el último cigarrillo antes de entrar a la sala para dialogar con Flavia Dezzutto. La poeta, que este año publicó su obra reunida, Tener lo que se tiene, comienza evocando a la “gloriosa Zavalla”, el pueblo donde nació, a cuarenta minutos de Rosario. Se crió en una chacrita, en un campo cuyas tierras alquilaron sus abuelos y padres, hizo la escuela primaria en el pueblo y fue la primera de su familia que tuvo la fortuna de hacer la secundaria, en Casilda, y de llegar a la Universidad de Rosario. “Nací con una partera del pueblo y las anécdotas familiares decían que mi papá calentaba el agua”, cuenta la poeta con ese modo de evocar que consigue que todos vean ahí, a metros de ella, a ese padre, apretando los puños y con los nervios a flor de piel por la cercanía de su paternidad. “Yo me enamoré del verso cuando era una niña, muy chiquita, y empecé a leer poesía cuando fui a la escuela. Cuando tenía doce o trece años, ya decía que era poeta o que iba a serlo.”

Dezzutto confiesa que se dedica a la filosofía y que nunca entrevistó a nadie, pero propuso un itinerario de lectora lúcida que todos agradecieron. Recuerda que en el poema “El jardín de los milagros”, Bellessi evoca la voz de su mamá, que la llama de Zavalla para contarle que había florecido una pequeña magnolia. “Me llamaron muchísimo la atención los últimos dos versos: ‘Esta vez se unieron belleza y justicia para ganarles juntas, las dos al tiempo’”, subraya Dezzutto, que le pregunta si se da en ese poema una victoria sobre el tiempo. “Me parece que esa victoria es entregarse al tiempo, que es como entregarse a la vida”, responde la poeta. “Si tuviéramos un mundo mejor, la belleza y la justicia estarían fácilmente unidas. Así como la poesía es a menudo un tajo que marca la mentira, el odio, el rencor, la furia, como parte de la afectividad humana, también avizora la belleza y la justicia, que a veces se casan. La poesía se encarga de las pequeñas historias humanas.” Un muchacho tímido, sencillo, que hace un tiempo se fue de su pueblo para estudiar filosofía en Rosario, la escucha; la voz de Bellessi roza sus fibras más íntimas. No llora, pero se acuerda, se podría decir parafraseando a Chavela Vargas. Bellessi lee “Milonguita”, dedicado a su hermana.

“A menudo la poesía se encarga de que nosotros ingresemos, a su manera, en la realidad anónima de la vida. Son como raspones de oro que la poesía enhebra para que todos estemos en algún momento”, plantea Bellessi. “Me acuerdo que mi papá me contaba ‘éste fue fulano’, ‘este mengano’, en el cementerio; pequeñas historias que para mí no eran las personas de mi vida, eran las de él. Como salí de mi pueblo de chica, a los 20 años, conozco a los viejos y no a los jóvenes, y a veces siento que conozco más a la gente que está en el cementerio”, ironiza la poeta. La charla rumbea hacia el grupo de poemas dedicados a los piqueteros en La edad dorada y la percepción del presente del país. “La poesía siempre va a contestar mejor que yo, que soy una pobre figura detrás del verso –preludia la poeta–. Mi visión del presente es un poco sombría porque la riqueza no se distribuye lo suficiente y enfrente veo fuerzas terribles, una derecha que quiere que esa riqueza se distribuya menos aún.”

Bellessi subraya que los poetas “somos como sordos, no creo que seamos visionarios de nada”. “La realidad en sus facetas más bellas o terribles es una tromba, y somos lo suficientemente sordos para percibirla muy poco. Pero de vez en cuando la tensión se hace presente, en la atención se escucha y en esa atención se encarnan los poemas. Ahí se produce un tajo donde a veces algo se oye”, advierte la poeta. “Todos los seres humanos estamos en el concierto de la voz. La cualidad del lenguaje humano es un tajo dentro de esa voz que es mucho más vasta –explica–. Es una gran ganancia el lenguaje; yo amo al lenguaje, pero creo que también es una gran trampa, es la cueva del mentir constante porque el lenguaje tiende a fosilizarse y a ser usado al servicio de intereses non sanctos. La poesía siempre intenta volver a hacer hablar a eso que se fosiliza, se cierra, y está a menudo al servicio de cosas detestables, horribles, o que te llevan a equivocaciones. Ese gesto de la poesía, de tajear la lengua para intentar que viva de nuevo, se parece enormemente al habla cotidiana que todos tenemos, que es también chiflada y liberta.”

Aunque no se considera una traductora, Bellessi tradujo a la poeta portuguesa Sophia de Mello. “Traducir poesía fue sentir que de alguna manera estaba haciendo algo parecido a escribir un poema, pero de otro. Esto te genera muchas perturbaciones, pero llevarlo a cabo es un intento amoroso de alteridad muy grande; ir con el verso, que no es tuyo, pero por momentos emocionarte tanto o más como si lo fuera.” Dezzutto, finalmente, quiere saber cuál es la noción de lo lírico que tiene la poeta. “Cuando pienso en lo lírico pienso en eso que está hecho con casi nada, que está hecho de una fragilidad y desnudez muy grande, pero que por alguna razón tiene en esa intemperie infinita la capacidad de establecer un puente directo con el otro. La lírica es el gesto más impúdico que uno puede imaginar. Lo que a uno le da vergüenza decir, eso es el gesto lírico.” El muchacho espera que todos saluden a Bellessi y mientras tanto suma coraje para hablar. Está a un costado de la explanada del Centro Cultural Bernardino Rivadavia. “Tus poemas me han llegado al corazón”, le dice. Y se quedan charlando un rato. El gesto lírico de ese muchacho brilla en la intemperie de la noche rosarina.

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Diana Bellessi, que contó en Rosario con hinchada propia, aquí en diálogo con Flavia Dezzutto.
 
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